Camino hacia el ventanal, siempre juego a que lo atravieso y me corto entera, siempre quiero cruzar mi propia sombra
-Ariana Harwicz, “Matate, amor”
Hay libros que una sabe que va a recordar aunque no quiera. Matate, amor, de Ariana Harwicz, es uno de ellos. Lo terminé hace un par de semanas y todavía se me eriza la piel al recordarlo, como si las palabras de la protagonista se hubieran quedado pegadas a mi piel. Es una novela breve, de lectura rápida en teoría, pero de esas que se te meten en el estómago. No por la historia, que es mínima, sino por la intensidad con la que te lanza, sin advertencia, a la cabeza de una mujer que está al borde de todo: del colapso, del bosque, del matrimonio, de la maternidad. Y también de sí misma.
"Camino hacia el ventanal, siempre juego a que lo atravieso y me corto entera, siempre quiero cruzar mi propia sombra".
No hay introducción ni preámbulo. Estás ahí con ella, en esa casa con salida al bosque, donde vive con su esposo y su hijo pequeño. Pero la casa es apenas un escenario. El verdadero escenario es la mente de esta mujer. Una mente salvaje, rota, deseante, muchas veces violenta. No es una lectura cómoda, pero tampoco creo que ese haya sido el propósito.
Matate, amor ha sido descrito como un “thriller campestre”, pero yo diría que es más bien una caída libre hacia la incomodidad. Hay cuchillos, sí; hay escopetas y vecinos que también parecen salidos de una pesadilla rural. Pero lo más filoso del libro es el deseo. El de ella, que no se contiene ni se acomoda. El que no se niega ni se justifica. El deseo de desaparecer, de alejarse de su familia, de lastimarlos, de lastimarse. De desear a otros. De no desear al hijo. De no cumplir con lo que se espera que sea una madre.
Es brutal y, al mismo tiempo, hermosamente escrito. Aunque también tengo que decir que al principio el lenguaje me costó. Las metáforas, las frases que parecen irse por la tangente me hicieron sentir muy confundida, incluso pensé dejarlo. Pero luego entendí algo: yo no estaba allí para entenderla, ni para juzgarla. Estaba para acompañarla, como testigo incómoda, de su quiebre emocional.
Es un monólogo interno, histérico, verborréico, lleno de imágenes que a veces abruman. Pero si te dejas llevar, ocurre algo extraño: te conviertes en un eco de su mente. No estás leyendo a la protagonista, eres la protagonista por un momento. Y eso da miedo. Porque lo que te dice no es tan ajeno como debería.
En una entrevista, Harwicz dijo algo que me quedó resonando mucho: “La maternidad me parece algo como de ciencia ficción, es una de las vivencias más enloquecedoras que una mujer pueda tener. Esa locura de que se forme un cuerpo dentro del tuyo y que luego lo expulses y que después tengas que amarlo para siempre es una identidad un poco falsa.” Y ahí, creo yo, está el núcleo de esta novela. La maternidad como imposición, como ficción cultural, como trampa emocional. En un país como México, donde las madres son casi santas y se espera que el amor por los hijos sea automático, absoluto y puro, leer algo así es una provocación. Y es también un respiro.
Porque aunque no todas las maternidades son oscuras, tampoco todas son luminosas. Hay mujeres que se sienten fragmentadas por la experiencia. Mujeres que no se reconocen en el papel de madre. Mujeres que, como la protagonista de este libro, se preguntan qué significa haber perdido la libertad, el cuerpo, el deseo. Y a veces también la razón.
En otro fragmento, ella dice: “¿Cómo es que yo, una mujer débil y enfermiza que sueña con un cuchillo en la mano, era la madre y la esposa de esos dos individuos?” Y yo pienso en cuántas veces he escuchado, en charlas entre amigas o en conversaciones silenciosas con otras lectoras, esa sensación de no saber cómo llegamos ahí, a esos roles que se nos dieron sin preguntar.
Matate, amor no es una historia amable, pero tampoco es una denuncia. Es una exploración honesta a veces cruel, a veces delirante, de lo que puede pasar dentro de una mente que no encaja. No esperen giros narrativos ni redenciones. Lo que hay es tensión, pulsión, palabras afiladas como cuchillos, y una protagonista que se nos mete bajo la piel, nos sacude, y después nos deja solas. Mirando el bosque. Escuchando, quizás, un llanto que no está.
¿Lo recomiendo? Sí, pero con advertencia: no es un libro para encontrar consuelo, sino para enfrentar lo que muchas veces callamos. Porque ser madre no significa siempre sentir amor. Y porque hablar de eso, por difícil que sea, también es una forma de sanar.
Además, Matate, amor ya ha dado un salto al cine: su adaptación, titulada Die, My Love, protagonizada por Jennifer Lawrence y Robert Pattinson, se estrenó con gran aceptación en el Festival de Cannes 2025. La película, dirigida por Lynne Ramsay (de We Need to Talk About Kevin), se sumerge en el mismo laberinto mental que la novela, explorando la depresión posparto y la psicosis con tonos oscuros y escenas que rozan lo surreal. Su recepción fue imponente: una ovación de pie de al menos nueve minutos, reconocimiento de críticos y audiencia que destacaron la valentía del texto y la interpretación cruda de Lawrence. Ahora, con MUBI adquiriendo los derechos para su distribución en América y Europa, su lanzamiento comercial es inminente, y se espera que llegue a salas estadounidenses en otoño de 2025.
Datos del libro
Autora: Ariana Harwicz
Editorial Anagrama
160 páginas
Año 2016
Yazmin Espinoza. Comunicóloga enamorada del mundo del marketing y la publicidad. Apasionada de la literatura y el cine, escritora aficionada y periodista de corazón. Mamá primeriza. Lectora en búsqueda de grandes historias.
Instagram: @historiasparamama