Lo que comenzó como una historia de amor nacida en prisión terminó con un desenlace fatal que dejó a cuatro niños huérfanos, un barrio en shock y una nueva víctima de feminicidio: Yesica Noelia Duarte, de 33 años.
Yesica y su pareja, Ángel Nicolás Castro, contrajeron matrimonio dentro de una unidad penitenciaria en Argentina apenas dos meses atrás; ambos purgaban condenas bajo arresto domiciliario cuando la violencia que habitaba en la relación se desbordó, hasta cobrar la vida de la mujer. Su hijo de siete años fue testigo directo de lo ocurrido.
El crimen, perpetrado con un arma de fuego dentro del hogar que compartían en Berisso, no fue un hecho aislado, sino la consecuencia trágica de una dinámica de control, amenazas y agresiones que, según testigos y el propio relato del menor, eran parte habitual de su día a día.
Castro, con antecedentes por homicidio, cumplía arresto en la misma casa que Yesica, quien también tenía historial delictivo. Sin embargo, más allá de los expedientes judiciales, la historia de esta pareja se convirtió en una bomba de tiempo en la que ni las tobilleras electrónicas ni las publicaciones románticas en redes sociales alcanzaron para frenar el curso de la violencia.
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Tras asesinarla, el hombre intentó suicidarse, quedando gravemente herido y bajo custodia policial. La escena evidenció una discusión previa y signos de forcejeo. Inicialmente, su madre intentó confundir a las autoridades con una versión falsa, pero el testimonio del hijo desmontó la mentira con detalles contundentes.
Yesica dejó cuatro hijos, entre ellos mellizos que celebraban su cumpleaños el mismo día del crimen. A pesar del silencio institucional que a menudo rodea este tipo de casos, la justicia ha calificado el hecho como homicidio triplemente agravado, y la fiscalía avanza en la investigación.
Más allá del caso judicial, el crimen pone sobre la mesa una realidad incómoda: el sistema de justicia penal que permite convivencias forzadas en contextos de riesgo, y una estructura social que no protege a tiempo a las mujeres que viven bajo el yugo de la violencia, incluso tras los barrotes.
Fuente: Milenio