Tarímbaro, Michoacán/Fotos: Félix Madrigal/ACG.
En Tarímbaro, a unos pasos del Centro, sobre la calle Municipio Libre, se encuentra una pulquería modesta, de esas que guardan el olor a tierra húmeda y la voz de los años. Ahí trabaja todas las mañanas don Isidro Pérez, mejor conocido como el señor Chidrín, quien desde muy temprano se dirige a sus magueyes para extraer el aguamiel con el que prepara su pulque.
A sus 77 años, don Isidro sigue levantándose antes del amanecer. “A las cinco y media ya no puedo dormir”, dice entre risas. Es la tercera generación de una familia dedicada al maguey: aprendió el oficio desde los ocho años, guiado por su padre, don Luis Pérez, quien le enseñó a sembrar, cuidar y cortar la planta en el momento justo.
Originario de Tarímbaro, don Isidro conserva la tradición familiar que empezó su abuelo. Su historia es la de un hombre que ha vivido al ritmo del campo, entre lluvias, tierra y sol.
Desde Hidalgo, conoce personalmente a los productores de maguey con quienes trabaja, de quienes compra las plantas que hoy alimentan su pulquería.
“Yo me siento bien y contento con lo que hago”, dice con orgullo. Y aunque reconoce que las nuevas generaciones quizá no sigan su camino, espera que al menos conserven el valor de lo aprendido y la memoria del maguey.
Hace nueve años perdió a su esposa, con quien compartió más de medio siglo de vida. Aun así, cada mañana sigue el mismo ritual que ella veía con cariño: preparar el pulque fresco y ofrecerlo a quien llega buscando un trago lleno de historia.
En su pequeño local se pueden encontrar sabores de curado tradicionales como mango, fresa, piña y, en temporada, el especial de cempasúchil, que prepara con un toque de paciencia y otro de nostalgia.
Entre risas, recuerdos y la dulzura del aguamiel, el señor Chidrín sigue siendo parte viva del alma de Tarímbaro, un testimonio de trabajo y de amor por la tierra. Porque mientras él siga levantándose antes del sol, el pulque seguirá teniendo quien lo haga con el corazón.