Morelia, Michoacán | Redacción ACG.– En la entrada del Mercado Independencia, entre el ir y venir de clientes en busca de adornos para sus nacimientos, don Rogelio Gallegos Cornejo acomoda con calma las pequeñas casitas y los arbolitos que él mismo fabrica. Tiene 67 años y, desde hace más de una década, este espacio se convirtió en parte de su vida familiar. Aquí aprendió, trabajó y compartió los días con su esposa, Elvira Lara Varela, quien fue la primera en levantar este pequeño negocio artesanal que cada diciembre toma forma entre tablitas, musgo, heno y pasto seco.
Rogelio elabora cada pieza desde cero: compra la madera, corta, arma y decora. Las casitas —o “portalitos”, como él las llama— llevan alrededor de una hora de trabajo, aunque las más pequeñas llegan a demandar hasta dos. Las cubre con musgo, pasto seco y pequeñas plantas del cerro que él conoce como gallitos. Los arbolitos, que se han vuelto de lo más llamativo de su puesto, llevan una técnica particular: por dentro se rellenan con material seco para dar volumen y sobre la superficie se coloca musgo fresco que, con un poco de agua, se esponja y mantiene su color verde por semanas, incluso meses. Con buenos cuidados, asegura, pueden durar hasta dos años.
La idea de hacer los arbolitos no fue suya, sino de Elvira. Ella observó otras vendedoras de la zona, aprendió y comenzó a experimentar. “Mi señora empezó con esto —recuerda Rogelio—. Yo nomás iba al monte por el material y ella lo vendía aquí.” Juntos trabajaron durante años, entre Atecuaro y Santa María, combinando la venta de temporada con el trabajo del campo. Su relación, dice, siempre fue tranquila, sin pleitos, llena de cooperación: “Vivimos muy bien. Nos apoyábamos en todo.”
Hace un año y medio, Elvira falleció. Rogelio habla de ella con serenidad, como quien honra una presencia que sigue acompañando. Asegura que aún conserva muchos recuerdos: las tardes armando piezas, las charlas mientras regresaban del mercado y pequeñas escenas cotidianas, como cuando ella buscaba camisas “que no se arrugaran” para él, con esa mezcla de cariño y practicidad que define a una vida compartida.
Ahora es él quien fabrica y vende las piezas, aunque reconoce que sus hijas también han echado mano en temporadas pasadas. No vende en grandes cantidades, pero cada día “al pasito” se despacha algo: musgo, casitas, arbolitos. Señoras mayores suelen llevarse los arbolitos para completar su nacimiento; otros clientes prefieren los portalitos para complementar la escena navideña.
Para Rogelio, este trabajo es más que una fuente de ingreso temporal. Es una manera de mantenerse activo, de seguir adelante, de continuar un oficio que nació en su hogar y que hoy lo conecta con quienes pasan por el mercado en busca de algo hecho a mano. Y, quizá sin decirlo directamente, también es una forma de mantener viva la presencia de Elvira en cada diciembre.
“Hay que echarle ganas, hasta que Dios nos dé licencia de seguir adelante.”