Jiribilla política
El 30 de abril de 2025 el Ejecutivo del Estado emitió el decreto de extinción del Instituto Michoacano de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales; crónica de una muerte anunciada, derivada de las reformas constitucionales en materia de simplificación orgánica que eliminaron a nivel federal distintos organismos, entre ellos el Instituto Nacional de Transparencia.
La nueva reconfiguración del régimen político, dio por concluida 22 años de vida institucional, sin resistencias comprensibles, propias de la composición política predominante, pero preocupante, por lo que a la labor de garantizar un principio fundamental para la vida democrática se refiere, y por lo que, en poco más de dos décadas implicó en recursos estatales, financieros y humanos, el mantenimiento de una institución, que convalidó en su silencio, su falta de sentido público, más allá sentado en las normas.
El recordatorio del ahora extinto IMAIP es apenas pretexto para repensar en tiempos de impermanencia institucional, la importancia de hacer de la función pública una de valor social, por encima de las razones o principios constitucionales, sino en su legitimidad misma, frente a las necesidades y problemáticas sociales.
Y en ese propósito, los liderazgos juegan un papel clave en la construcción de la responsabilidad pública, que no solo responde a un nombramiento, o los reglamentos orgánicos y manuales de procedimientos, sino a la responsabilidad pública en sentido práctico, sea cual sea su origen, la confianza, la lealtad, los méritos, o el mero reparto del “botín” de espacios públicos; hacer del quehacer público una labor trascendente, esa que al paso de los años y aun cuando supera a las personas, deja legado en la memoria colectiva, y que poco, si no es que nada tiene que ver con lo plasmado en los reportes de cumplimiento e informes institucionales.
El legado público transita en dos vías. Una orgánica, porque hace cuerpo de equipo al interior de las instituciones o los gobiernos, imprime su sello, filosofía, valores entendidos y reglas propios, no necesariamente escritos, y la segunda, como transmisión de la primera, de adentro hacia afuera, porque actúa sobre el interés colectivo, como fin último de cualquier institución u órgano del Estado. Esta segunda, trata en parte, sobre la percepción que de la institución se tiene en la sociedad, como entre los generadores de opinión pública; periodistas, académicos, así como el reconocimiento de otros actores públicos, pero no se reduce a esta, sino a los resultados en la resolución de las problemáticas o la atención de las necesidades colectivas.
La trascendencia o legado público, puede confundirse con el instinto casi involuntario entre las personas de poder o tomadores de decisiones, de dejar escrito su nombre en las páginas de la historia, en su megalomanía y delirios de grandeza. Pero es más bien cercano a una noción del deber cumplido, a la ética de la responsabilidad weberiana, que sostiene su función no solo en lo estrictamente establecido en las normas, sino que comprende las implicaciones de su actuar o su omisión en los otros, en las consecuencias de su función.
Se trata, de aquello que hace memoria colectiva, que aún cuando puede verse reflejado en obra material, en obras públicas o mega proyectos, su permanencia en el tiempo se sostiene en lo inmaterial, en los principios como en la conducta misma, en el ejercicio público, tanto en su capacidad expansiva o de autocontención de su propio poder. El legado público es el diseño adelantado del epitafio de una trayectoria personal o institucional, al interior de los gobiernos o las instituciones, pero aún más hacia la sociedad.
Regresemos al ejemplo inicial, en un transcurrir de 22 años, llevados a la vida de una persona joven, que habría experimentado poco más de un cuarto de vida, poco pudo decirse, no como resistencia ante lo inevitable, sino como defensa sobre la labor realizada, distinta a la legalidad y los conceptos teóricos de la democracia, los mismos, que desde los primeros años de la postransición prendían las alertas de convertirse en otra cosa, porque envueltos en la legitimidad que dio origen a las instituciones democráticas, se optó por el acomodo, el autoelogio y la complacencia, esas mismas razones, que fueron tranzando su ineludible destino.