“Nos enseñan a aguantar, a resistir, a sobrevivir, pero no a vivir. No a tomar aire, no a decir: esto me hace bien, esto me da placer.”

-Brenda Navarro, “Ceniza en la boca”

Yazmin Espinoza

Fueron solo 24 horas, pero estuvieron cargadas de experiencias y emociones que me van a llenar el corazón durante mucho tiempo. La semana pasada pude hacer un viaje exprés a Ciudad de México con el pretexto de un concierto al que tenía años queriendo asistir, y por fin se logró. Este viaje ha sido tan especial para mí que tenía que escribir sobre él en algún lado, y recordé este bello espacio en el que les he venido compartiendo no solo sobre literatura, sino sobre cómo todas nuestras vidas son historias que merecen ser contadas, pues las atraviesan momentos y sentimientos en los que otros pueden espejearse. Así que aquí va.

Para empezar, es el primer viaje que hago sola desde hace mucho, mucho tiempo (casi, casi los seis años que llevo siendo mamá), y la primera noche que paso lejos de mi hija de dos años. Así que podríamos decir que fue un acontecimiento para todos. ¿El pretexto? Un concierto de los Yeah Yeah Yeahs, una banda de la que soy fan desde la preparatoria y que solo había visto en vivo una vez, hace muchísimos años, durante una participación que tuvieron en el Vive Latino. Esa era otra Yaz.

Compré el boleto con meses de anticipación, y otra novedad era que asistiría sola. Pero, aunque nadie me iba a acompañar al concierto, no tardé en hacer planes para conocer y ver en persona a amigas preciosas que me han dejado los círculos de lectura virtuales en los que he podido participar. Mi primer encuentro fue con las chicas de Marea de Letras, y qué cosa tan bella. Visitamos museos, compartimos café, chisme, risas y hasta una leída de cartas que nos voló a todas la cabeza. Me pareció fascinante que la virtualidad me ayudara a encontrar a personas tan similares a mí y que me hacían sentir tan bien, sin importar las distancias. Fueron ángeles durante mi visita fugaz a su ciudad, y espero volver pronto a disfrutar de su compañía.

La noche fue el momento culminante. Me acerqué al teatro un poco cansada, pero en cuanto entré y vi el escenario, mi emoción se fue a las nubes. Canté y bailé como solo una persona que no tiene alrededor a nadie conocido puede hacerlo. Disfruté de ese momento para mí, para volver a saludar a esa Yaz del pasado mientras coreaba, junto a otros cientos de personas, canciones que se habían vuelto himnos y salvavidas para mí. Salí eufórica y con la sensación de que acababa de vivir uno de esos momentos que recuerdas con una sonrisa antes de morir.

La mañana siguiente fue para mí. Desayuné con calma. Caminé sin prisa. Todo el tiempo estuve al pendiente de mis hijas por mensajes o llamadas; sin embargo, tuve la suerte de contar con una red de apoyo que me hizo sentir en confianza para soltar y disfrutar de esas horas que eran solo mías.

Mi primera parada fue la librería El Sótano. Obviamente quería llevarme todo. Tomé muchísimas fotografías de libros que me encantaría tener, y otros para las niñas. La oferta es increíblemente variada y me emocioné al pensar que hoy en día los pequeños pueden tener acceso a estas herramientas que les van a ayudar a desarrollar ese amor por la lectura que tantas veces a mí me ha salvado.

Luego caminé un poco para llegar al Museo Memoria y Tolerancia. Como tenía el tiempo contado, entré solo a ver dos exposiciones, pero fueron suficientes para removerme todo y salir en lágrimas. La primera, Infancias en silencio, me hizo doler el corazón ante tantas pruebas sobre la violencia hacia infancias y adolescencias en todo el mundo. La investigación, planeación y curaduría de los contenidos me pareció brutal. Ojalá muchas personas puedan darse la oportunidad de visitar esta muestra para cuestionarnos más y más sobre nuestro proceder como adultos y responsables de la formación de futuras generaciones. El proyecto tiene una misión clara: mostrarnos que la infancia es el futuro y merece un horizonte mejor.

La siguiente exposición a la que entré fue Ana Frank: notas de esperanza. Igual, la investigación, curaduría y montaje, excelentes. La historia de Ana Frank representa la de decenas de miles de familias judías que resistieron el odio de Hitler escondiéndose, pero también la de miles de seres comprometidos que decidieron dar un paso adelante y dejar de lado la indiferencia para socorrer a otros, aunque con esto arriesgaran su futuro y sus vidas. Al salir de la exposición, lo único que quería era encontrar un café y abrir nuevamente su diario. Espero poder hacerlo pronto.

Después, aunque tenía poco tiempo, me decidí a cruzar la Alameda para llegar al Museo Franz Mayer y recorrer la expo Pierre et Gilles, en la que el dúo francés que combina fotografía y pintura explora la construcción y vigencia de diversos símbolos presentes en la cultura popular, su obra y la colección permanente del Franz. Terminé la visita con Antonio. Moda indomable, una muestra bellísima que se conforma por bocetos, fotografías, atuendos, películas y revistas del emblemático ilustrador de moda Antonio López, que influyó con su estilo los años setenta y ochenta. Amé todo.

Mi última parada fue la Cafebrería El Péndulo, un lugar que había visto tantas veces a través de redes sociales pero que nunca había visitado personalmente. Me encontré ahí con amigas queridísimas de mi otra tribu virtual: #MexicanasPorLeer, y sentí que había llegado a un espacio seguro y familiar. Espero también volver pronto.

Volví a casa con el corazón más lleno que la maleta. En solo un día, el arte, la música, los libros y las conversaciones profundas me recordaron quién soy cuando no estoy en modo mamá, y al mismo tiempo, me hicieron valorar aún más a la mujer que soy ahora. Este viaje fue un abrazo a mi yo del pasado y un regalo para la Yaz del presente. Fue también una confirmación de que la amistad verdadera trasciende las pantallas, de que la belleza puede salvarnos un poquito cada día, y de que las historias, propias y ajenas, siguen siendo el mejor puente para conectar con lo más humano en nosotros. Ojalá nunca dejemos de buscar momentos así: pequeños respiros llenos de sentido, donde la vida se sienta como un libro que no quieres cerrar.

Yazmin Espinoza, Comunicóloga enamorada del mundo del marketing y la publicidad. Apasionada de la literatura y el cine, escritora aficionada y periodista de corazón. Mamá primeriza. Lectora en búsqueda de grandes historias.

Instagram: @historiasparamama