Morelia, Michoacán

Nadie se puede imaginar la increíble cantidad de historias, tradiciones y supersticiones que pueden girar en torno a un diminuto grano de sal, el llamado oro blanco, las cuales van mucho más allá de una expresión muy común en México: “Güey, ¡estoy salao!”.

La mayoría de los mexicanos miramos a la sal con desdén, casi con desprecio, pues creemos que solo sirve para darle el punto mágico a ciertos platos, proteger las carnes y pescados y elaborar algunos encurtidos.

No obstante, la increíble historia de la sal dice otra cosa. Los egipcios, y más tarde, los griegos acostumbraban a echarla por encima del hombro izquierdo a fin de cegar a los demonios que deseaban darles una puñalada trasera, además, evitaban derramarla por gusto, porque, como reza el refrán: “Si se vierte el vino, es buen signo; derramar la sal, es mala señal”.

Los chinos, por su parte, consideran la sal como símbolo de buena suerte, ideal para ahuyentar a los fantasmas, mientras que en Japón se rocía con este grano el escenario del teatro antes de comenzar la actuación para prevenir las juguetonas acciones de los espíritus.

Los judíos y los musulmanes, con creencias religiosas tan diferentes, no se quedan tampoco atrás, y coinciden en que el cloruro sódico los protege del ojo del diablo.

Los romanos adquieren, asimismo, el hábito de pagar a los funcionarios públicos con sal (origen de la voz salarium), basados en la creencia de que habrá dinero si lo primero en entrar en una casa nueva, o en un negocio, es la sal, la cual, por cierto, no debe ser regalada ni pasada de mano en mano.

Siglo después, ya en la Edad Media, los señores feudales colocaban los granitos del oro blanco de manera estratégica en las esquinas de las cuadras para proteger a los equinos de un montón de enfermedades.

En la actualidad, en México, y en otros países del Caribe, estar salao o “tener una tremenda salación encima”, significa tener poca suerte, una vida amorosa difícil, y graves problemas en la vida personal y laboral.

O sea que son gentes que no ganan jamás una sola rifa o que provocan que siempre llueva cuando lavan el carro.

Incluso esta suerte de magia negra ha llegado a la música tropical: “Padrino, ¡quítame esta sal de encima!”, dice un son cubano, mientras que en una letrilla romántica de Alex Rivera se oye: “¡Estoy salado!, siempre me engañan…”.

Bueno, ¿y qué le podemos recomendar a los salaos? Pues aquí van tres consejos: dejar de ser negativos, hay gentes que pierden las batallas antes de tirar una miserable piedra; ser más audaces y entusiastas ante la vida, y por último, guardar el miedo debajo de tu cama, pues de los tímidos y cobardes nunca se ha escrito nada bueno.

De todas formas, es bueno aclarar que estar salao no significa lo mismo en todos los países. En España se define de esta forma a los tipos graciosos, agudos o chistosos (Ese Pepe está salao… tiene a las chicas saltando en un ladrillito).

Sea para bien o para mal estar “estar salao” forma parte de manera obligada del anecdotario popular mexicano como estar “enchilado” o ponerse “como agua para chocolate”. Y contra la tradición no hay quien pueda.