“Impronta” de Rafael Martínez-García nos muestra a una madre buscando en sus recuerdos a través de un dispositivo tecnológico, para así obtener información sobre la desaparición de su hija.
Abril García / La Voz de Michoacán
Desde hace algunos años, la figura de la madre buscadora se consolidó como un tropo recurrente en el cine latinoamericano. Se trata de estas historias sobre mujeres que buscan incansablemente a sus seres queridos, enfrentándose en el proceso contra las autoridades ineficientes, el sistema corrupto y la sociedad indolente.
Películas como “Volverte a ver” de Carolina Corral, “Tempestad” de Tatiana Huezo, “Sin señas particulares” de Fernanda Valadez, “No sucumbió la eternidad” de Daniela Rea y “Ruido” de Natalia Beristain utilizan esta figura para contarnos historias basadas en la realidad de miles de personas en los países de América Latina, tocando temas como la construcción de redes de apoyo, la ineficacia de los protocolos de búsqueda y las crisis de violencia de la actualidad.
En tales cintas vemos la recuperación de las trayectorias de las familiares víctimas de desapariciones, ya sea a manos de una violencia patriarcal o por grupos delictivos y, en ellas, encontramos procesos de denuncia, de memoria y de resistencia.
Para la catedrática Elissa Rashkin, este tipo de narrativas cinematográficas no generan la misma apatía que el cine documental o la espectacularidad que el cine comercial. Por el contrario, al contar la historia de las familiares de los desparecidos y los asesinados, lo hacen desde la afectividad, la mutilación y la supervivencia: desde una vida doméstica que no para tras la muerte, sino que continúa.
En esta edición del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), como parte de la Sección Michoacana, se presentarán diversos cortometrajes que abordan, matizan y visibilizan esta problemática.
Entre ellos, destaca “Impronta” de Rafael Martínez-García, una cinta que nos muestra a una madre buscando en sus recuerdos a través de un dispositivo tecnológico para así obtener información sobre la desaparición de su hija. En entrevista para La Voz de Michoacán, el director de esta producción nos cuenta sobre los procesos de realización de esta cinta y sobre las reflexiones que espera suscitar.
¿Cuál fue el proceso de realización del cortometraje?
Es un guion que tenía ya escrito desde hace 5 años. Había una versión aun antes, pero la que empecé a mover fue en 2019, lo dejé como guardado durante mucho tiempo hasta que el año pasado de 2023 Mónica Rojas de Cinecolor México, una empresa de Ciudad de México, me dijo que quería aplicar a una convocatoria de la Promoción y Desarrollo del Cine Mexicano (PROCINE) y me preguntó que si tenía algún guion y el único que tenía era ese que estaba empolvándose desde hace años.
Le encantó el guion y lo metimos a la convocatoria. Yo realicé la propuesta de visual sonora y creativa del proyecto y ella me ayudó con los números y los presupuestos. Salimos beneficiados con el apoyo en mayo del año pasado y el cortometraje fue filmado en septiembre del año pasado.
¿Tienes algunas influencias, ya sea en cine de ciencia ficción o en temas de género?
Influencias como tal en el momento que escribí no tenía. Hay narrativas de la historia de la madre buscadora en el cine, películas posteriores a cuando hice el cortometraje, como “Sin señas particulares” y “Ruido”.
Es un caso duro para nuestra sociedad que incluso parece ser un rasgo identitario para las sociedades latinoamericanas que surge desde las madres de la Plaza de Mayo en Argentina. Se ha convertido en una figura latinoamericana demasiado impregnada en nuestra sociedad.
Dentro de la cinta, vemos el uso de este dispositivo que permite viajar en los recuerdos. ¿Este dispositivo se basa en la imaginación de la persona o en una recreación de los hechos?
Hay algo que tenía muy claro siempre y que se tradujo en cosas de diseño. Este dispositivo no es una recreación virtual de un recuerdo, no es un videojuego o una realidad virtual. Mientras nos encontrábamos grabando el cortometraje, el diseñador de producción Max Albarrán me presentó el casco y este tenía un visor. Y entonces le dije que le quitara el visor, porque desde que escribí el guion yo no quería que fuera un tema de inmersión virtual.
Es más bien una cosa neuronal: es el mismo ejercicio que realiza nuestra memoria y nuestro cerebro por sí mismos cuando recordamos. El proceso de recordar crea una imagen o un escenario trastocado, cambiado o modificado por el tiempo. Es decir, lo único que hace impronta es sacar esas imágenes y proyectarlas en tu propia cabeza, pero sigue haciendo un viaje neuronal, no en el tiempo.
Algo que se plasmó con ayuda de la fotografía en el cortometraje, son estas pequeñas variaciones cada que la protagonista regresa a sus recuerdos de texto, de objetos, de diálogos… porque no recordamos las cosas tal como son, recordamos como podemos. Nuestra cabeza es engañosa. Para mí, era importante que quedara claro que el recorrido que hace es por el camino que su memoria le permite.
Me parece que, si existiera esta tecnología en un país tan lastimado como el nuestro, las madres buscadoras la utilizarían para encontrar a sus hijos, en un sistema donde ninguna otra cosa les dio respuesta.