Mirador Ambiental

Para la comunidades rurales el ojo de agua es parte central en su modo de vivir. Los caseríos se establecen en sus cercanías y procuran cuidarlos porque de ellos depende su vida y su economía. En torno al ojo de agua se construyen creencias religiosas, son punto de referencia para los contadores de historias, para los caminantes y pretexto para el encuentro amoroso.

El crecimiento urbano de los poblados, por lo regular, lo ha hecho a costa de sacrificar estos cuerpos de agua y entes de paisaje. La urbanización también ha tomado los bosques y las áreas de arbolado y cubierta vegetal que dan vida a los manantiales. La perforación de pozos y construcción de represas han sustituido a lo largo de los años a las fuentes naturales de abastecimiento de agua.

La artificialidad ha terminado imponiéndose porque la demanda creciente de agua obliga a disponer de cantidades industriales y por ende de medios técnicos para disponer de ella. Presas y pozos han sustituido al ojo de agua en la ciudad moderna. Para ese fin incluso los ríos y arroyuelos han sido sacrificados para terminar siendo destino final de desechos, olvidando que a los ríos la humanidad les debe la sobrevivencia desde su emergencia como especie biológica.

El deterioro de manantiales que aún sobreviven es una tendencia que parece imposible de contener frente el deseo humano de progresar y alcanzar el bienestar de la urbanización. Hay ciudades en Michoacán que aún dependen en gran medida de sus manantiales. Los manantiales de la Mintzita aportan a los morelianos hasta el 30% del agua que consumen. En ciudades pequeñas como Villa Madero todos sus habitantes dependen de un solo manantial: el ojo de agua de El Burro.

Para que estos ojos de agua continúen existiendo y proporcionado sus servicios de vida a miles o cientos de miles de personas necesitan ser protegidos y recuperados. Un manantial sin los bosques del entorno se muere; un manantial al que se le pavimentan las cercanías igual se muere; un ojo de agua al que se le perforan pozos en sus alrededores también termina extinguiéndose.

Los bosques y los ojos de agua son entidades simbióticas. El sacrificio de bosques es la muerte de los manantiales. Quienes sacrifican bosques para hacer cambio de uso de suelo, o sin plan de aprovechamiento verificado, con el propósito de asegurarse un medio para vivir no alcanzan a ver que en realidad están acabando con ese medio para vivir.

Los pobladores de Villa Madero, en su totalidad dependen de los dones del ojo de agua de El Burro. Sin este manantial no tiene futuro ese pueblo como tampoco tienen futuro una gran variedad de actividades económicas que les generan ingresos. Desafortunadamente el cambio de uso de suelo que aguacateros han realizado en los cerros aledaños y la afectación de la plaga del pino en los bosques contiguos, que se ha pronunciado con el cambio climático, han mermado de manera considerable el caudal histórico que corría por sus causes.

La iniciativa que están promoviendo los Industriales de la Madera, comerciantes y ciudadanos para regenerar la simbiosis bosque-manantial es de un valor extraordinario que debe merecer el apoyo de todos los maderenses y de las entidades gubernamentales. La compra, como entidades cívicas, del predio del entorno para asegurarlo como área protegida y patrimonio natural-social es un paso de una gran significación que alienta y fortalece la estrategia general para proteger y cuidar todos los manantiales de Madero que son vitales para la sobrevivencia de los habitantes que viven en casi 300 localidades distribuidas por todo su territorio y que, sin duda, ayudará a mitigar las crisis de sequía que han llegado para quedarse.

El agotamiento hídrico de la microcuenca en la que está ubicado Madero se manifiesta en la drástica reducción del caudal de El Burro, en el cambio de uso de suelo de 9 mil hectáreas en los últimos 30 años, en el arrasamiento de infinidad de pequeños manantiales que generaban esos bosques y en el crecimiento vertiginoso de la demanda de agua muy por arriba de la capacidad de infiltración existente determinada por el aguacate y las frutillas.

El significado cultural de un ojo de agua para un pueblo refleja siempre la calidad de la relación que los grupos humanos tenemos con la naturaleza, con la vida, y lo más importante, refleja la manera en cómo se perciben a sí mismos, en cómo incorporan en su autoestima el respeto y amor por la casa de todos, el mundo. Lamentablemente, hemos construido una modernidad fincada en el solo valor del dinero, en el consumo, el hedonismo, la tecnología y el pragmatismo, y hemos dejado de lado los factores biológicos de los cuales depende nuestra especie y nos hemos olvidado de las enseñanzas ancestrales sobre el respeto al agua y los fenómenos naturales.

Buscando el goce y el disfrute hemos caminado hacia el suicidio civilizatorio. El cuidado y recuperación de los ojos de agua, con todo lo que ello implica, es para las zonas rurales una tarea esencial para su sobrevivencia futura, imprescindible para sustentar su vida.

*El autor es experto en temas de Medio Ambiente, e integrante del Consejo Estatal de Ecología.