El primero de octubre de 1931 don Francisco Siria Mora y doña Juana Levario Plata acudieron a la parroquia del Sagrario Metropolitano de México para bautizar a su hijo Gabriel
Jaime Vázquez
El primero de octubre de 1931 don Francisco Siria Mora y doña Juana Levario Plata acudieron a la parroquia del Sagrario Metropolitano de México para bautizar a su hijo Gabriel, nacido un mes antes en la Ciudad de México.
Gabriel y sus dos hermanos crecieron en el barrio de Tacubaya, en una ciudad que aprendía a crecer en su desorden entre calles sin pavimentar, cielo azul y aire transparente.
Gabriel dejó la escuela en el quinto año de la primaria. Trabajó en todos los oficios posibles; fue panadero, carnicero, probó los puños en el cuadrilátero como boxeador, pero encontró su vocación en la música, el canto, en la canción ranchera, como su ídolo: Pedro Infante.
Comenzó a cantar en los festivales escolares y en su juventud en las plazas públicas, acompañando a los mariachis. Con ellos cantó en Garibaldi, en el Tenampa o en el Guadalajara de noche, lugares de la fiesta y la canción vernácula.
Gabriel Siria cambió su nombre por Javier Luquín y con ese seudónimo viajó a Puebla, contratado para trabajar en cabaret. En 1955 Luquín adopta su nombre definitivo: Javier Solís.
Por esos años graba su primer disco, con un trío, en un estudio de aficionados. Con el material como tarjeta de presentación llega a la disquera Columbia, que le extiende un contrato en enero de 1956.
El 15 de abril de 1957 México recibe con incredulidad y profunda tristeza la noticia de la muerte de Pedro Infante. Javier Solís acude al panteón de Dolores, junto a una multitud, para rendir tributo al ídolo y cantar ante su féretro.
Felipe Valdés Leal, el gran compositor y productor musical coahuilense aconsejó a Javier que dejara de imitar a Infante y que tomara su propio camino, la voz personal, su identidad y sello.
Esa voz llegó por fin al cine en Tres balas perdidas (1960), de Roberto Rodríguez, comedia ranchera musical en donde alterna con María Victoria, Rosita Quintana y Evangelina Elizondo, las “balas muy machas” que necesitan casarse para quedarse con una herencia.
Rogelio González lo dirige en otra de vaqueros: En cada feria un amor (1961), el escenario para las canciones de nuestra tierra.
Entre 1961 y 1962 es parte de la serie de Los cinco Halcones, a la que le sigue Vuelven los cinco Halcones, ambas de Miguel M. Delgado, donde da vida a uno de los enmascarados justicieros y cantores que velan por la tranquilidad de la comarca.
Comparte créditos con Germán Valdés “Tin Tan” en Fuerte, audaz y valiente, un poco de humor a la comedia de canciones y balazos. Con Manuel Espino “Clavillazo”, fue parte de Los bárbaros del norte, de José Díaz Morales, aventura de enredos, risas y pistolas.
El inclasificable Juan Orol le asigna el papel de novio de la súper sexi Mary Esquivel en Sangre en la barranca (1963).
Hace una pausa en el western, pero sigue con su ropa de ranchero: toma el camión a la ciudad, busca “chambas” (cantante, boxeador) y cuida a su sobrino en Un tipo a todo dar (1963) de Fernando Cortés.
En 1964 vuelve a los cuadriláteros. Entrenado por Fernando Soler, enamorado de Sonia López, es el Campeón del barrio, un “Pepe el Toro” todavía más trágico, pero con el mismo hablar “cantadito”.
Como el amor lo regenera todo, Solís y Fernando Casanova son un par de cantantes y arrepentidos Rateros último modelo (1965), de Fernando Cortés.
Encontramos la puerta a centro de la tierra en las Grutas de Cacahuamilpa. Una expedición acude a desentrañar los misterios en Aventura al centro de la Tierra (1965), de Alfredo B. Crevenna. Ahí, entre las rocas y las sombras, Javier Solís le canta a Columba Domínguez “…si acaso te ofendí, perdón, perdóname mi vida…”, para demostrar que a capela y con eco también hay sentimientos.
Sus últimas películas: es uno de los sacerdotes en Los tres mosqueteros de Dios (1966), de Miguel Morayta, y un corazón no correspondido en Los que nunca amaron (1966) de José Díaz Morales.
Al acta asienta que Javier Solís nació a las 16 horas con 30 minutos del 4 de septiembre de 1931, en el hogar de sus padres, en la calle de Bolívar 165 de la Ciudad de México. Hay diversas versiones sobre su origen.
El 19 de abril de 1966, a los 34 años, el rey del bolero ranchero, el “señor de las Sombras” murió en un hospital de la Ciudad de México.
El cantante que quiso cantar como Pedro Infante encontró la manera única para imitarse a sí mismo. Su voz es un legado, una invaluable herencia para nuestra identidad.
Jaime Vázquez, promotor cultural por más de 40 años. Estudió Filosofía en la UNAM. Fue docente en el Centro de Capacitación Cinematográfica. Ha publicado cuento, crónica, reportaje, entrevista y crítica. Colaborador del sitio digital zonaoctaviopaz.
@vazquezgjaime