Estamos atrapados en una Guerra Fría 2.0 que ha vuelto a rearmar a las potencias y a darle al botón turbo del desarrollo de las armas de nueva generación. Y, esto, debería quitarnos el sueño.
Claudia Luna Palencia
¿Será nuclear el nuevo Armagedón? No figura como la primera opción a pesar del enorme arsenal acumulado en el mundo, antes aparece la guerra biológica o química y el uso de las bombas inteligentes.
La más reciente generación de armamento militar no necesita de la tecnología nuclear para ser incluso más letal, más eficiente y lograr su objetivo: matar a muchas personas y sin contaminar radiactivamente el medioambiente.
La persona que sobrevive experimenta un ardor abrasivo, aunque el impacto expansivo de las bombas inteligentes seca por dentro a las víctimas y al elevar tanto la temperatura prácticamente las desaparece.
Si en los años en los que se desarrolló la Segunda Guerra Mundial, tanto Alemania como Estados Unidos, competían por ver cuál de los dos conseguían primero la bomba atómica, en la última década ya sin caretas de por medio la competitividad por lograr la mejor arma, la más letal de todas, acontece entre Rusia, Estados Unidos y China.
En antaño, el Proyecto Manhattan desembocó en la patente de la tecnología atómica con la fisión nuclear puesta al servicio de la Inteligencia militar y de sus soldados.
El resultado fue el desarrollo de la tecnología nuclear con las bombas bautizadas como “Little Boy” y que fu arrojada por los estadounidenses sobre de Hiroshima (6 de agosto de 1945) y una segunda, la “Fat Man” sobre de Nagasaki (9 de agosto de 1945) cargada con Plutonio-239.
Los dos artefactos tuvieron un efecto devastador, significaron un parteaguas, un antes y un después, en un mundo acostumbrado a llevar sus guerras fundamentalmente basadas en el uso de la pólvora (descubierta por los alquimistas chinos en el siglo IX), la nitroglicerina (1847 por Ascanio Sobrero), el TNT (Julius Bernhard 1863) y la dinamita (Alfred Nobel 1866).
Ningún arma fabricada antes había provocado tantas víctimas –ni tanto miedo-, la “Little Boy” desencadenó la muerte instantánea de aproximadamente 140 mil personas, su fabricación con Uranio-235 patentó un artefacto de 3 metros de longitud, 71 centímetros de diámetro y con un peso de 64 kilógramos.
Mientras que su hermano “Fat Man” con doble carga de plutonio mató a 40 mil personas y dejó más de 25 mil heridos; tenía una longitud de 3.3 metros con un diámetro de 1.5 metros y una fuerza de 25 kilotones.
Han pasado ochenta años de estos dramáticos episodios y todavía siguen vigentes los documentales con varios supervivientes (hibakusha término en japonés para referirse a ellos) relatando aquellos aciagos días de su vida.
Empero, lo que el fatídico experimento llevado a cabo en ambas provincias japonesas dejó como resultado, no fue nada más los muertos por la onda expansiva; algunas décadas después, los científicos han podido comprobar que la radiación en ambas ciudades sigue siendo elevada, a tal grado que su propia población continúa padeciendo los efectos preocupantes de la radiación. Ocho décadas después pervive el rastro iónico.
A colación
Con base en la experiencia japonesa, la prueba-error en donde las cobayas somos todos, la nueva carrera armamentista entre las potencias predominantes en el siglo XXI no pasa por la bomba atómica, sino por el uso de las tecnologías inteligentes, en las llamadas armas convencionales.
La premisa es clara: que sean ligeras, mortalmente masivas, invasivas, intrusivas, que no dejen heridos, más bien miles de muertos: que sean lo más devastadoras en superficies abiertas, en la lucha urbana y dejen sin escapatoria a nadie ni en búnquers, ni en cuevas o en alguna otra profundidad.
Me parece escalofriante saber que el derecho de los pueblos a la autodefensa, a la protección de su soberanía y al resguardo de la paz, fomenta la búsqueda de mejores armas y armamento para blindarse militarmente lo más que se pueda ante las amenazas externas.
Los organismos internacionales como la ONU intentan en la medida de sus limitaciones encontrar consensos para fungir como un árbitro mediador entre tantos países y tantos intereses con sus roces intrínsecos; pero muchas veces su actuación es más de dientes para afuera sobre todo en los delicadísimos episodios de fragilidad mundial en que la paz se ha paseado por el callejón del olvido. Lo vemos con la invasión rusa a Ucrania camino de los tres años y con la guerra de Israel contra los palestinos de Gaza, como un acto de venganza, tras los atroces atentados terroristas cometidos por Hamás y la Yihad Palestina el 7 de octubre de 2023.
Es inocultable la tirantez geopolítica en la disputa por la sábana multipolar. Estamos atrapados en una Guerra Fría 2.0 que ha vuelto a rearmar a las potencias y a darle al botón turbo del desarrollo de las armas de nueva generación. Y, esto, debería quitarnos el sueño.
@claudialunapale