Morelia, Michoacán

Salió del clóset ahí, en el Pride, a la buena de Dios, aunque sólo fuera de a “mentiritas”.

Solo una persona cercana, muy muy cercana, sabía quién era el hombre maduro detrás del pesado y colorido maquillaje, las medias de seda, de telaraña, y el vibrante corselete en color amarillo.

Estaba tan nervioso. No sabía si reír al verse por primera vez en ese escenario; al sentirse, por primera vez, parte de una comunidad, parte de algo, de alguien. No sabía si llorar del terror que le provocaba, aunque fuera disfrazado, reconocer lo que siempre supo, que su amor a las muñecas y a los Ken, no era sólo una etapa pasajera y enfrentar su homosexualidad de lleno.

Llegó solito con su alma y se refugió en el calor de las cientos y miles de alma convocadas a la marcha del Orgullo Gay, la Pride 2024, la que salió del clóset hace unos años y que cada vez reúne a más y no solo de la comunidad de la diversidad sexual, entre machomans, demonios, princesas, unicornios, muñecas, caritas sonrientes, rancheros, las drag queen y otros de cara lavada.

Mario no sabe si es elle, ella, él o cuál es el pronombre con el que, algún día, quisiera ser identificado.

Es abogado, con maestría. Se mueve más en temas mercantiles que penales. Tiene una familia, una bonita familia en la que, sin embargo, el tema del homosexualismo entra apenas con calzador.

Pero, “no condenan ni juzgan, sólo, pues no es tema en casa”.

Como no es un tema que se toque en casa, entonces, no puede hablarlo, no pudo contarle a su madre y menos ahora a su padre. De sus cuatro hermanos, sólo una se abrió de capa con él y le dijo “sé de tu secreto”.

Con Elvira tampoco lo habló, pero ella se convirtió entonces en una especie de cómplice, en la única persona de su familia que sabe lo que siente, lo que quiere, lo que le gusta, aunque no lo hablen aún abiertamente.

Ella fue de hecho quién le ayudó a elegir su atuendo; antes lo presionó y presionó hasta que le sacó un “sí” para asistir a la marcha Pride.

San Google les dio mil y una opción para el traje y eligió con cuidado el corselete amarillo, la falda en rosa, los dos tonos mexicanos, vibrantes; la delgada figura se enfundó en la tela elástica, se rasuró el bigote en un afán de esconder un poco más su identidad.

Es de una conocida familia moreliana, de esas cuyos apellidos están ligados a negocios y a servicios, así que no, ni cómo esconderse.

Los zapatos de 15 centímetros, con plataforma incluida, todos en dorado, le dieron una altura inmensa y así se sentía: IN-MEN-SA, dice y sonríe, traviesa, nerviosa, contenta.

El pelatzo que no es de él pero sí es real; las uñas largas, afiladas; un trabajo dedicado, colorido, cuatro centímetros pintados con gran estilo en los colores de la bandera gay.

Y así inició el recorrido de todos, de todas, de todes. Los chinos de la peluca, las pestañas con imán. El rojo vivo de los labios, dibujando la línea donde antes descansaba el nutrido mostacho.

Mario salió al mundo y gritó sus preferencias, pero bajito. Marchó, se sintió cobijado, escondido, amado y comprendido. Soñó por instantes con una pareja, una familia y hasta con hijos.

Llegó a Catedral, junto con todes, entre lluvias y colores, entre gritos y carcajadas; entre zombis y disfraces, entre familias y en solitario; joteando, gimiendo, jadeando; vibrando en azul y en amarillo, en rosa y en verde, en gris y en negro y en blanco.

La fugaz lluvia maquilló las lágrimas de aquel abogado que pronto volvió a su vida de siempre, pero que antes, por primera vez en sus más de treinta y tantos años, casi 40, salió del clóset, se soltó el cabello, se vistió de reina, se puso tacones, se pintó y se miró que era bella, en una noche que ya no fue oscura, sino de lentejuelas.