Uranden, Michoacán | Redacción Minerva SaBueso.- El camino de la vida se disuelve cuando la muerte se celebra. En Urandén, las aguas del lago y el aroma del copal despiertan a quienes, desde el más allá, esperan el reencuentro con los suyos.
El nombre de esta comunidad, proveniente del purépecha y asociado a una “vasija” o “charola”, parece cobrar sentido en estas fechas, cuando sus orillas se llenan de ofrendas flotantes y luz.
Imagen agencia ACG
Eran las 8:45 de la noche cuando las canoas avanzaban lentamente, entre reflejos dorados y murmullos de oración. Peregrinos y turistas observaban maravillados la procesión que mezclaba el fervor, la memoria y la identidad purépecha.
Los habitantes, ataviados con trajes blancos bordados en colores vivos, sombreros de palma y rebozos oscuros, avanzaban en su canoa junto a niños disfrazados de diablitos y ángeles, en una representación viva del ciclo entre la vida y la muerte.
Los puentes de madera, adornados con flores de cempasúchil, se convirtieron en senderos simbólicos hacia el Mictlán, mientras la multitud avanzaba con respeto y asombro.
Entre risas, silencios y fotografías, Urandén volvió a ser el escenario donde la tradición se hace presencia, y la memoria —como una flama en el agua— se niega a apagarse.