Los sueños nunca tienen el ahora, están tan solos en su amasijo de irrealidad que cuando despertamos nos parece increíble que sigan engañando al cerebro con el viejo cuento de que son verdaderos

Gustavo Ogarrio

Le dije en voz baja que tuviera cuidado con esos sueños. Lo más peligroso es que los sueños solamente nos engañan a nosotros mismos: los labios, el brazo izquierdo, la frente, la inflexión de las rodillas o, lo que es peor, los gestos, les creen; sufren y vibran con ese simulacro de vida inconexa como si fuera verdadera. Ella me había platicado su sueño de la noche anterior: con música para cocodrilos, algo de baile y luego una esperanza tremenda en los abrazos… eso es lo peor. Los sueños nunca tienen el ahora, están tan solos en su amasijo de irrealidad que cuando despertamos nos parece increíble que sigan engañando al cerebro con el viejo cuento de que son verdaderos, nunca serán como esta humilde taza de café, despostillada y hueca de poesía, o como esa magnolia que discretamente se abre en pétalos blancos, mucho menos tendrán la consistencia de las uñas pintadas de rojo de la enfermera que me vacunó la otra mañana contra la influenza. También le dije: Perdóname, siempre acabo combatiéndolos; me horroriza pensar que son un adelanto de la muerte verdadera. Sin embargo, cuando platico mis sueños o alguien me cuenta los suyos, soy capaz de mentir y de decir que a mí también me hechiza su raíz de tormenta o su redención de animal moribundo ante la vida. Hay quien los considera una traición, sobre todo aquellos sueños de calabozo, de auténtica fuga y cuando todo despertar se transforma en el regreso al infierno. Por eso no me gusta soñar cuando me va mal. Me acobardo fácilmente cuando estoy de regreso. Sin embargo, le voy a confesar que es tan lindo soñar y hacer de cuenta que los pájaros soñados son pájaros verdaderos. Ya sé que es un lugar común, pero nunca me he sentido tan libre como cuando era niño y soñaba que volaba por encima del mercado, de los Viveros de Coyoacán, del gimnasio… He soñado que pinto, en las paredes de la ciudad, poemas y frases que cimbran a los seres humanos y los vuelven a poner contra sí mismos, por ejemplo.