El escritor García Márquez apostaba en esos tiempos a su futuro dentro del cine

Jaime Vázquez colaborador de La Voz de Michoacán

Arturo Ripstein de niño recorría los sets de filmación; su padre, Alfredo Ripstein, lo llevaba a los estudios y Arturo descubrió entre moviolas, luces y el trabajo de actores en el escenario un mundo asombroso. Era un lector asiduo y antes de cumplir los 20 años había leído algunas obras de Gabriel García Márquez que circulaban entonces: los relatos de Los funerales de mamá grande y la novela El coronel no tiene quien le escriba.

Era la primera mitad de los años sesenta y la industria del cine mexicano, quizá a regañadientes, se abría a nuevos directores, a miradas jóvenes, historias y voces alternativas dentro del panorama nacional.

Así se celebró el Primer Concurso de Cine Experimental, organizado por el Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica (STPC). En esos tiempos de apertura, Ripstein conoció a García Márquez gracias al actor Jorge Martínez de Hoyos.

García Márquez apostaba en esos tiempos a su futuro dentro del cine. En algún momento afirmó: “…ahora estoy cobrando diez mil pesos por revisar un guion. Y pensar que he perdido tanto tiempo de mi vida escribiendo cuentos y reportajes. La literatura es fabulosa para disfrutar como lector, no como escritor”. Paradojas de la vida.

García Márquez tenía en las manos el relato El charro, que trabajó con Carlos Fuentes en los diálogos para convertirlo en guion para el cine. Arturo Ripstein, de 21 años, asumió la dirección del proyecto, que realizó dentro de la industria y no en el espacio independiente que abría el Concurso, e hizo algunas concesiones: El charro sería un western, para que lograra presencia en los mercados internacionales.

Así se conformó Tiempo de morir, la ópera prima del joven Ripstein, fotografiada por Álex Phillips, con música de Carlos Jiménez Mabarak y un elenco integrado por Jorge Martínez de Hoyos, Marga López, Alfredo Leal, Enrique Rocha, Blanca Sánchez y Tito Junco, entre otros.

Filmada entre junio y julio de 1965 en locaciones de Pátzcuaro, Michoacán, en los Estudios Churubusco y la Ciudad de México, Tiempo de morir nos cuenta el retorno de Juan Sáyago (Martínez de Hoyos) a su pueblo, después de 18 años de condena en la cárcel por el asesinato de Raúl Trueba. Sáyago lleva una herida adicional, un amor interrumpido y quebrado por el destino, Mariana Sampedro (Marga López), ahora viuda y con un hijo. Otra sentencia espera a Sáyago: los hijos de Raúl Trueba (Alfredo Leal y Enrique Rocha), que han jurado vengar la muerte del padre.

Están ya en la concepción de la película algunas ideas que identificarán a Ripstein a lo largo de su extensa y fundamental carrera en el cine, como el uso de los planos secuencia, la búsqueda formal, el interés por los personajes lastimados por la vida, las pequeñas tragedias que se transforman en toda una visión del mundo.

Entrevistado por Beatriz Reyes Nevares para el libro Trece directores del cine mexicano (publicado en 1974) sobre los temas obsesivos de sus películas, Ripstein afirmó: “Tanto en El castillo de la pureza como en El Santo Oficio, en Tiempo de morir como en Los recuerdos del porvenir, hay una misma idea, que es la de la intolerancia. Mejor dicho, la del horror ante la intolerancia”.   

Casildo (Carlos Jordán), compadre de Sáyago, postrado en una cama debido a las dolencias, celebra la llegada de su amigo, pero no pierde de vista la tragedia que se avecina: “Lárgate compadre, no tiene chiste salir de la cárcel para entrar al camposanto”, le advierte.

Ripstein ha dicho que jamás invitaría a alguno de sus personajes a tomar un café con él, “yo filmo por rencor y por miedo”, asegura.

Con casi seis décadas de hacer cine, Arturo Ripstein ha construido un andamiaje de enigmas, sueños, pesadillas, dolor, zonas luminosas de la vida y cuartos oscuros donde anidan las texturas del alma humana, para esconderse o para saltarnos a los ojos.

Ese camino nació en Tiempo de morir, en las calles de Pátzcuaro, donde los hermanos Trueba buscan, y seguirán buscando para siempre, a Juan Sáyago para vengarse.


Jaime Vázquez, promotor cultural por más de 40 años. Estudió Filosofía en la UNAM. Fue docente en el Centro de Capacitación Cinematográfica. Ha publicado cuento, crónica, reportaje, entrevista y crítica. Colaborador del sitio digital zonaoctaviopaz.
@vazquezgjaime