Explora la relación entre Tonantzin y Guadalupe, descubriendo cómo la diosa azteca se relaciona con la Virgen en el Tepeyac

Ciudad de México.- En tiempos prehispánicos, Tonantzin era una diosa venerada por los pueblos indígenas. Los conquistadores españoles, al considerar a los dioses aztecas como demonios, intentaron erradicar estas figuras. Para evangelizar, introdujeron la imagen de la Virgen de Guadalupe, adorada en el mismo cerro del Tepeyac donde se rendía culto a Tonantzin.

El nombre Tonantzin, que en náhuatl significa “nuestra madre venerada“, se asociaba a la madre de Quetzalcóatl, el dios supremo mexica. El 12 de diciembre era su fecha de celebración, coincidiendo con la festividad actual de la Virgen de Guadalupe.

Los españoles construyeron una ermita en el Tepeyac, sobre las ruinas de un templo dedicado a Tonantzin, para promover el culto católico.

Según el “Nican Mopohua”, un texto náhuatl de Antonio Valeriano, la Virgen María apareció ante Juan Diego en 1531 en el Tepeyac. Este relato ha generado debate sobre si los españoles utilizaron el culto a Tonantzin para establecer el de Guadalupe, o si los indígenas ocultaron su devoción a Tonantzin bajo la adoración a Guadalupe.

El término Tonantzin se utilizaba para referirse a varias diosas madres del panteón mexica y también como expresión para madres y abuelas. Cronistas como Bernardino de Sahagún identificaron a Tonantzin con diosas como Centetótl y Cihuacóatl, y con el principio metafísico de Ometéotl, cuyo aspecto femenino era Omecíhuatl.

En el siglo XVIII, un fenómeno similar ocurrió en Chiapas, donde un grupo de indígenas afirmó haber visto a la Virgen, iniciando un movimiento indigenista que fue suprimido por la iglesia.

El “Nican Mopohua”, escrito por Valeriano, es clave para entender el culto guadalupano. Valeriano, educado por franciscanos, utilizó conceptos prehispánicos en su relato, lo que suscitó críticas de otros religiosos. Su texto, aunque dirigido a indígenas, fue fundamental para la cristianización de la devoción a Tonantzin.

A lo largo del tiempo, el culto a la Virgen de Guadalupe se ha mantenido, con sus raíces en la veneración a Tonantzin. La obra de Valeriano fue redescubierta en el siglo XVII, revitalizando el culto guadalupano, que se convirtió en símbolo de identidad y resistencia cultural.