No, no existen razas superiores, pero sí existen pueblos mejor alimentados, pueblos con sistemas políticos más organizados con la posibilidad de destinar recursos más cuantiosos al estímulo deportivo y al mecenazgo de talentos

Luis Sigfrido Gómez Campos

La mente del planeta está en los juegos olímpicos de París. Esta justa deportiva ha terminado por convertirse en un resquicio de paz a la que los seres humanos recurren para decirle al mundo que todavía existen dignos motivos por los que la juventud se reúne a competir en las diferentes disciplinas deportivas para intentar alcanzar la gloria.

En cada rincón de este planeta, sin embargo, la vida sigue con sus retos, mezquindades, problemas, desigualdades e injusticias; y estamos obligados, aunque tengamos la urgente necesidad de encontrar formas más amables para justificar nuestro paso por esta vida, a darle a cada cosa la importancia que tiene en el contexto global frente al drama de nuestra existencia cotidiana.

Sí, no podemos sustraernos al fenómeno mundial de la gran gesta deportiva, histórica y milenaria que nos hace albergar la esperanza de llegar a ser competitivos en las diversas disciplinas deportivas frente a las grandes potencias, en las cuales, invariablemente, nos aplastan para reafirmar lo evidente: seguimos siendo el mismo pueblo subdesarrollado que siempre va por las migajas a hacer el ridículo ante los ojos de otros países que obtienen los laureles.

Cómo le explicamos a nuestro pueblo bueno, que nunca pierde la esperanza, que no existe la posibilidad real en estos tiempos de que vayamos a los juegos olímpicos y logremos traernos una buena cantidad de medallas como lo hacen otros países del mundo; qué explicación le damos a nuestra gente que nunca pierde la fe y que no encuentra una explicación racional ante el fracaso. No podemos decirle que es una cuestión de genes, porque estaríamos dándole la razón a Adolfo Hitler, quién afirmaba la existencia de razas superiores.

No, no existen razas superiores, pero sí existen pueblos mejor alimentados, pueblos con sistemas políticos más organizados con la posibilidad de destinar recursos más cuantiosos al estímulo deportivo y al mecenazgo de talentos; pueblos cuyos dirigentes deportivos respetan la legítima ambición de sus jóvenes talentos y no los mandan a vender calzones.

Ana Gabriela Guevara, titular de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade), hace aproximadamente un año, se involucró en el gravísimo error de entrar en un vulgar conflicto de declaraciones contra las integrantes del equipo de natación artística, las cuales habían ganado la medalla de oro en el mundial de Egipto.

Las atletas se inconformaron por la falta de apoyo económico por parte del Gobierno, por el cual, decían, se habían visto en la necesidad de promover la venta de trajes de baño para solventar los gastos de su equipo. Ana Gabriela les dijo: “Por mí, que vendan calzones, Avon o Tupperware”. Con ello trataba de justificar que no había recursos para ellas, porque los directivos de la Federación Mexicana de Natación habían abusado de los recursos públicos sin justificar resultados.

Días después la exmedallista olímpica insistió ante la prensa: “A ver, es un tema de definiciones; yo te preguntaría cómo le llamas a un traje de baño: ¿calzón de baño o traje de baño? Es lo mismo. Si tienen conflictos con los calzones, que se los quiten”.

A fin de cuentas, Ana Gabriela ha demostrado que esto de dirigir el deporte y dar declaraciones públicas no es lo suyo. Ella es, hoy por hoy, depositaria de la confianza para dirigir el deporte en nuestro país; no es la única responsable del bajo nivel de nuestros deportistas; acusarla de eso sería un despropósito, pero sí es un eslabón más en esta cadena de desaciertos, pifias, corruptelas y desatinos que vive el deporte mexicano desde hace muchísimos años.

Ana Gabriela Guevara vaticinó que, en estas olimpiadas de París, nuestro país obtendrá entre nueve y 12 medallas para superar la marca histórica de México 68, donde se obtuvieron nueve medallas.

La ex corredora de los 400 metros ha declarado que tiene una estrategia muy bien pensada para levantar el ánimo de los atletas. Cree que dotándolos de mejores uniformes y equipos técnicos de excelente calidad puede levantar el ánimo de los competidores nacionales. Dice que la experiencia de llegar a competir en solitario con tu mochilita mientras ves cómo tus oponentes llegan con equipamiento de lujo y grandes asesores resulta devastador para el atleta mexicano.

De cualquier modo, las expectativas que se traza la principal responsable del deporte en nuestro país son una justificación que explica la miseria del lugar que tiene el deporte nacional frente a otras potencias.

La situación que padece nuestro país en las justas deportivas internacionales es similar a la que viven los pises de Latinoamérica, donde el triunfo de sus atletas, en la mayoría de los casos, se debe al esfuerzo y perseverancia personal, más que a programas de apoyo institucional.

El año pasado, el boliviano Héctor Garibay ganó la maratón de la Ciudad de México con un tiempo record. Garibay nació en Oruro (una población de menos de 300 mil habitantes); trabajó como taxista para poder financiar su carrera, debido a lo que él llamó “falta de apoyo” de parte de los patrocinadores. Es un orgullo para su país, pero también es un ejemplo de lo que el deporte es en Latinoamérica. Este deportista correrá en París. Es uno de los tantos atletas que competirá con el corazón y que representa la esperanza de nuestros pueblos.

En México también tenemos algunos atletas como Héctor Garibay.

luissigfrido@hotmail.com