Morelia, Michoacán, 17 de septiembre de 2024.- Aclarando conceptos; el término «servilismo» se refiere a una actitud de sumisión extrema y obediencia ciega hacia una figura de autoridad, ya sea por temor, conveniencia o beneficio personal. Evidentemente este comportamiento implica renunciar a la propia dignidad, principios y valores para satisfacer los deseos y órdenes de quienes están en el poder.
En el ámbito político, el servilismo se manifiesta cuando los funcionarios y representantes del pueblo actúan más como vasallos que como líderes con convicciones propias, lo que erosiona la confianza pública y alimenta una imagen negativa en la sociedad. ¿Ejemplos? Esos que están pensando y muchos más.
En México, así como en muchos otros países, la percepción pública de los políticos ha sufrido un deterioro considerable. Uno de los factores que más contribuye a esta mala imagen es el servilismo evidente de muchos de ellos. Este comportamiento, que llega hasta la abyección, se traduce finalmente en la degradación de su figura ante la opinión pública.
La abyección, entendida como la degradación moral extrema, se hace evidente cuando los políticos adoptan posturas que traicionan los principios y valores que juraron defender, nuevamente ejemplos sobran, y muy recientes. Estos políticos, a final de cuentas, se convierten en marionetas, simples ejecutores de los intereses de quienes detentan el poder. Este fenómeno no es exclusivo de México, pero es particularmente notable en el país debido a la larga historia de corrupción y colusión entre la clase política y las élites económicas.
Casos emblemáticos de corrupción en México abundan, en el sexenio que investiguen, desde el derroche en los fideicomisos de Luis Echeverría; en las épocas de la bonanza petrolera de López Portillo vimos la venta , sin control, de petróleo en el mercado libre de Róterdam obviamente para no rendir cuentas; las muy costosas campañas electorales donde tirar el dinero era y es lo más común, la llamada «Estafa Maestra», donde funcionarios del gobierno desviaron miles de millones de pesos a través de universidades públicas y empresas fantasmas y recientemente la mega estafa de SEGALMEX; actos todos que no solo muestran la abyección de los involucrados, sino también una carencia de principios y de compromiso con su rol como servidores públicos. En lugar de defender los intereses del pueblo, estos políticos utilizaron sus cargos para enriquecerse a costa de la sociedad.
Otro elemento que contribuye a la mala imagen de los políticos es su pobre educación en términos de formación cívica y ética. La política debería ser una profesión guiada por el conocimiento profundo de la ley, la ética y el bienestar social. Sin embargo, en muchos casos, los políticos carecen de una verdadera comprensión de estos conceptos fundamentales. Esta falta de educación se refleja en decisiones mal informadas, en la implementación de políticas públicas ineficaces y en un desprecio general por el proceso democrático.
En México son comunes los casos de legisladores que no tienen la preparación adecuada para desempeñar sus funciones. Es más, algunos difícilmente se saben el abecedario completo; muchos desconocen aspectos básicos de la Constitución que juraron defender. Esta ignorancia no solo es vergonzosa, sino que también perpetúa la idea de que los políticos no están calificados para ocupar sus cargos, lo que disminuye aún más su credibilidad y respeto.
El oportunismo y la ambición monetaria son quizás los factores más evidentes que contribuyen a la mala imagen de los políticos. El deseo de enriquecerse a través de la política se ha convertido en un estigma que persigue a la clase política en muchos países. Los ciudadanos perciben a los políticos como individuos que buscan el poder no para servir al pueblo, sino para servirse a sí mismos.
En resumen, la mala imagen pública que tienen los políticos en México y en otros países se debe en gran medida a su servilismo, su profunda abyección, total carencia de principios, pobre o nula educación y un evidente oportunismo y ambición monetaria. Estos factores no solo degradan la percepción de los políticos ante la sociedad, sino que también minan la confianza en las instituciones democráticas.
Ilusoriamente podemos opinar que para mejorar esta situación los políticos deben adoptar una actitud de servicio genuino, se eduquen adecuadamente en temas cívicos y éticos, y renuncien a la búsqueda de beneficios personales a expensas del bienestar común. Posibilidad real en México. Siendo sincero, nula.