Onetti siembra en el final de esta novela un guiño de su utopía como lector.
Gustavo Ogarrio
El escritor uruguayo Juan Carlos Onetti (1 de julio, Montevideo, 1909- 30 de mayo, Madrid, 1994) nunca se cansó de anunciar su fracaso como ciudadano ordinario y moderno: el fantasma fumador de un mundo que percibía desde siempre en ruinas. Las marcas de este fracaso se encuentran diseminadas en toda su obra, principalmente en esa dimensión autobiográfica que es también parte de su método de composición. Dice Eladio Linacero, protagonista y narrador de ‘El pozo’, la primera novela de Onetti: “Yo soy un pobre hombre que se vuelve por las noches hacia la sombra de la pared para pensar cosas disparatadas y fantásticas”.
Es en el último párrafo de la novela ‘Para una tumba sin nombre’, donde Onetti deja grabada la significación del acto de relatar en su poética narrativa: "Escribí, en pocas noches, esta historia... Lo único que cuenta es que al terminar de escribirla me sentí en paz, seguro de haber logrado lo más importante que puede esperarse de esta clase de tarea: había aceptado un desafío, había convertido en victoria por lo menos una de las derrotas cotidianas."
Contrario a cualquier perspectiva ilustrada sobre el ámbito de dominio de la letra o lejos del paradigma de la textualidad como fundadora del sentido cultural de una sociedad, Onetti siembra en el final de esta novela un guiño de su utopía como lector y uno de los momentos más radicales de su poética: narrar en contra de las fuerzas que transforman en derrota cada acto de la vida cotidiana y oponerles sin concesiones, de una manera casi demencial, la dimensión artística de nuestro fracaso como seres humanos, como sujetos y lectores que viven sin escapatoria la modernización periférica y destructiva de todos los mundos posibles.