Más de 6 mil ejemplares conforman la biblioteca que donó el filósofo a Morelia.

Liliana David, colaboradora de La Voz de Michoacán

El reconocido filósofo Luis Villoro, nacido en Barcelona en 1922, llegó a México cuando tenía diecisiete años, obligado a huir del viejo continente con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. A la edad de nueve años, tras la muerte de su padre, un médico de origen español ya había sido enviado a estudiar a Bélgica. Fue su primer exilio. En 1939, arribó a la hacienda de la familia de su madre mexicana en San Luis Potosí, la cual se ubicaba en la remota aldea llamada Cerro Prieto, en una zona desértica. Comenzaba para el joven su segundo exilio. Fueron estos capítulos decisivos en la vida del filósofo, quien iniciaba con ellos su búsqueda y exploración de una identidad múltiple, plural. Luis Villoro estuvo dispuesto a reconocerse y construirse desde la alteridad, ensayando y pensando desde distintas perspectivas. Lo hizo vinculándose a una pluralidad de culturas y a partir del sentido de la vida que se despliega en el «ser para los otros».

Ésta es la frase con la que Mario Teodoro Ramírez, profesor emérito de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH), sintetiza el espíritu humanista del reconocido pensador, el cual, luego de varios años de relación con la comunidad filosófica en Morelia, decidió donarle su biblioteca personal al Instituto de Investigaciones Filosóficas que hoy lleva su nombre: un acervo importante de más de seis mil volúmenes que se encuentran bajo la custodia de la máxima casa de estudios en la capital michoacana.

«Él valoraba mucho que sus libros estuvieran aquí, en Morelia –me dice el profesor Teodoro–, y que fueran accesibles tanto para los maestros y los jóvenes estudiantes como para el público en general. Y para quien tenga curiosidad, puede encontrar entre ellos obras muy interesantes. Por ejemplo, hay primeras ediciones de filosofía y cultura mexicana de principios de siglo XX, pues Villoro tenía todos los libros de Antonio Caso, José Vasconcelos y Samuel Ramos. También están los libros de filósofos clásicos, las obras completas de Descartes, de Husserl. Hay libros en francés, italiano, inglés, español y portugués».

Años después de la muerte de su padre, su hijo Juan Villoro confesó que tanto a sus hermanos como a él mismo les sorprendió la decisión de don Luis de regalar su biblioteca personal a la institución michoacana. Antes de realizar la donación, no obstante, el generoso pensador les había ofrecido la posibilidad de quedarse con los títulos que quisieran. Sin embargo, para no abusar de tal ofrecimiento -como narra el propio Juan-, sólo tomaron algunos volúmenes, con la intención de que la mayor parte de la biblioteca de su padre quedase reunida en un mismo espacio. El propio Luis Villoro, como cuenta Ramírez Cobián, se encargó del traslado de los volúmenes a Morelia desde la Ciudad de México. Llegó, de hecho, en persona hasta la Ciudad Universitaria, siguiendo con su coche al camión de mudanzas, para supervisar que todos los ejemplares quedaran bien resguardados. Es en ellos donde podemos hallar el retrato de la mente de un gran intelectual, quien, en sus primeros años de exilio en México, estuvo fuertemente influenciado por la obra del exiliado republicano José Gaos, su querido maestro, quien a su vez era un exdiscípulo del filósofo español José Ortega y Gasset.

Desde muy joven, Luis Villoro formó parte del grupo Hiperión, el cual estuvo integrado por varios filósofos destacados que pronto se interesaron por el estudio de la cultura mexicana y los problemas sociales que aquejaban al país. Con ese interés, crearon una corriente filosofía que, entre los años 1948-1952, indagó en la realidad e identidad mexicanas. «Sobre todo, tenía interés por la historia de las comunidades indígenas -señala Teodoro Ramírez-, así que publicó en 1950 uno de sus libros más conocidos, Los grandes momentos del indigenismo en México, que de alguna manera cuenta la historia de nuestro país. Se refiere especialmente a la forma en que se ha concebido a los indígenas. Se puso a estudiar el problema, desde la conquista española hasta principios del siglo XX. Villoro, de hecho, fue muy crítico con la conquista. Decía que ahí se originaban todos los males de las comunidades indígenas, en la imposición de la cultura occidental, europea, católica, que le pareció un acto de violencia injustificable. No sé si esa crítica les gustaba mucho a los españoles, porque allá les enseñan a los niños que Hernán Cortes es un gran héroe, y acá, que es el malo de la historia -sonríe el profesor-. Nuestra visión es muy diferente. Pero desde la academia nos gusta respetar las distintas posturas, pues estamos más abiertos al debate.»

No hay duda de que Luis Villoro Toranzo fue un pensador y un hombre admirado y querido por la comunidad filosófica de México; pero sobre todo destaca el amor y respeto que le profesaron las comunidades indígenas de Michoacán y Chiapas. Cercano y simpatizante de la lucha zapatista, y aunque gozaba de amplio reconocimiento en todo el territorio nacional, sigue hoy siendo recordado como un hombre modesto y sencillo, como un pensador que siempre estuvo interesado y comprometido con el estudio de los problemas sociales de nuestro país. De ahí que sea tan importante que se conozca a fondo el acervo que donó a la comunidad de Morelia. Incluso, como sugiere Teodoro Ramírez, «que algunos estudiantes emprendan el análisis de los títulos, de los autores, a través de los cuales podríamos seguir las pistas de las ideas, de lo que él leía, para tener un estudio más acabado del testimonio de una vida intelectual como la suya». En 2010, cuatro años antes de su muerte, Luis Villoro recibió el Premio en Humanidades «Alfonso Reyes», otorgado por primera vez por el Colegio de México, con motivo de los 70 años de la fundación de dicha institución. Entre los candidatos que habían sido propuestos como contendientes para recibir el galardón, también se encontraban Noam Chomsky, Eric Hobsbawm, José Emilio Pacheco, Mario Vargas Llosa, Carlos Monsiváis. Pero, entre todos ellos, fue a Villoro Toranzo a quien consideraron como el más humanista de los pensadores de su época. Sus inquietudes filosóficas tendieron no sólo a la búsqueda de respuestas ante los problemas sociales de México, sino a construir alternativas para su radical transformación, un cambio que al mismo tiempo hiciera justicia a los marginados y excluidos de todos los tiempos.