Sociedades y comunidades en América Latina que se enfrentan permanentemente al olvido de su propia historia.
“El lenguaje es la casa del ser. En su morada habita el hombre. Los pensadores y poetas son los guardianes de esa morada”. Estas palabras de Martin Heidegger, más que el follaje sonoro de un bosque, resuenan como un acantilado de conceptos encriptados que exhortan a encontrar la esencia del humanismo y de la poesía. El oráculo de las filosofías alemanas modernas: una tradición tan poderosa como intimidante. “Guardianes” de una “morada” que difícilmente podría convertirse en nuestra morada. La expresión críptica de Heidegger no deja lugar para una concepción mundana del habla o de ese “intercambio verbal concreto” al que se refiere Bajtín: para la polifonía y la heteroglosia misma del pensamiento y de las palabras actuantes en la formación de sentido narrativo y poético de nuestras sociedades y comunidades. De alguna manera, esencializa el lenguaje. Las prácticas narrativas, poéticas y filosóficas quedan prisioneras en esa morada humanista. Un Heidegger que a través del “ser” profundiza el dominio decimonónico del pensar sobre el lenguaje, concebidos todavía de manera independiente. Un Heidegger que construía esta morada mística resguardada por guardianes que entendían como vulgar al habla de todos los días, es decir, la infinita variedad de tonos, gestos, inflexiones, silencios, ironías, risas populares y un largo etcétera, actuantes en la lengua hablada, quedarían fuera de la casa del ser y del lenguaje mismo entendido como filosofía, poesía y arte. Un Heidegger que es difícil de entender a la luz de sociedades como las nuestras, que todavía viven procesos de recolonización violenta y en una permanente de búsqueda de su propia expresión, como afirmaba Pedro Henríquez Ureña; sociedades y comunidades en América Latina que se enfrentan permanentemente al olvido de su propia historia.