La músico mexicana reflexiona sobre su experiencia profesional como oboísta y participante de varios proyectos musicales desde Morelia
Víctor E. Rodríguez Méndez
El oboe es un instrumento musical de viento-madera muy singular, cuya evocación es elegante y sutil. Tiene, también, un tono poderoso, noble y gratificante. Charles Baudelaire escribió en un poema: “Hay perfumes frescos como carne de niño, dulces como los oboes, verdes como las praderas”.
Por su delicado sonido y riqueza sonora es el preferido de muchos oyentes y ha sido inmortalizado en obras cúspide como el Concierto para Oboe en C Mayor K.314 de Mozart, las piezas de cámara para oboe y piano de Robert Schumann y, por supuesto, el Concierto para Oboe, Cuerdas y Continuo en Re Menor BWV 1059 o el Concierto para Oboe y Violín in C Menor de Johann Sebastian Bach, además de composiciones de Alessandro Marcello, Georg Philipp Telemann, Joseph Haydn y Richard Strauss, entre muchas otras.
Se trata de un instrumento popular desde la antigüedad (surgió en Egipto en el 3000 a.C con el nombre de abud) y que, además, ha sabido adaptarse a los tiempos modernos y a otros escenarios (Ennio Morricone lo hizo más famoso con su «Gabriel’s Oboe» de la banda sonora de La Misión e, incluso, la banda británica de pop alternativo The Dream Academy tenía a Kate St. John tocando el oboe en varias canciones).
El nombre oboe proviene de la palabra francesa hautbois que significa “madera alta” o “madera fuerte”. Para Monserrat García, oboísta desde hace dos décadas, este instrumento es “mágico y maravilloso, muy temperamental”, a la vez que su fragilidad lo hace compatible con la misma experiencia humana. Además, tiene “uno de los sonidos más dulces” que ella jamás haya escuchado, según dice. “Siento que es muy expresivo, que me habla intensamente —al menos a mí—muy adentro. Eso fue lo que me hizo enamorarme de él. Sentí que era el sonido más penetrante y, por tanto, el que más resonancia había tenido en mi cuerpo, aún no sé cómo explicarlo”.
Amor a primera vista
Monserrat García Campos se refiere a sí misma como una mujer mexicana, músico común que se dedica a tocar un instrumento llamado oboe, además del corno inglés, que pertenece a la misma familia instrumental. Nació en Ensenada en 1987, aunque su familia es de Zacatecas y desde hace diez años vive en Morelia, desde donde es principal de sección de la Orquesta Sinfónica de Michoacán (OSIDEM) y de la Orquesta Filarmónica del Tzintzuni, además de ser profesora de oboe en la Facultad Popular de Bellas Artes de la UMSNH y es integrante fundadora y líder del Ensamble Danaus, entre otras actividades y participaciones profesionales.
“Me veo como una persona ordinaria que busca vivir de la música en México”, señala en entrevista una cálida tarde de verano en el Centro Cultural Allende 637. “Soy una persona tenaz, líder de grupo que trabaja en beneficio de mi comunidad y en beneficio del arte en mi ciudad”.
A los ocho años formó parte del coro infantil de la entonces Escuela de Música de Zacatecas, cuyo efecto fue definitivo para su acercamiento y dedicación a la música clásica. Recuerda que era una niña muy activa porque, además, iba a clases de ajedrez, ballet, inglés y computación. De todo ello, por lo que más sintió una fuerte afinidad fue la música, la cual también le reveló la necesidad de no sólo tocar, sino hacer cosas por los demás.
“Siempre me he sentido una educadora al querer compartir eso con mis hermanos y mis vecinos; fundé mi propio coro de niños, pero se acabó pronto cuando a mis hermanos y vecinos les empezó a cambiar la voz. Eso me hizo estar más cercana a querer involucrarme en una carrera de música. El canto me gustaba, pero no me llenaba profundamente. Y cuando en la escuela de música en la que estudiaba coro me preparaba para un propedéutico, me presentaron todos los instrumentos y me enamoré del oboe”.
Se enamoró, recalca, del timbre y extraño sonido del instrumento, de sus particularidades. “Empecé a tocarlo a los 13 o 14, y cuando cumplí 15 mi regalo fue un oboe, porque era lo que quería. Y desde entonces la vida me ha ido moviendo”.
Antes de cumplir los 18 entró a la licenciatura en Música de la Universidad Nacional Autónoma de México, con un breve periodo de una estancia de seis meses en el Kärnten Konservatorium deAustria como parte de una beca para estudios en el extranjero (2013). Casi al acabar la carrera — se graduó Cum Laude— ganó la audición de principal de oboe en la OSIDEM y eso la trajo a Morelia, el lugar de operaciones para sus diversos proyectos.
Con el oboe, reitera, fue amor a primera vista y oída; y surgió así por el sonido que le evocaba. Con el entusiasmo que le despierta su implemento musical, considera que Johann Sebastian Bach es el mejor compositor para hablar de este instrumento.
El genio alemán, de hecho, escribió muchas obras para oboe (también para oboe d'amore y corno inglés), sólo en menor en número que las que hizo para teclados. ¿Las mejores obras para este instrumento son la de Bach?, le pregunto a Monserrat. “Yo pienso que sí”, responde de inmediato.
“Los músicos decimos: Papá Bach, porque es música increíblemente compuesta desde un lugar tan humilde y sincero por una persona que no tenía un ego grande, porque él trabajaba en una iglesia, ésa era su chamba; él lo veía como el zapatero que va a hacer bien sus zapatos. Para él eso era la música; su idea de buena manufactura no venía de hacerse famoso o de hacerse rico, sino de hacer música bella para él y para las personas que lo rodeaban”.
La maestra de la Fred Fox School of Music en la Universidad de Arizona recomienda particularmente el Magnificat BWV 243, en el que Bach integra varios solos de oboe, además de las Cantatas (todas tienen solos de oboe), los Conciertos para el oboe en La Menor y en Do Menor y —por si faltara— los seis Conciertos de Brandeburgo (BWV 1046-1051).
Un instrumento exótico y cercano
“El oboe es dulce y taimado; es expresivo y un tanto exótico y cercano”, añade Monserrat. “El oboe sirvió en la literatura para representar voces femeninas, pero también para representar música árabe aun cuando el oboe es francés. Tiene un aire de alta cultura y, al mismo tiempo, de algo muy arrabalero”.
Acorde con estas facetas de su instrumento, la ejecutante mexicana cree que las y los solistas tienen “ciertas manías” similares, porque en general es gente muy ansiosa, según afirma, obsesionada incluso con la humedad y la presión de los ambientes, porque esos factores afectan seriamente a la caña del oboe (también llamada lengüeta), que es muy delicada. “También somos personas que aprendemos. Hay instrumentos —como el violín o el piano— que son muy famosos y que no tienen el elemento de que algo va a fallar en algún momento, porque son instrumentos perfectos en cierta manera”.
Del oboe, agrega la instrumentista, le gusta lo humano que puede llegar a ser, porque, por más bien que pueda tocarlo alguien, en cualquier momento se puede romper la caña y sobreviene la falla garrafal. En ese sentido, este riesgo es algo “muy cercano a la experiencia de la vida del ser humano: cuando en cualquier momento algo puede fallar y tú tienes que aprender a vivir con eso”.
Es, por tanto, ese elemento de fragilidad lo que la hace tan allegada al oboe. “Todos los oboístas que conozco son felices, porque han aprendido de la fragilidad de nuestro instrumento; y porque es temperamental, todo eso lo hace mágico y maravilloso también. Nada más cercano a la vida, ¿no?”.
Como ejecutante admira especialmente a su maestro suizo Thomas Indermühle, considerado el mejor oboísta del mundo durante muchos años, y con quien Monserrat sigue aprendiendo al ser parte del grupo internacional de oboístas profesionales de la Fundación Nacional de Oboes de Colombia, comunidad que integra a instrumentistas de Colombia, Costa Rica, Argentina, Perú y México.
Además de ser ganadora de distinciones académicas y otros reconocimientos, Monserrat García ha participado en festivales, congresos y concursos internacionales. También ha integrado diversas agrupaciones de música de concierto como sinfónicas, ensambles de cámara y como solista. Esta experiencia en conjunto la define de forma clara: “Lo que más me gusta es hacer música con mis amigos”.
Siempre busca trabajar con gente con la que se sienta cómoda, agrega, que tenga una visión parecida a la suya y con quien comparta su amor por el quehacer artístico. “Para que un producto musical sea exitoso debe tener detrás mucho tiempo, esfuerzo de trabajo y dedicación y mucho amor. Es como cuidar a un niño chiquito, tiene que haber mucho amor detrás para que puedas criarlo de la mejor forma”.
Hace siete años fundó el Ensamble Danaus por la necesidad de encontrar un espacio en el que hubiera “mucho amor por algo” y ver hasta dónde lo podían llevar. A la fecha, el grupo ha dado varias giras por el país, lo cual la hace “sentirse bendecida”. Por otra parte, ser integrante de la OSIDEM le aporta un orgullo muy especial, al grado de sentir personalmente mucha responsabilidad de cuidar la institución michoacana y dar lo mejor de ella para que siga perdurando.
Y de Tzintzuni, orquesta que recientemente se reactivó con varias presentaciones en Morelia, Monserrat asegura que es “un proyecto increíble” con el que se siente contenta de estar haciendo conciertos. “También es una orquesta de amigos, con quienes nos juntamos por las ganas de hacer música juntos”.
De su rol como profesora en la Facultad de Bellas Artes, dice que le inspira mucho enseñar y compartir algo a los demás. Trabajar con gente joven, añade, le hace sentir la pertenencia a una comunidad, lo cual es muy importante y le encanta.
En noviembre de 2023, la también integrante honoraria del Ensamble de Música Antigua de Zacatecas presentó su hasta el momento único disco llamado Neoboe: Música Mexicana para Oboe/Corno Inglés con Piano o electrónica, que realizó con una beca nacional de creadores escénicos, para el que comisionó música nueva y también reestrenó música de compositores como Jorge Córdoba, Diana Syrse, Andrea Sarahi y José Gurría-Cárdena, entre otras y otros.
“Para mí era muy importante hacer una producción mexicana con música mexicana para oboe compuesta y tocada por músicos mexicanos, y que tuviera un lugar en el mar de contenido que se está haciendo hoy en día, sobre todo porque el oboe está relegado y somos pocos ejecutantes en la esfera mexicana”.
Monserrat García asegura con mucho convencimiento que se siente “un poquito loca” porque le encanta hacer muchas cosas, y siente que se le acaba la vida y quiere ver qué más puede hacer. “Soy muy afortunada de tener la agrupación y los respaldos que tengo, que me costaron mucho esfuerzo, pero que afortunadamente hay gente que aprecia mi trabajo y me apoya para estar al frente de varios proyectos que están funcionando”.
En suma, no oculta su alegría y satisfacción con lo que le pasa actualmente. “Ahorita es un gran momento de mi vida y estoy muy agradecida por todo lo que tengo y, al mismo tiempo, tengo un deseo de apoyar, de aprovechar este momento como un reflector para también compartirlo con los demás”.
Última pregunta, le digo, a bote pronto, porque se tiene que ir a un ensayo: si tuvieras la oportunidad de regresar el tiempo y escoger otro instrumento, ¿lo harías? Responde tajantemente envuelta en una gran sonrisa: “¡No, nunca! El oboe es mágico, es especial. Es parte de mi vida”.
Víctor Rodríguez, comunicólogo, diseñador gráfico y periodista cultural.