El escritor Julio Torri, genio de la brevedad literaria, prodigó en sus relatos no sólo la belleza de la palabra justo sino la luminosidad de las alegorías humanas

El escritor Julio Torri, genio de la brevedad literaria, prodigó en sus relatos no sólo la belleza de la palabra justo sino la luminosidad de las alegorías humanas. Sin embargo, tropezó en una de sus heterogéneas creaciones, aquella en la que su imaginación subraya que los unicornios prefirieron desaparecer del planeta antes que avenirse a abordar la mísera arca de Noé, embarcación de bestias que olía a inmundicia. Yo puedo asegurarle, don Julio —dios perdone mi atrevimiento— que el motivo de la negativa fue muy distinto, los unicornios no entraron a la embarcación por un simple motivo: estaban seguros de que podían sobrevivir al diluvio. Y así ocurrió, maestro Torri, se salvaron nadando sin pausa hasta volverse acuáticos. Desarrollaron luz que manaba por su cuerno y perfeccionaron sus alas para volar en la profundidad del lecho marino. Y no perdieron su capacidad de respirar en tierra, de cabalgar por las llanuras y volar cerca de los volcanes.

Hoy el arca es una fábula remota y los unicornios son habitantes de cielo, mar y tierra. Y prefieren evadir a los humanos, los más terribles depredadores.

Como yo vivo solo en la falda de este volcán, uno de los unicornios me ha brindado su confianza, se acerca a mí y me deja conocer lo que aquí comparto. Por tanto, don Julio, le aseguro que los unicornios sobrevivieron y algunos pastan por estas laderas. No soy nadie para corregirle la plana, pero es justo que la gente sepa que estos seres prefirieron emprender su propia travesía fuera del arca. Además, puedo decirle, maestro Torri, que leo sus relatos al unicornio y, cuando concluyo, vuela alto para demostrarme que esas palabras le provocan gran alegría.