Texto y fotos: Asaid Castro/ACG
Mariana avanza lentamente por el empedrado de la calzada Fray Antonio de San Miguel, con rumbo a visitar a “La Morenita” en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, conocido mejor como el Templo de San Diego; cada avance sobre sus rodillas es un recordatorio del peso de su manda. Su rostro, concentrado y serio, refleja también el cansancio y el dolor que resienten sus extremidades.
Vestida como güarecita, su atuendo bordado y las trenzas con listones morados destacan entre la penumbra de los árboles que cubren el camino. Sostiene una manta de la Virgen tejida por ella misma, en la que cada estrella y flor simbolizan detalles relacionados con la aparición de la Virgen, en un acto que resume su amor y devoción.
Es la segunda vez que Mariana realiza este recorrido; la primera fue en 2013, cuando prometió a la Virgen de Guadalupe que si su madre lograba recuperarse de una enfermedad terminal, llegaría de rodillas al Templo de San Diego a darle las gracias y ofrecerle su fidelidad y amor.
Contra todo pronóstico médico, su madre mejoró y, desde entonces, Mariana asegura que su fe en la Virgen se ha fortalecido. Ahora, 11 años después, cumple una nueva promesa tras la recaída de su madre.
“El doctor decía que no entendía cómo había mejorado, nos preguntaba qué se había tomado mi mamá, porque ya no podía levantarse y ahora anda de pie otra vez. Por eso estoy aquí otra vez”, comparte Mariana con una alegría serena.
El trayecto no es fácil. Aunque se apoya en una cobija, la fricción del empedrado lastima las rodillas y los dedos. “La primera vez se me hacía fácil, pensaba que no estaba tan largo, pero al final terminas con las rodillas y los dedos raspados. Luego te levantas y hasta te mareas. Pero más que nada, la fe es lo que te motiva a llegar, y en mi caso, ver que mi mamá está bien”, dice, mientras sonríe con algo de agotamiento.
Avanza entre pequeños descansos y alguna leve caída, mientras las miradas curiosas de quienes disfrutan las cañas o simplemente observan, no la distraen de su propósito. “Vale la pena. Mi mamá está mejor, y eso es lo que importa”.
Su hermana Estefanía la acompaña en este recorrido, ayudándola a recoger las cobijas mientras Mariana avanza sobre el empedrado. Ella también ha hecho esta peregrinación y coincide en que el dolor físico queda en segundo plano ante la satisfacción de cumplir una promesa.
Mariana decidió adelantar su recorrido para evitar la multitud que se congrega previo al 12 de diciembre, día central de las fiestas guadalupanas. “Ese día hay mucha gente, y a veces no se puede avanzar bien”, explica.
Aunque el camino es relativamente tranquilo, el esfuerzo físico la deja sudando y extenuada, pero su determinación permanece intacta.
Cada detalle cuenta. Su manta, cuidadosamente tejida, no solo simboliza su devoción, sino también la historia y la fe que envuelven a la Virgen de Guadalupe. Cada estrella y flor bordadas representan elementos significativos de la aparición, un homenaje personal y profundo.
El sacrificio de Mariana no es aislado. A lo largo de la calzada, otras personas también cumplirán sus mandas en los días previos al 12 de diciembre, el día de La Guadalupana, de La Morenita, de la Reina de los mexicanos, llevando flores, rezando o incluso acompañados de música de banda para ofrecerle las mañanitas a la Virgen.