A medida que las democracias —no solo en Estados Unidos— se polarizan cada vez más, la cuestión es hasta qué punto quienes lideran pueden jugar más ampliamente con las divisiones sociales
Agencias / La Voz de Michoacán
El ascenso de figuras políticas como el presidente estadounidense Donald Trump y el argentino Javier Milei –que maneja una motosierra– ha llevado en los últimos años a que muchas personas se cuestionen el papel de la personalidad y la imagen en los asuntos mundiales. En el caso de Trump —que ha declarado “Yo dirijo el país y el mundo”—, ¿le mueve el puro ego? ¿Actúa según una estratégica de la “teoría del loco”?
A medida que las democracias —no solo en Estados Unidos— se polarizan cada vez más, la cuestión es hasta qué punto quienes lideran pueden jugar más ampliamente con las divisiones sociales. Las cámaras de eco online y los medios de comunicación tendenciosos contribuyen a separar a los grupos. También pueden generar animadversión las cuestiones económicas. Pero, a la hora de enfrentar a unas personas con otras, ¿qué papel desempeña la clase política y su personalidad?
“El efecto interno”
Un estudio realizado por equipos de investigación de Suiza y de los Países Bajos han encontrado cierto vínculo. Tras analizar 40 elecciones en el mundo entre 2016 y 2021, los resultados muestran que la clase política con “rasgos oscuros de personalidad”, como narcisismo, maquiavelismo y psicopatía, tiende a recibir el respaldo del electorado con mayores niveles de “polarización afectiva”, o aversión emocional hacia las personas que no comparten sus puntos de vista.
Según el estudio, que analizó a 91 políticos y políticas de alto nivel, entre ellos Trump, Narendra Modi, Emmanuel Macron y Angela Merkel, la relación entre personalidad y polarización no se dan en todos los casos. Constata, por el contrario, un significativo “efecto interno”. Es decir, la asociación solo se observó entre el electorado que ya se identificaba estrechamente con la ideología del político en cuestión. No afectó a quienes, en un principio, no apoyaban tanto sus ideas.
El estudio respalda así conclusiones anteriores según las cuales “los políticos [y políticas], a menudo populistas, con una personalidad oscura, divisiva e intransigente […] tienden a no gustar al público en general, mientras que al mismo tiempo son bastante populares entre el electorado más agresivo”.
El efecto, mientras tanto, no se limita a un lado del espectro político: ni las personalidades oscuras ni la polarización son fenómenos exclusivos de la izquierda o la derecha. Quienes han realizado la investigación, sin embargo, escriben: “los rasgos oscuros parecen ser especialmente frecuentes entre autócratas y populistas, lo que sugiere una intersección potencialmente nefasta entre líderes [y lideresas] intransigentes, desconsolidación democrática y polarización afectiva”.
La oferta y la demanda
Frederico Ferreira da Silva, coautor del artículo publicado en marzo de 2025 durante su estancia en la Universidad de Lausana, afirma que los resultados no muestran el mecanismo exacto por el que la personalidad de los políticos influye en la postura de quienes los apoyan de manera más entusiasta. “El estudio muestra una asociación, pero es incapaz de identificar la causa”, apunta.
La investigación, por tanto, no puede resolver la cuestión de si la polarización afectiva es una cuestión de oferta (“las élites dirigen a las masas”) o de demanda (“llenan un vacío del mercado”), dice Ferreira da Silva, quien cree que, en general, la dinámica es más descendente que ascendente. Pero hay elementos de ambas.
“Las últimas elecciones celebradas en todo el mundo muestran un número creciente de políticos [y políticas] de quienes puede decirse que puntúan alto en estos rasgos de la tríada oscura», añade. Y el electorado parece ser que lo solicita: “una personalidad oscura se ha convertido incluso en una baza electoral”.
Problemas para la democracia
La investigación habla de cómo a menudo el electorado recibe “señales” de sus candidatos preferidos. Lo cual puede significar recibir influencia ideológica o —como en este caso— emocional. Esto puede tener un impacto directo en la democracia, especialmente porque “muchos indicadores tienden a mostrar que las personas más polarizadas también son las que más apoyan la erosión de las normas democráticas”, reconoce Ferreira da Silva.
Este impacto “afectivo” se suma a las acciones más directas de cierta clase política que en los últimos años ha optado por vías autocráticas. De hecho, en lo que al declive democrático respecta, también se discute sobre las causas de la oferta frente a las de la demanda, y hay personas que insisten en que los problemas económicos o sociales no lo explican todo, y que “los líderes siguen importando”.
“Entender por qué y cómo estos líderes decidieron oponerse a las restricciones democráticas a su poder una vez en el puesto —y por qué estas restricciones no lograron contenerlos— debería ser la clave para entender la desalentadora propagación del retroceso democrático en todo el mundo, tanto en países con un buen desempeño económico como en los más débiles», han escrito recientemente en el Journal of Democracy Thomas Carothers y Brendan Hartnett.
“Vacío de ideas”
Ferreira da Silva, por su parte, defiende que el auge de personalidades “oscuras” es sintomático de un problema mayor: un “vacío de ideas o proyectos políticos en las sociedades contemporáneas”. La falta de contenido conduce a una política más centrada en la personalidad, y a debates más dirigidos a “derribar al otro bando”, explica.
Ferreira da Silva tampoco tiene una propuesta rápida para cambiar las cosas. Y subraya que, para influir en el tipo de personas que se presentan a las elecciones, no hay mucho que hacer. Ya que, dado el éxito actual de esas figuras, los partidos tienen pocos incentivos para presentar candidatos más moderados.
Pero menciona que, ya que gran parte de lo que alimenta la polarización afectiva es una cuestión de comunicación, los medios de comunicación son especialmente importantes. “Estados Unidos, en particular, tiene un gran problema con los medios de comunicación partidistas”, afirma. En Europa, donde las cosas no están tan radicalizadas, es “en gran parte, porque los medios de comunicación, en general, siguen siendo independientes”.