Aunque lo presiento, no me quiero aventurar a lo vendrá en 2027, ¿qué pasará?, ¿qué misterios habrá? Quién sabe, lo que sí es cierto es que ese año, y sin hablar, nuestros pasos se irán a buscar otra puerta
Jorge A. Amaral
Cuando la credibilidad se sostiene de la pura narrativa es difícil mantenerla, sobre todo si el discurso no es apegado a la realidad o no coincide con el contexto de aquellos a quienes el relato pretende convencer, y la muerte de Carlos Manzo dejó al desnudo esa verdad.
Desde hace mucho tiempo el gobierno nos recetó un discurso triunfalista ante las crisis para decirnos que quizá la cosa estaba bien fea, pero estaba mejorando, o que a lo mejor la ciudad o el estado donde vivimos sigue siendo de los más violentos, pero al menos no está entre los más, más violentísimos.
Así administró Felipe Calderón la crisis en que el narco y la corrupción sumieron a México. “Tenemos cárteles hasta en los saleros, pero los estamos combatiendo, cueste lo que cueste”, era el discurso. Con Peña Nieto la narrativa cambió del belicismo al desvío de la atención. El mexiquense, en lugar de vestirse de militar y mandar soldados por miles, emprendió sus llamadas reformas estructurales como una forma de lavarle la cara al gobierno y dar la imagen de una administración joven, dinámica, transformadora, reformista, activa, bien chingona. Como cuando alguien sale de su casa bien prendido, perfumadito y de mucho lente negro, con su mejor camisa y zapatitos relucientes, con una raya de planchado impecable a lo largo del pantalón, pero dejando en casa un caos de ropa por doquier, trastos sucios, cacas de perro hasta en el sofá, cucarachas hasta bajo la almohada y un baño asqueroso. Fue un gobierno de mucha forma y poco fondo.
Ya de 2018 para acá la narrativa no dio, más que un giro, una serie de maromas que resultan saltos mortales capaces de desnucar a una persona normal. Entonces la comunicación institucional dejó de ser informativa para convertirse en un eterno lavado de cara, con funcionarios relucientes que hacen grandes proezas, servidores públicos que también son eminentes líderes políticos y sociales.
Tanto a nivel federal como en los estados donde rigen sus afines, el discurso oficial no es para ensalzar los logros y avances de un gobierno en funciones, sino que se encarga de dar fe y constancia de que se está siguiendo un legado y que la política transexenal sigue su curso en forma de segundo piso. En serio, revise los boletines tanto federales como de los estados del segundo piso y verá que en el primer párrafo anuncian un logro, una obra, una proeza, lo que hace que párrafos más adelante se siga una serie de afirmaciones que parecen decir “tal cual AMLO hubiera querido”.
Y es que, más que Claudia Sheinbaum, lo que más importa a los funcionarios y políticos del régimen es legitimarse ante el lopezobradorismo, que los obradoristas de este país los vean y digan “mira, este sí está en el segundo piso de la transformación, hasta fotos con AMLO tiene en su Facebook, votemos por él o ella”.
Pero de repente suceden cosas que le ponen en la torre a todo: discurso oficial, imagen, planes políticos, cálculos electorales, intenciones de sucesión, nado de pechito. Esos puntos de inflexión, sorpresivos e impredecibles, son los que deben servirnos para ver a la clase política de cuerpo entero, sin filtros, al desnudo, con sus fallas, sus carencias, su vileza y, a veces, sus capacidades.
La muerte de Carlos Manzo despertó una criatura que estaba agazapada, dispersa, distraída en el día a día, pero que de un momento a otro se puso en alerta, hizo acopio de fuerza y salió a las calles a gritar fuerte y claro su descontento. ¿Qué hizo la parte oficial? Reprimir, agredir a periodistas, sembrarles marihuana a estudiantes detenidos, desvirtuar el liderazgo de un activista y servidor público asesinado, meter grupos de choque en las protestas para disuadir a quienes intenten tomar las calles, decir que de allá arriba vinieron a colaborar y ayudar cuando en realidad vinieron a regañar y corregir la plana para arreglar el tiradero.
Con todo lo anterior hubo una amplia mortandad de aspiraciones políticas, desde los sueños teleféricos hasta las ilusiones de la princesa de las Amazonas de la isla de Themyscira, lo que llevó a una semana de sospechoso mutismo, para luego intentar retomar la narrativa de siempre, pero ya no importó, ya la ciudadanía vio cómo son y qué es lo que en realidades les interesa. Con el asesinato de Carlos Manzo y el manejo que se le dio, incluidas las barbaridades del fiscal Torres Piña, la ciudadanía los puso en la prueba del pesaje y no están saliendo bien librados.
Aunque lo presiento, no me quiero aventurar a lo vendrá en 2027, ¿qué pasará?, ¿qué misterios habrá? Quién sabe, lo que sí es cierto es que ese año, y sin hablar, nuestros pasos se irán a buscar otra puerta. Al tiempo.
Tego Calderón, un abayarde
La misma noche del asesinato de Carlos Manzo se cumpliuron 23 años del lanzamiento de “El abayarde”, del puertorriqueño Tego Calderón, que hoy se considera un disco histórico y legendario.
Tego ya era un artista respetado en la escena puertorriqueña gracias a su éxito “Cosa buena”, así que, firmado con White Lion, estaba en preparativos de lo que sería su disco debut, pero alguien filtró varias de las canciones poniendo en riesgo el proyecto, así que Tego y la disquera decidieron hacer versiones nuevas para replantear todo, incluso la portada y el nombre del disco: “El abayarde”, una hormiga roja conocida en el Puerto Rico por su dolorosa picadura.
Un disco bueno no sólo es tal por la música y las letras, sino por la visión de quienes producen, que en este caso se trató de personajes legendarios en la industria del rap y el reguetón en Puerto Rico: Maestro, DJ Adam, DJ Nelson y un legendario Luny Tunes, quienes diseñaron una fusión de rap con reguetón inédita en esa época.
¿Cómo lo hicieron? Tego grababa sus versos sobre bases de rap, que los productores posteriormente ponían sobre beats de reguetón. Esto hizo que Tego se sintiera en su elemento natural, el rap, dando como resultado un estilo único en el género.
Para abrir el disco, “El abayarde” muestra la riqueza musical del disco, pues el tema incluye un sample ralentizado de “Minnie The Moocher”, icónica pieza de jazz de Cab Calloway, pero además, Tego abre con unos versos prestados de “Mas que nada”, el clásico brasileño de Jorge Ben, pero que Tego conoció por la versión en español de los cubanos Patato y Totico: “Más que nada, sácate de frente que quiero pasar”. Jazz, samba y música cubana: negrismo puro en una pieza de rap.
Otro corte emblemático del disco es “Pa’ que retozen”, producida por DJ Joe y Raphy Mercenario, quienes crearon una pista que se ajustó perfectamente al estilo de Tego. Con un riff acústico basado en la bachata y con una letra ingeniosa, se convirtió en un himno del reguetón, como “La gasolina” de Daddy Yankee.
Con sus 19 tracks, el disco cierra magistralmente a ritmo de salsa con “Planté bandera”, de Tite Curet Alonso pero en la voz de Tempo Alomar.
Gracias a todo ese trabajo, “El Abayarde” salió de Puerto Rico y llegó hasta Estados Unidos, teniendo una gran acogida entre afroamericanos angloparlantes que, sin importar la barrera idiomática, se rindieron ante el flow inconfundible de Tego.
De verdad, si usted es tío Caifanes o padrino Chente, quítese prejuicios y escuche un disco que marcó la historia de un género que, se quiera o no, mantiene vivo su dembow y no se está quieto, sino que avanza en constante evolución.
A final de cuentas, el reguetón es para muchos, como los tíos Caifanes o quienes ostentan un ridículo refinamiento, un abayarde: les molesta su existencia y, si les pica, les arde a rabiar, y eso me gusta: los disruptivo es lo que propicia cambios en todos los ámbitos.
Oseguera, ‘firme’
En la manifestación del 1 de noviembre, la periodista Dalia Villegas sufrió agresiones físicas y verbales, retención de su equipo de trabajo y privación de la libertad por parte de Juan Carlos Oseguera y sus colaboradores cercanos.
Ahora, en la protesta de este sábado 15 de noviembre, manifestantes y varios reporteros que cubrían los hechos fueron agredidos por elementos de la Guardia Civil, entre ellos Liliana Jiménez, La Sujeta, quien quedó lesionada en un ojo.
¿Con todo y su incompetencia y ahora abusos y agresiones a la prensa, el secretario de Seguridad Pública está “firme” en su cargo, como afirma su jefe? ¿Tanta es la necesidad de mantener alfiles y fingir fortaleza? Yo nomás digo. Es cuánto.