Si no nos dicen que es arte podemos pensar que es cualquier cosa, menos la obra de un genio; si no lo vemos en un pedestal, en una vitrina o colgado de un muro, o de jodido acordonado, ni idea de que eso es arte
Jorge A. Amaral
Hay el chiste, que se cuenta tanto de manera verbal como en viñetas, en el que la conserje de un museo, ante un cúmulo indeterminado de objetos, pregunta a los asistentes “¿esto también es arte o lo tiro?”. El chiste se usa para burlarse del arte contemporáneo, en el que un mingitorio, unas cubetas apiladas o un plátano son mostrados y vendidos como arte.
Algo parecido se dio en el Museo LAM, de Países Bajos, y la historia me encanta porque uno de los protagonistas varía según quien la cuenta: por ejemplo, la crítica de arte Avelina Lésper escribió en Milenio que era un empleado del museo, el español Ignacio Vidal-Folch, en Crónica Global, habla de la conserje del recinto; Berta Erril Soto escribe para National Geographic que se trató de un técnico de elevadores; mientras que Begoña Gómez Urzaiz escribe para La Vanguardia que en realidad era un empleado temporal del museo. El otro protagonista son dos latas de cerveza que esconden un secreto que dejará al espectador sin aliento.
Resulta que en el Museo LAM pensaron que era buena idea dejar dos latas de cerveza en el elevador de cristal del recinto. Pero no son latas comunes y corrientes, sino que son obra del artista francés Alexandre Lavet, quien las pintó a mano con acrílico y hasta se dio el lujo de apachurrar una de ellas para dar esa sensación de uso. Las latas eran la instalación “Todos los buenos momentos que pasamos juntos”, cuyo mensaje, según la explicación, es rememorar los buenos viejos tiempos, cuando nos tomamos ese par de cervezas con un amigo, las risas, las anécdotas, las vivencias que quedan en nuestros corazones. Me imagino que el artista piensa en todo eso cuando recoge las latas y botellas que sus amigos dejan en la sala de su casa.
Bueno, pues las artísticas latas estaban en el ascensor, dijeron en el museo, como una forma de mostrar que las obras de arte pueden confundirse con objetos cotidianos. Tanto les funcionó el mensaje, que la persona en cuestión pensó que era basura y las echó en una bolsa. Lo divertido de esta historia es que a esa persona que las tiró, pese al rol protagónico, la envuelve un halo de misterio: no sabemos si es una tierna afanadora entrada en años y regordeta, ya acostumbrada a recoger la basura, vómito y egos destrozados que los artistas dejan después de sus presentaciones y cócteles inaugurales; un pragmático técnico en ascensores molesto por encontrar basura en su área de trabajo, o un apresurado e insensible empleado temporal haciendo todo mecánicamente esperando sólo cobrar el cheque a fin de semana y darle a lo que sigue.
Cuando la encargada de la exposición notó la ausencia de las latas, rápido se dispuso a buscarlas y ahí las encontró, entre toda la vulgar basura del museo. La escena debió ser descorazonadora: una exquisita obra de arte contenida en una bolsa junto a los mundanos, sucios y repugnantes desechos del museo: trozos de papel sanitario impregnados de heces y mocos, las podridas cáscaras de alguna fruta, los acedos restos del almuerzo o la comida del personal, pedacitos de las expectativas de algunos asistentes que se vieron decepcionados con la exposición, el prestigio de más de algún artista luego de los afilados comentarios de la crítica y, lo peor de todo: latas de verdad listas para ser recicladas. Esa imagen me recordó una de las primeras escenas de Toy Story, cuando, pese a lo que Woody y los demás le dicen, Buzz no se reconoce como el juguete que es.
Pero bueno, la encargada de la exposición las encontró y las limpió. En este punto debo admitir que el comentario de Berta Erril Soto en National Geographic me encantó porque involuntariamente llega a la conclusión: “Tras un breve proceso de limpieza, ya vuelven a encontrarse expuestas sin daños, pero ahora ocupan un nuevo lugar donde se reconoce más fácilmente su categoría artística, para evitar cualquier otro malentendido”. Esto es genial porque demuestra lo que tanto se ha criticado del arte contemporáneo: si no nos dicen que es arte podemos pensar que es cualquier cosa, menos la obra de un genio; si no lo vemos en un pedestal, en una vitrina o colgado de un muro, o de jodido acordonado, ni idea de que eso es arte.
Obvio que no vamos a entrar en la discusión de qué es o qué debe ser el arte, porque cualquiera podrá decir que “de tu arte a mi arte” y cosas así, además de que no soy experto ni me asumo como autoridad y todo cuanto le diga, como cuando escribo sobre música, obedece a mi subjetividad, sensibilidad, criterio, prejuicios y convicciones. Sin embargo, me resulta pertinente relacionar esas latas de cerveza con la categoría de “Hamparte”.
El Hamparte es un concepto ideado por el artista plástico, docente y crítico español Antonio García Villarán. El término tiene dos raíces: “hampa” y “arte”; es decir, el hampa del arte, entendida como esas mafias que se forman entre artistas y promotores culturales a fin de beneficiar a un grupo, logrando que su obra se posicione y alcance una proyección y un valor monetario injustificados por ser inversamente proporcionales a la calidad de la obra. Para entender mejor el concepto, cito textualmente el “Manifiesto Hamparte”:
“1. Si uno o varios objetos fabricados en serie y que además están a la venta en el mercado común son presentados como obra de arte es Hamparte.
“2- Si la obra consiste simplemente en la elección de un objeto (objet trouvé, found art o ready-made) que es convertido mágicamente en obra de arte por el hecho de colocarlo en un espacio expositivo cualquiera es Hamparte.
“3- Si no es necesario tener talento para realizar una obra como la que se muestra, si está llena de lugares comunes e ideas manidas es Hamparte.
“4- Si el único valor que tiene la obra está sustentado fundamentalmente por un concienzudo texto teórico/filosófico/político que no encuentra su reflejo real en la obra es Hamparte.
“5- La fantástica y mágica atribución de valores inexistentes a objetos que son comercializados en el mercado del arte con precios exorbitantes es Hamparte.
“6- Un artista nunca se gana el derecho de ser artista. Tiene que demostrarlo continuamente. Aunque haya hecho una gran obra de arte, esto no significa que todo lo que haga sea arte. Puede hacer Hamparte consciente o inconscientemente. Si lo hace inconscientemente, será un hampartista puro. Si lo hace de manera consciente para evidenciar y denunciar lo que está ocurriendo en el mercado y en el mundo del arte, o bien por el simple placer de hacerlo, es un hampartista realista. Pero todas las obras que se creen bajo estos términos serán Hamparte.
“7- En definitiva, el arte de no tener talento es Hamparte”.
Usted me dirá que entonces las latas de Alexandre Lavet son arte porque sí llevan un trabajo: apachurrarlas y pintarlas a mano hasta recrear las latas de verdad. Pero el que algo tenga un acabado perfecto tras un arduo trabajo no lo convierte en arte, pintar y recrear unas latas de cerveza no lleva creatividad porque no se está creando nada nuevo ni original, y por lo mismo no implica la abstracción de un proceso artístico, sólo la copia de algo dado; y aunque el artista escriba o diga mil cosas para justificarlo, si por sí mismo el objeto no da una idea ni muestra un significado, no es una obra de arte, es un objeto cualquiera. Me refiero a que la persona del museo, ya sea la afable señora de la limpieza o el pragmático técnico de elevadores, no las vio y pensó en las reuniones con sus amigos y familiares, no le dijeron nada y por eso las levantó y las echó a la basura.
Entonces, podemos decir que esas latas de cerveza, por muy bien hechas que estén, no son arte, son Hamparte y, en el mejor de los casos, son artesanías (sin restarle valor a las artesanías, pero son lo que son).
Por cierto, ahora que está en todo su esplendor el Festival Internacional de Cine de Morelia, si puede vaya y verá cuánto Hamparte cinematográfico se encuentra ahí, pero como las exhiben en un festival de corte cultural y lleno de celebridades, en una semana en que Morelia se llena de artistas y gente que cree que sabe de cine, si una cinta nos aburre no lo admitimos pues hay el riesgo de quedar como ignorantes aunque en nuestro fuero interior estemos convencidos de que es un bodrio. Pero bueno, así es esto y no me haga mucho caso, sólo soy un pueblerino. Es cuánto.
Otrosí que quiere vender por kilo
Estuve revisando la obra de . No sé si es arte disfrazado de basura o basura vendida como arte.