Asaid Castro/ACG – Tarímbaro, Michoacán
A sus 58 años, Juan José lleva en su piel morena y curtida por el sol la historia de una vida dedicada a la tierra, una vida compartida con los más de 2.7 millones de personas en México que trabajan en la agricultura, según datos del Gobierno de México, enfrentándose cada día a los rigores del campo.
Un hombre de pocas palabras, pero de buena platica
Basta con observar las manos de Juan José para darse cuenta de sus décadas labrando la tierra; manos, curtidas por el trabajo del diario, para saber que la vida en el campo no da tregua, un trabajo que no es cómodo, pero es lo que sabe hacer.
Sus días comienzan temprano. «A las 7 ya estoy con el caballo, echando surcos. Luego toca plantar y raspar con el azadón todo», cuenta mientras acomoda su camisa azul desabotonada y lleva a «El Chaparro» a la sombra, su fiel compañero de cuatro patas.
Un caballo y una radio, la mejor compañía
Dice con una leve sonrisa, que El Chaparro es igual de viejo que él, mientras el animal mueve la cabeza, como si también entendiera que los años les pesan por igual, a pesar de su edad, el caballo sigue rajando la tierra, abriendo los surcos donde, con paciencia y cuidado, Juan José planta el cempasúchil, flor de temporada que cada año adorna los altares del Día de Muertos.
El campo no da espacio para muchas distracciones, y el mejor aliado para el hombre de campo es carga un pequeño radio en el bolsillo, como el que lleva Juan, su único entretenimiento mientras arrea el caballo o trabaja la tierra.
«¿Qué ha sido de mi vida? Pues trabajar, ¿qué más?», comenta sin darle muchas vueltas a la pregunta que le hacemos, para luego comentarnos que «cuando era joven, el trabajo era más fácil, y a esta edad, el sol sí cala, especialmente en el mes de mayo», agrega con una risa que deja entrever el cansancio.
Entre sol, lluvia y el aguante
Cuenta que este año, la producción de flores ha sido buena, aunque no siempre es así, pues todo depende de la lluvia, pues a veces llueve mucho y otras veces no cae ni una gota, aunque el campo casi siempre se adapta a otros cultivos.
A pesar de las dificultades, Juan José no se queja, su rutina es la misma de siempre: trabajar de sol a sol, ocho horas o más, dependiendo del día, y así, por más de cuarenta años. En sí, hasta donde su cuerpo le permita llegar, con una jornada de 7 de la mañana, a 3 de la tarde.
«Acá uno no se jubila, uno sigue trabajando hasta donde puede, y cuando no pueda más, me ayudo con lo que el gobierno te da, aunque para eso todavía me falta alcanzar la edad», asegura con resignación pero sin amargura.
Cuando no está arando la tierra para las flores, se dedica a otros cultivos o labores del campo, todo lo que se pueda hacer en la temporada baja, pues «Siempre hay algo que hacer», dice, aunque admite que con el tiempo todo se ha vuelto más lento.
Aunque el futuro es incierto y las manos ya no tienen la misma fuerza que antes, Juan José sigue adelante, bajo el mismo sol que ha marcado cada día desde sus 15 años, y un trabajo que heredó a sus 3 hijos y 2 hijas, quienes se dedican a lo mismo. Arar, plantar y cosechar, con la esperanza de que la próxima temporada sea un poco más benévola que la anterior.