Morelia, Michoacán, 27 de septiembre de 2024.- Profesó una devoción inmensa a la Virgen María, a quien consideraba la inspiradora y protectora de su obra: “Si se invoca a la Madre de Dios y se la toma como Patrona en las cosas importantes, no puede ocurrir sino que todo vaya bien y redunde en gloria del buen Jesús, su Hijo” (San Vicente de Paúl).
San Vicente de Paúl es el patrono de las obras de caridad. Entre las muchas que emprendió, destaca la Congregación de la Misión, de la cual fue fundador. Hoy sus miembros son llamados “vicentinos” en su honor. También debe mencionarse a las Hijas de la Caridad, conocidas como “vicentinas”. Si se conoce algo del bien que han hecho ambas órdenes religiosas y el impacto que han tenido, es simplemente imposible poner en duda a San Vicente de Paul como una de las figuras más representativas del catolicismo francés del siglo XVII.
Primeros años
Vicente de Paúl de Moras nació en Gascuña, Francia, en 1581, en el seno de una familia de campesinos. Hay bastante seguridad sobre estos datos, aunque subsiste la polémica, más que nada, sobre el lugar exacto donde nació. Dos localidades se disputan hoy ese privilegio: la aldea de Pouy, que, desde el siglo XIX, se llama Saint-Vincent-de-Paul en su honor; y Tamarite de Litera, lugar donde nacieron sus padres.
De adolescente fue enviado al colegio de los franciscanos en la próspera ciudad de Dax, donde se entregó de lleno a los estudios. Allí también, años después, recibiría la tonsura y las órdenes menores, para luego ingresar a la universidad de Toulouse, donde estudiaría teología.
Su padre, antes de fallecer, destinó que sus bienes sirvieran para pagar el resto de la educación de Vicente, aunque, al final, sería él mismo santo, como heredero principal, quien renunciaría al dinero para vérselas por sí mismo. Así, Vicente empezó a trabajar como profesor en un colegio.
Sacerdocio precoz
Vicente fue ordenado sacerdote en 1600, con tan solo diecinueve años, e inmediatamente el obispo, dada la madurez del novel presbítero, quiso encargarle una parroquia que, sin embargo, no llegó a asumir debido a su corta edad -el código de derecho canónico se lo impedía dada su juventud-.
El Padre Vicente de Paul prefirió continuar así sus estudios y postergar la posibilidad de asumir algún cargo. Para lograrlo necesitaba dinero y sabía que estaba completamente desprovisto de fortuna. Fue entonces que recibió una sorprendente noticia: una dama muy anciana de Toulouse le había dejado una herencia. Para cobrarla, Vicente debía ir rumbo a Marsella. Lamentablemente, cuando se embarcó de regreso, el barco en el que viajaba fue atacado por un grupo de piratas turcos y Vicente fue hecho prisionero.
Algunos de sus biógrafos dan cuenta de que fue vendido como esclavo y que estuvo al servicio primero de un pescador, luego de un médico y finalmente de un cristiano apóstata, exfraile franciscano. A este último, Vicente logró devolverlo a la fe cristiana -aquel hombre había adoptado el Islam- y gracias a su ayuda logró regresar a París.
«De buena gana gastaré lo que tengo…» (2 Cor 12, 15)
Después de retomar el ejercicio sacerdotal, Vicente fue nombrado capellán, pero tuvo que pasar por abundantes penurias económicas.
Providencialmente, a través de un amigo suyo, el futuro cardenal Pedro de Berulle, consiguió un empleo como preceptor de los hijos de una ilustre familia lugareña, los Condi. En estas circunstancias Vicente empieza a decantar con más profundidad el Evangelio y las exigencias propias de la vida cristiana: trabajando para quienes ostentan riqueza ponderó mejor el drama de quienes viven en la pobreza.
El Padre Vicente se propuso pagar con amor todo el amor recibido de Dios, y quiso hacerlo de manera especial con los más necesitados.
De esta manera, dio un giro en su labor pastoral y empezó a atender moribundos, abandonados y enfermos. Las visitas a lugares remotos se hicieron cada vez más frecuentes. El santo iba y venía con el propósito de atender a quien lo requería. Sabía muy bien que Dios, en su ternura, no podía olvidarse del más necesitado.
«…Y hasta me entregaré entero por todos ustedes» (2 Cor 12, 15)
Su experiencia de vida al servicio del Señor le infundió en el corazón el deseo de organizar una congregación que se ocupase de administrar principalmente obras de caridad. Así, Vicente fundó la Congregación de la Misión.
Ser misionero para él era algo que solo podía sostenerse en la oración dedicada y constante. Su tiempo como preceptor y la buena formación teológica que recibió lo inspiraron para que los miembros de la nueva congregación se dediquen también a la formación del clero. Después, junto a Santa Luisa de Marillac, fundaría la Compañía de las Hijas de la Caridad.
Para San Vicente, además de la oración, era importantísimo el cultivo de la virtud, en especial de la humildad. Esta debería ser la base de la vida cristiana y cualidad indispensable de los sacerdotes misioneros.
Promotor de la vida espiritual y el recurso al consejo
San Vicente conoció al obispo San Francisco de Sales quien le encargó la capellanía de las ‘visitandinas’ (Orden de la Visitación) de París, y la dirección espiritual de Santa Juana de Chantal (1572-1641). Con el correr del tiempo llegó a ser consejero de autoridades y gobernantes.
El buen Vicente fue un verdadero amigo de los desposeídos y un celoso apóstol de su tiempo. Partió a la Casa del Padre el 27 de septiembre de 1660. (CON INFORMACIÓN DE: ACI PRENSA).