“Aquel ser no iba a aprender nunca nada, pero iba a enseñar mucho a los demás” – Clara Dupont-Monod, “Adaptarse”

Yazmín Espinoza

Hay libros que llegan sin hacer ruido, pero se quedan vibrando dentro de una como una resonancia suave y constante. En agosto, leímos Adaptarse de Clara Dupont-Monod en la Tribu de Letras, y desde entonces, algo en mí no ha dejado de moverse. Fue una lectura inesperada que nos conmovió profundamente. Amamos y sufrimos la historia por partes iguales, y tuvimos una sesión preciosa, de esas en las que la literatura abre caminos hacia lo más hondo. Compartimos reflexiones, emociones, recuerdos. Nos sentimos abrazadas.

El título del libro dice mucho más de lo que parece. Adaptarse habla de una familia que, de pronto, cambia para siempre con el nacimiento de un niño con parálisis cerebral. No se trata de una historia sobre enfermedad o discapacidad. Tampoco es un libro sobre “superación”. Es un relato sobre cómo cada miembro de una familia enfrenta el dolor, la diferencia, el desconcierto, la rabia… y también el amor. Porque amar a alguien que no se comunica como esperamos, que no responde a nuestras expectativas, que no puede hacer lo que el mundo asume como “normal”, también es una forma radical de amor. Y adaptarse a eso, como lo muestra este libro, es un proceso tan íntimo como revelador.

Clara Dupont-Monod, autora y periodista francesa, se inspira en su propia historia familiar para escribir esta novela. Pero no lo hace desde la autobiografía directa. Usa la ficción como una herramienta para tomar distancia, para ver con más claridad. En una entrevista, ella misma lo explica así: “Adoré a ese niño durante diez años. Salí de esa experiencia mucho más tolerante, mucho menos ignorante, mucho más rica, porque te exige recursos que no imaginabas. Te pide paciencia y cualidades que solo alguien anormal puede requerir”.

El libro está narrado desde un punto de vista muy particular: las piedras. Testigos mudas e imparciales que observan desde la eternidad cómo una familia se transforma. Este recurso literario, lejos de ser frío o experimental, aporta una voz sabia, contenida, sin juicios ni sentimentalismos, que nos permite acercarnos al dolor sin caer en el dramatismo. Las piedras nos presentan a los tres hermanos del niño: el mayor, hiperresponsable, que se funde con él y se pierde; la hermana, que reacciona con rechazo y rabia, sintiendo que el pequeño le roba la energía familiar; y el menor, que nace cuando todo ha pasado, y crece bajo la sombra del recuerdo, con el peso de tener que ser "el hijo perfecto".

“El hermano mayor comprendió que tenía ante sí la experiencia misma de la pureza. Semejante descubrimiento lo conmovió. Junto al niño, dejó de provocar a la vida por miedo a que se le escapase. La vida estaba allí, al alcance de la mano, ni temerosa ni combativa, simplemente allí”.

Cada uno de estos personajes representa una forma distinta de adaptación. No todos lo logran del mismo modo, ni al mismo tiempo. Y esa es una de las grandes virtudes de este libro: no idealiza. No edulcora. No hay moralejas simples. En Adaptarse hay amor, pero también frustración, desgaste, silencios que duelen y preguntas sin respuesta. “¿Y si los inadaptados fuéramos nosotros?”, se pregunta la autora en otra entrevista. Una pregunta que se queda flotando como una provocación necesaria.

El contexto en el que transcurre la historia también tiene un papel clave. La familia vive en las Cévennes, una región montañosa del sur de Francia. La naturaleza no es solo un fondo, sino un personaje más. Las montañas, el río, las tormentas, el paisaje agreste, todo habla del entorno hostil al que hay que adaptarse, pero también de la belleza serena y de la fuerza que acompaña. La montaña representa ese principio de resiliencia que sostiene a los personajes cuando parece que todo se desmorona.

“Yo no sé hacerlo. No tengo el porte de las mujeres de montaña, hechas de roca y de polvo, pulidas por siglos de portentosa sumisión. Mujeres alzadas sobre tobillos de loza, cuya aparente resignación es puro espejismo. Mujeres que se parecen a las piedras de aquí. Con aspecto quebradizo, pero en el fondo no hay nada más sólido que ellas. Tienen la sensatez de no desafiarlo nunca. Bajan la cabeza, pero luego se adaptan. Se procuran fuentes de consuelo, organizan la resistencia, dosifican sus energías, mantienen a raya las penas”.

Otra de las cosas que valoro profundamente de Adaptarse es su capacidad para hablar del sufrimiento con una intensidad contenida, sin caer en lo melodramático. Dupont-Monod escribe con delicadeza, con paciencia. La narración es breve (el libro tiene apenas 160 páginas), pero cada frase está colocada con precisión quirúrgica. No hay desperdicio. Todo tiene un sentido y un peso emocional. Es una escritura sensorial que sabe detenerse, y que respeta el silencio.

Y, sin embargo, no es solo una historia personal. También es una denuncia. Adaptarse señala también, sin necesidad de panfleto, las barreras burocráticas que enfrentan las familias con hijos con discapacidad. La soledad institucional, la falta de recursos, el agotamiento silencioso que genera el abandono del sistema. Hay una dimensión política en el libro, discreta pero firme.

Como lectora, y como parte de un grupo de mujeres que lee con el corazón abierto, celebro encontrar libros como este. Libros que nos invitan a mirar la vida con otros ojos, que nos recuerdan que amar también es aceptar, que el dolor no siempre destruye y que la verdadera transformación ocurre cuando nos atrevemos a quedarnos, a cuidar, a permanecer. Adaptarse fue, para nosotras, más que una lectura. Fue una experiencia compartida. Una conversación pendiente. Una forma de recordarnos que a veces lo más difícil no es amar, sino adaptarnos a la forma en que ese amor se presenta.

Me quedo con una cita del libro que resume su esencia: “Aquel ser no iba a aprender nunca nada, pero iba a enseñar mucho a los demás”.

Y pienso en todas las cosas que no esperábamos aprender, pero que, al final, terminamos agradeciendo. Porque hay historias que, aunque no sean nuestras, nos tocan como si lo fueran. Y ese, sin duda, es uno de los milagros de la literatura.

“Se puede querer sin tener miedo de que le ocurra alguna desgracia a la persona amada, se puede dar sin tener miedo a perder, no hace falta vivir con los puños apretados, a la espera del peligro, decía la hermana, eso es lo que este amor me ha enseñado”.

Datos del libro:

Autora: Clara Dupont-Monod

Editorial Salamandra

160 páginas

Año 2024

Yazmin Espinoza. Comunicóloga enamorada del mundo del marketing y la publicidad. Apasionada de la literatura y el cine, escritora aficionada y periodista de corazón. Mamá primeriza. Lectora en búsqueda de grandes historias.

Instagram: @historiasparamama