Pinturas, cerámicas, fanzines ilustrados, libretas intervenidas, carteles y hasta muñecos de tela se mezclaban entre los estantes

Yazmin Espinoza, colaboradora La Voz de Michoacán

El olor a jacarandas y libros recién abiertos flota en el aire. Entre pasillos de editoriales independientes, poemas ilustrados y niños en busca de aventuras, la Fiesta del Libro y la Rosa latió como una ciudad en miniatura en el corazón de Morelia.

Bajo el lema “Fronteras imaginarias”, la feria se desplegó durante varios días como un mapa sin coordenadas fijas: lectores de todas las edades cruzaron territorios hechos de palabras, voces, texturas y acentos. Aquí no se necesitaron pasaportes: bastaba una bolsa de tela, zapatos cómodos y la disposición a perderse entre estantes.

Y había mucho en qué perderse. Este año, la fiesta reunió a editoriales de todo el país: desde proyectos independientes de varios estados de la República, hasta grandes casas editoras con las novedades literarias más comentadas. En un mismo recorrido, uno podía hojear un best seller recién salido del horno y, metros después, encontrarse con una edición artesanal de alguno de los clásicos encuadernada a mano, o con libros usados que llevaban dentro dedicatorias ajenas como pequeños ecos del pasado.

Pero la fiesta no fue solo letras impresas: también fue un espacio para la gráfica, la creación plástica y la manufactura cuidadosa. Pinturas, cerámicas, fanzines ilustrados, libretas intervenidas, carteles y hasta muñecos de tela se mezclaban entre los estantes. Era una invitación constante a mirar, tocar, preguntar, sentir.

Varias de las actividades tocaron un tema que atraviesa nuestras realidades: la migración. Desde charlas literarias hasta lecturas performáticas, se abordaron las múltiples formas en que moverse de un lugar a otro, voluntaria o forzadamente, deja huella en la identidad, la lengua, el cuerpo. Hubo autores que compartieron sus obras, pero también sus historias personales, sus duelos y sus preguntas. Frente a ellos, el público no solo escuchó: también opinó, compartió sus propias experiencias, abrió conversación.

Uno de los días más entrañables estuvo dedicado por completo a las infancias. El espacio se transformó en una suerte de parque literario: cuentacuentos, teatro en miniatura, talleres de cerámica y dibujo libre se combinaron con juegos y hasta un picnic filosófico en el que niñas y niños discutieron con total seriedad preguntas como: ¿qué es la justicia?, ¿por qué las personas se van de su país?, o ¿para qué sirve el arte? El resultado fue un verdadero laboratorio de imaginación.

Morelia fue sede de esta fiesta, pero también de muchos reencuentros: entre lectoras y sus autoras favoritas, entre niños y su primer libro ilustrado, entre quienes migran y encuentran palabras que los comprenden. Como dijo alguien al pasar, con una sonrisa y tres libros bajo el brazo: “Venía por una novela y terminé cruzando una frontera”.

Yazmin Espinoza, comunicóloga enamorada del mundo del marketing y la publicidad. Apasionada de la literatura y el cine, escritora aficionada y periodista de corazón. Mamá primeriza. Lectora en búsqueda de grandes historias.