Utilizaré la palabra convulso como una forma de “etiquetar” a algunas películas que para mí, han predominado más en su fondo que en su forma

Juan Pablo Arroyo Abraham

Utilizaré la palabra convulso como una forma de “etiquetar” a algunas películas que para mí, han predominado más en su fondo que en su forma; es decir, que su contenido narrativo (y porqué no, poético) va más allá de su estética. Pero no por ello pretendo demeritar la calidad técnica de las mismas, al contrario, hay obras cinematográficas que aparte de contar con un manejo excelso y pulcro en su factura, demuestran, a través de su mensaje, que siempre la historia que se cuenta es más importante que el dominio de la disciplina, en este caso, de la capacidad del autor por hacer películas.

Existen filmes que contienen ambos valores, tanto el estético como el narrativo, donde su sustancia es tan poderosa que llega un momento que nos olvidamos de cómo están hechos y nos dejamos llevar de la mano por su potente intencionalidad narrativa (y poética repito, por lo que a continuación voy a expresar).

En octubre del año 2022 fui testigo, en el Teatro Matamoros, de un evento que dejó un sabor agridulce en los espectadores ahí presentes. Me refiero a la

exhibición de la película inaugural de la vigésima edición del Festival Internacional de Cine de Morelia, Bardo, Falsa crónica de unas cuantas verdades, del director Alejandro González Iñárritu, ganador de cuatro premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas y quien ha puesto a nuestro país en el escaparate del mundo con películas como: Amores Perros (1999), 21 gramos (2003), Babel (2005), Biutiful (2008), Birdman (2014), y The Revenant (2015).

Ese viernes de octubre, en el Matamoros, nos encontrábamos un collage de personajes de todos los sabores y colores; cineastas, políticos, algunos otros que van más por el glamour y varios empresarios patrocinadores de este certamen. Si algo ha caracterizado a este festival es su cartelera disruptiva, sobre todo por las obras que lo inauguran. Recuerdo que cuando, en la edición anterior a esta, se presentó Annette de Leos Carax, una gran parte de la audiencia se salió a media función, algunos otros no pudieron ya que eran invitados especiales y estaría muy mal visto, y probablemente algunos más se quedaron porque les gustó la película. Esto no lo sé, solo lo estoy suponiendo.

Pero en cada edición del festival, al final de la función, siempre intento hacer mi estudio de mercado light. Me acerco a los amigos y conocidos y les pregunto su opinión, y pues bien, me he dado cuenta que con este tipo de obras no hay medias tintas, algunos las aman y otros las odian. El caso de Bardo no fue la excepción.

Antes de iniciar la película, Iñárritu, un poco afligido por su mala experiencia en Venecia donde abuchearon su obra, e inclusive que, muy en contra de su voluntad, se vio forzado a eliminar mas de 30 minutos de metraje, toma el micrófono y después de un largo suspiro, levanta la mirada y nos dice: “no piensen la película, siéntanla”. Al principio estas palabras podrían parecer un cliché, pero ya cuando terminó esta masacre entendí el porqué de su advertencia.

Bardo, Falsa crónica de unas cuantas verdades es una película casi autobiográfica, en donde mas allá de describir sucesos, los subjetiviza y los eleva a su máxima expresión poética. Es decir, El Negro, nos dice lo que sintió y no lo que vivió. Durante sus 159 minutos de duración nos transporta a través de sus entrañas intentando gritarnos su dolor, sus recuerdos, sus experiencias, sus frustraciones, su percepción sobre el hecho de migrar a otro país y también la relación con su padre, quien se le aparece en un baño con cuerpo pequeño y cabeza de adulto; un papá desproporcionado. Y quiero mencionar esta escena en especial, ya que a muchos nos trastocó pero a otros no, e inclusive provocó algunas risas en la sala.

Hace rato, cuando busqué información sobre Bardo en Google, me enteré que esta película ¡está catalogada como comedia/drama! ¿A quién se le ocurrió considerar que Bardo es una comedia?. Probablemente la escena del minipapá le haya dado ese matiz de comicidad, pero para mí es absurdo que así sea. Tal vez porque precisamente ese momento de la trama fue uno de los que más me marcó. En mi opinión, con Bardo, más allá de querer exaltar sus vanidades, lo que hizo Alejandro González Iñárritu, fue desnudarse. A través de un viaje lleno de emociones, escenas bizarras, fragmentos distorsionados de la historia de nuestro país, momentos poéticos muy de su cosecha, Iñárritu crea su propia versión de sí mismo, y sin tapujos, nos dice quién es, cómo es, qué siente. Probablemente fue por eso que conecté con Bardo más que con sus anteriores películas (y eso que todas me han gustado mucho): por su inocencia, por no ser pretenciosa, por el riesgo que implica mostrarse a sí mismo. Y pues es precisamente justo lo que acabo de mencionar de lo que se le tacha a esta obra, de ser pretenciosa y vanidosa. Yo pienso todo lo contrario. Es más fácil ocultarse en personajes ficticios que mostrarse a sí mismo como uno de ellos. En Bardo, el director, que siempre está detrás de cámaras, ahora se pone frente a ella, exponiéndose a fracasar. Y fracasó.

En fin, como alguna vez un amigo me dijo: “el cine es como la comida, es cuestión de gustos”. Esto me lo comentó para aligerar un poco mi tristeza porque a algunas personas no les había gustado una de mis películas. Antes sentía feo cada vez que alguien, ya sea mi abuelita o algún crítico de cine experimentado, mostraba indiferencia o decepción después de ver mi trabajo; pero poco a poco, con el tiempo, le doy cada vez más valor a esa frase tan básica de mi amigo, y he logrado entender que todos somos y pensamos diferente, que en gustos se rompen géneros; pero a la vez he podido reconocer a aquellos que solo atacan por atacar, que desde su frustración critican simplemente porque sí, porque se puede y para algunos hasta porque se debe; que creen que en su misión de vida está la de hacer pedazos todo lo establecido.

Pero volviendo al Festival de Cine y su postura disruptiva. El año pasado abrió con Emilia Pérez (2024), una película dirigida por Jaques Audiard, que trata sobre una abogada mexicana que ayuda al jefe de un cartel a salir del negocio y convertirse en la mujer que siempre soñó ser. El fenómeno Bardo se repitió. Había gente inconforme porque ridiculizaba a la sociedad mexicana, porque estaba llena de clichés, porque el director nunca había visitado México y ¿cómo se atrevía a tocar un tema tan sensible como lo es la violencia y el mundo del narcotráfico?. Pues al igual que con Bardo, yo salí impactado, marcado de alguna manera. Ya que ambas películas me sacudieron y se alojaron en una parte de mi cerebro que a ratos revive y me recuerda la tan ya mentada y trivial frase de mi amigo: el cine es cuestión de gustos. Y a eso le podría añadir que nadie tiene una verdad absoluta, de hecho no existe lo absoluto, todo es relativo.

Bardo, Falsa crónica de unas cuantas verdades y Emilia Pérez, dos de las películas más odiadas en los años recientes, ahora forman parte de mi lista de favoritas. Así de relativo es todo esto. Y así de relativas son también las percepciones y críticas de cada uno; así que tomemos todo con calma y sigamos avanzando haciendo cada quien lo que nos haga sentir vivos.

Espacio Solaris es un espacio de exhibición cinematográfica independiente, alternativo e incluyente ubicado en el corazón de la ciudad de Morelia. También es el hogar del podcast Butaca 39 y de la Muestra de Cortometraje Contemporáneo 5C.

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