Enrique Luft-Pavlata nació cerca de Linz, Austria el 9 de agosto de 1931. Su nombre de pila fue Gerold Heinz Luft-Pavlata

Erandi Avalos

Enrique Luft-Pavlata nació cerca de Linz, Austria el 9 de agosto de 1931. Su nombre de pila fue Gerold Heinz Luft-Pavlata.

Viniendo de una familia checo-germana acaudalada, recibió una educación privilegiada y, a pesar de las dificultades de la época por la Segunda Guerra Mundial, su infancia y juventud estuvieron llenas de amplia formación intelectual. En 1946 su familia regresó a Alemania, donde Luft-Pavlata estudió matemáticas y física en la Universidad Técnica de Munich. Sin embargo, decidió que quería ser artista y se aventuró a viajar a Berlín en plena posguerra, presentando su examen de admisión y siendo aceptado en la entonces Academia de las Artes de Berlín. Su talento llamó la atención de sus profesores, entre ellos, los reconocidos Hans Jaenisch y Max Kaus. Este último lo recomendó para que le otorgasen la beca Die Studienstiftung des Deutschen Volkes de la Fundación Académica Nacional de Alemania.

Entre 1959 y 1960, fue becado por el gobierno francés para estudiar grabado en el legendario Atelier 17 de París, con Stanley William Hayter. En este periodo participó en exposiciones colectivas en esa ciudad y en Berlín, Munich, Wolfburg y Hannover; algunas al lado de sus amigos y colegas Peter Klasen y Georg Baselitz.

Tras el éxito de la exposición Obras Maestras del Arte Mexicano, curada por Fernando Gamboa para el Pabellón Mexicano de la Feria Internacional de Bruselas en 1958, Gamboa preparó una versión titulada Arte de México y Mesoamérica, que itineró por varias ciudades de Europa, entre ellas Berlín en 1959. La sede fue la Academia de Artes de Berlín, donde estudiaba Luft-Pavlata, quien fue invitado a colaborar en el montaje de la exposición. Allí conoció a Teresa Dávalos, museógrafa y etnóloga, encargada del núcleo de Arte Popular en dicha exposición. Después de una corta relación se casaron en Viena, en 1959 y decidieron radicar en México.

Estos planes representaban una locura para los profesores de Luft-Pavlata, especialmente para Max Kaus, ya que su carrera despegaba con la fuerza de un artista que se preveía llegaría lejos. Desembarcaron en Veracruz. Recuerdo que Luft-Pavlata me contó entre risas, que al llegar presenciaron el desfile por la conmemoración de la Batalla de Puebla, el 5 de mayo; al ver a niños y adultos caracterizados de militares y guerreros armados, pensó entre divertido y nervioso: «Aquí no voy a durar mucho». Pero por otro lado, según dijo más tarde, también sintió haber «Llegado a casa y pisado tierra santa». Desde entonces mantuvo una muy buena amistad con Fernando Gamboa y con muchos artistas e intelectuales del círculo de su esposa Teresa, en la Ciudad de México.

El 21 de julio de 1961 comenzaron a vivir en Pátzcuaro, Michoacán, en donde Teresa fungió como Directora del Museo de Artes y Oficios del Instituto Nacional de Antropología e Historia y él como restaurador-conservador de monumentos históricos y bienes culturales en la Dirección de Monumentos Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia; participando en la excavación de la yácata descubierta en las instalaciones del museo. Posteriormente, fue también director de este museo y asesor de trabajos de restauración. Luft-Pavlata castellanizó su nombre, siendo conocido desde entonces como don Enrique Luft. Con este acto, declaró su integración a la cultura mexicana y específicamente a la michoacana, sin por ello perder nunca su peculiar personalidad.

Después del fallecimiento de Teresa Dávalos en 1985, Luft-Pavlata decidió quedarse en Pátzcuaro, donde ya había echado raíz. Solía decir con orgullo: «Soy el único y el mejor germano-p´urhépecha del mundo». Para su fortuna se encontró en la región con colegas que se convirtieron en amigos: Ralph Gray, James Thomas, Bridget Bate Tichenor, James Metcalf, Ana Pellicer y María Luisa Puga, entre otros. También entabló amistad con albañiles, carpinteros, picapedreros y otros artesanos. Decía que se sentía muy cómodo entre los obreros y que él mismo se consideraba uno de ellos. En esos círculos tuvo sus primeros contactos con el mezcal, bebida que valoró y promovió mucho antes de que fuera aceptada por las clases sociales más favorecidas.

A la par de su trabajo como empleado del Instituto Nacional de Antropología e Historia, continuó creando su obra personal, experimentando con varias técnicas plásticas y con conceptos que distaban mucho del ambiente provinciano donde vivía, pero a la vez mantenían ciertas referencias con lo regional y cotidiano. Decidió trabajar alejado de los centros cosmopolitas de arte, fiel a sus búsquedas estéticas y esto le permitió forjar su carrera de una forma muy honesta consigo mismo. No hay forma de saber cómo se hubiera desarrollado su carrera de haber permanecido en Europa, pero posiblemente su obra sería reconocida a nivel internacional. Prefirió y defendió el anonimato, siempre admirando a los creadores medievales por concebirse como artesanos y no como artistas. Aun así, disfrutaba mucho los halagos hacia su obra.

Luft-Pavlata resultó ser un gran conservador, restaurador y arquitecto. Protegió a ultranza la arquitectura colonial en la región lacustre de Pátzcuaro, que data del siglo XVI en adelante. Trabajó activamente en la Junta de Conservación local. Su labor incluyó trabajo físico y de concientización hacia los dueños de las construcciones y hacia sacerdotes jóvenes que pretendían cambiar la apariencia de las iglesias para que lucieran «más modernas». Restauró múltiples edificios y espacios, como el atrio del Antiguo Colegio Jesuita, el Museo de Artes y Oficios, originalmente Primitivo y Real Colegio de San Nicolás Obispo. Su restauración más ardua y brillante, el Templo de Santiago Apóstol de Tupátaro, le tomó veinte años: conocido como la “Capilla Sixtina de América”, se encontraba prácticamente en ruinas cuando Luft-Pavlata inició su trabajo.

Como arquitecto sus construcciones combinan elegancia, innovación y tradición. Siguió los consejos de su amigo el arquitecto Eduardo Pareyón Moreno, quien le decía: «Para arquitecto se nace, no se hace uno. Usted aprenda y haga. No se preocupe por estudiar». Así, diseñó y construyó varias casas en Pátzcuaro, incluyendo las dos suyas. También diseñó la mayoría de sus muebles, que su compadre el carpintero Gregorio Pérez, realizó con impecable técnica.

Hombre de espíritu renacentista, Luft-Pavlata también fue escritor y traductor. Escribió más de mil haikus y poemas punks que llamó «garabatos literarios». En 1992 la Universidad Pedagógica Nacional publicó su libro La barca lunar en la entrada de servicio, como parte de su serie Los cuadernos del acordeón. En este libro la escritora María Luisa Puga escribió la introducción y Alain Derbez el epílogo. También tradujo el libro La Diosa Blanca de Robert Graves, con quien mantuvo amistad por correspondencia. Compartió con Graves el interés por la alquimia; y durante años investigó y experimentó con todo tipo de materiales. Su taller, debido a sus experimentos y gusto por la alquimia, tenía ese halo de laboratorio propio de los talleres de pintura antiguos. Tuvo un respeto casi sacro por los materiales que utilizaba. Consideraba que los materiales hacían a la obra dependiendo de sus características inherentes, y que el artífice de las obras debía fusionarse con el material para lograr una buena pieza.

Disfrutaba de mostrarse ante el mundo como restaurador o arquitecto, pero su trabajo plástico en México se convirtió en algo casi privado. Su trabajo se caracteriza por la libertad de aquel que no crea para agradar o para vender; sin embargo sus obras se encuentran en colecciones privadas de México, Estados Unidos y Europa. Creó dibujos a lápiz y con carboncillo, litografías, grabado en metal, pinturas al óleo, pintura en vidrio, instalaciones, collage y ready-made; para los que usó madera, metales, hilos, figuras, y una cantidad enorme de objetos encontrados, u objetos de uso común descontextualizados. Una de sus técnicas predilectas fue una muy popular entre los pintores del siglo XV: el temple a la caseína, que llegó a dominar a la perfección.

Así fue Luft-Pavlata: combinó lo medieval, renacentista, moderno y contemporáneo tanto en su vida personal como en su obra. Fue admirador de los artesanos medievales, de Leonardo da Vinci y de Picasso. Se inspiró también en los conceptos dadaístas, que integró a su estilo personal.

Las amplias series de su trabajo, a grandes rasgos, comienzan con la obra que realizó en Berlín, más cercana al expresionismo, y también con influencias manieristas. Más adelante vino su etapa surrealista, de la que quedan muy pocas piezas, ya que la mayoría fueron obsequiadas, vendidas o reemplazadas, dado que pintó nuevas obras sobre éstas. En los años 80 inició su serie Erótica, en la que retomó recortes de revistas para adultos y los llevó a un grado estético muy refinado, colorido y erótico. En su serie de obras de jugadores de fútbol americano, llamada por él «tauromaquia moderna», usó el pretexto del movimiento, que conjugado con el estatismo de objetos descontextualizados, proyecta una contradicción atrayente e inquietante. En estas dos series vemos un mayor grado de dominio del trazo y el manejo del color, así como una gran madurez compositiva.

También exploró conceptos y figuras utilizando más de una técnica. Entre ellos se destacan la tabla para cortar pan, que se convertiría en figura persistente en pinturas, instalaciones escultóricas, pintura en vidrio con base de madera, pintura y técnicas mixtas. Así mismo, los clips, clavos y alambres retorcidos, muy comunes en los escombros de las construcciones mexicanas, en donde colaboró como arquitecto y restaurador, constituyeron un motivo recurrente. Estos temas pueden verse en litografías y en gran cantidad de pinturas con fondo verde y con frases en alemán gótico, que convierten cada obra en un Poster Painting. Al respecto, contaba que durante su educación básica, en cajas que contenían arena muy fina, él realizaba ejercicios caligráficos una y otra vez. En ocasiones estas frases se relacionan directamente con lo representado; mientras que en otras, no tienen ninguna correspondencia directa. Luft-Pavlata dotó de personalidad a estos clavos, clips y alambres antropomorfizándolos, pero no figurativamente, sino conceptualmente. También los pintó tal cual, sin llevarlos a estas conceptualizaciones, aunque generalmente dándoles una carga simbólica. Experimentaba jugando sobre un papel hasta llegar a una composición final y luego los pintaba. Igualmente pintó objetos encontrados al azar, colocándolos en contextos diversos, sobre un fondo verde característico de toda la última etapa de su producción.

Algunos títulos de sus obras son misteriosos. En ocasiones pareciera que no tienen relación alguna con lo representado, o que su relación es muy íntima, casi secreta; como si nos estuviera compartiendo un pensamiento que no puede ser revelado en su totalidad, pero que nos da pistas para entrar en el mundo que crea y recrea en su obra.

Después de enviudar Luft-Pavlata se casó con Lucy Carpentieri. Ella gestionó y organizó varias exposiciones en México y en Estados Unidos, destacando una magna exhibición retrospectiva en el Centro Cultural Clavijero de Morelia, Michoacán, México en el 2011, gestionada y curada por una servidora, y que tuve el honor de trabajar para Enrique Luft registrando y catalogando más de mil obras estando él en vida.

Políglota, creativo, inteligente, culto, crítico, irónico y lúdico, Luft-Pavlata falleció el 17 de enero del 2014 en Pátzcuaro, Michoacán. Ojalá que algún día, aquél que al reencontrarse en México con su viejo amigo Georg Baselitz le dijó al saludarlo “el artista alemán más conocido viene a visitar al artista alemán menos conocido” tome el lugar que le corresponde en la Historia del Arte.

Erandi Avalos, historiadora del arte y curadora independiente con un enfoque glocal e inclusivo. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte Sección México y curadora de la iniciativa holandesa-mexicana “La Pureza del Arte”.