La figura del Diablo en el arte popular mexicano es sumamente importante y se trabaja en muchas técnicas, materiales y geografías
Erandi Avalos colaboradora de La Voz de Michoacán
En un humilde intento por compartir la riqueza cultural de Michoacán en los Países Bajos —antes Holanda— con la ayuda de muchos amigos y amigas muy queridos participamos en el proyecto Duivelse dagen, “Días diabólicos” en el puerto de Róterdam. Esto tuvo lugar en WOLk, un espacio que se encuentra en Oud-Charlois, una zona situada en la orilla sur del Río Mosa, en Róterdam. Los últimos 20 años, cada vez más artistas y creativos se han instalado aquí y de 2004 a 2020, la Fundación Nieuwe Ateliers Charlois de la calle Wolphaertstraat ha recibido los números 15 a 55 de la corporación de vivienda Woonstad para instalar proyectos artísticos comunitarios. WOLk es parte de esta iniciativa y sus ejes rectores son: la conciencia, el arte y la convivencia. Fundado y coordinado por Mary Handrikman y Pauline Schreurs, cuenta con un equipo multidisciplinario comprometido con su comunidad.
Para concluir los seis meses de la exposición Heal All, del artista neerlandés Toine Klassen, WOLk organizóun intercambio cultural entre Michoacán y Róterdam a través de varias propuestas artísticas que incluyeron música, gastronomía, historia, talleres, fotografía y performance. En este contexto, se proyectó la exposición “El Diablo anda suelto”, de Pablo Aguinaco; un registro fotográfico de los fantásticos personajes de diablos de Tócuaro, Ocumicho y Tzurumútaro, principalmente.
La figura del Diablo en el arte popular mexicano es sumamente importante y se trabaja en muchas técnicas, materiales y geografías: barro, cartonería, fibras vegetales, exvotos, máscaras; que son las protagonistas de esta muestra fotográfica. Estamos hablando aquí de tres momentos, tres resultados distintos que se interrelacionan íntimamente en un proceso creativo que va más allá de máscaras inertes colgadas en un muro: el primer momento es la creación de las máscaras, que recoge una tradición transgeneracional. Otro es el momento en el que esas máscaras son portadas por los niños, jóvenes y adultos que participan en las celebraciones comunitarias y que es resultado de sofisticadas relaciones sociales que unen a las personas de ese pueblo. El tercero es el oficio del fotógrafo para capturar en una imagen las dos anteriores.
La oportunidad de ver las máscaras en su entorno natural enriquece mucho la experiencia de verlas, les da vida. Estas fotografías son un testimonio histórico, artesanal, etnográfico, antropológico y estético. Es un orgullo mostrar una pequeña parte de la inmensa riqueza de Michoacán en países en los que se valora y apoya la cultura y el arte más que en nuestra tierra. Los michoacanos —guerreros natos como somos— seguimos en pie a pesar de tanta adversidad. Mantenemos la joie de vivre incluso entre balaceras, inundaciones, bloqueos en carreteras, manifestaciones y un largo etcétera. Somos creativos. Somos generosos, trabajadores. La fuerza de los pueblos originarios nos nutre y en estas máscaras, en estas celebraciones y en estas fotografías se refleja nuestro poder y belleza.
Agradecemos pues a los maestros mascareros, a los que usan esas maravillosas máscaras para transformarse en diablos elegantes, sofisticados y coloridos de Tócuaro; en demonios terribles de largas cabelleras que danzan en Tzurumútaro luchando con ganchos para demostrar quién es el mejor; o con las máscaras del serrano Ocumicho que comparten la estética del barro policromado. Gracias a cada lugar michoacano donde aparecen los diablos fotografiados por Pablo Aguinaco, que ahora visitan Róterdam pero ya quieren regresar a Michoacán porque allá tienen mucho trabajo que hacer aparte de aparecer en las fiestas del pueblo. Tal vez tendríamos que pasearlos por todo el mundo para que nos den tregua un rato.