Morelia, Michoacán, 22 de mayo de 2024.- Como consecuencia de la Pandemia que padecimos hace dos años, y ante la necesidad del aislamiento en casa, de solventar las implicaciones que representaba el tomar clases en línea o realizar el trabajo en casa, se comenzó a hablar con relativa intensidad de la necesidad de que la vivienda se volviera más flexible en su uso, con relativa versatilidad dependiendo de las actividades a desarrollar.
Todos, de una u otra manera comenzamos a pensar que era necesario hacer cambios o adaptaciones en nuestras viviendas. En buena medida, derivado de la inesperada situación vivida que, más allá de los riesgos inherentes a la enfermedad, se presentó debido a que “de la noche a la mañana” nos encontramos todos ante la necesidad de vivir en casa todos juntos y todo el tiempo.
Subrayo todos, porque en la mayoría de los hogares hemos desarrollado la práctica de habitar la vivienda por breves momentos, y casi por turnos; algunos integrantes de la familia salen temprano de casa, a trabajar o estudiar, y regresarán a la hora de comer o incluso hasta en la noche. Otros más realizarán actividades en la casa, como estudiar, cocinar, lavar, entre otras muchas más, mientras los demás permanecen fuera del hogar.
A esta separación conceptual entre trabajo y vivienda puede atribuirse el hecho de que la principal preocupación sobre desarrollar actividades en línea desde el hogar, fuera trabajo o escuela, era que dicha actividad se contaminara con la filtración de situaciones domésticas consideradas inapropiadas en el ambiente laboral. Como si en el imaginario social se hubiera construido un código que prohíbe mezclar lo laboral con lo familiar o doméstico.
Sin embargo, este discurso generalizado corresponde a una vivienda tal vez de las grandes urbes, predominantemente en edificios verticales de los llamados condominios o departamentos, donde el uso es exclusivamente habitacional. En el caso de nuestras ciudades mexicanas, la realidad es que las actividades productivas y/o comerciales han estado presentes en el desarrollado de la vivienda misma. Incluso se podría afirmar que por la predominancia que tenían estos espacios de trabajo en la distribución de la vivienda, más que trabajar en casa, las personas vivían donde trabajaban. Baste recordar que la presencia de espacios comerciales en la parte frontal de la edificación o en la planta baja, mientras que los espacios habitacionales eran relegados a la parte posterior o superior del inmueble.
Una de las principales características de los tradicionales barrios de la ciudad es la mezcla de usos de suelo, la diversidad de actividades, pero sobre todo de densidades y esquemas habitacionales de todo tipo, desde los destinados a los propietarios de los negocios y sus familias, hasta los de sus trabajadores o empleados.
En las llamadas colonias que, a diferencia de los barrios, fue un modelo monofuncional impuesto bajo la concepción de que sólo deberían de existir viviendas, algo totalmente contrario a una realidad social, propició que en muchas de casas se adaptaran espacios comerciales para la venta de productos de abarrotes, de refaccionaria, de alimentos preparados, ferretería, gimnasio, tortillería, panadería, venta de ropa o calzado, incluso servicios como salón de belleza, etc. Todo lo anterior inicia de manera informal en un espacio de la vivienda, que puede ser la cochera, sala o comedor, conforme se consolida y los recursos económicos lo permiten, se logra establecer como un local comercial adosado a la vivienda.
En una perspectiva a menor escala podemos observar la versatilidad de nuestra vivienda cuando, terminando de comer, se recoge y limpia el comedor, para que los hijos conviertan ese espacio doméstico en la extensión de la escuela, al menos durante el tiempo en que realizan sus tareas escolares. Otro caso es cuando el espacio de la sala, pensado generalmente para recibir visitantes, se convierte en el espacio para tejer o coser, preparar o empaquetar productos de venta, reparar algo, etc. Cada espacio en nuestra vivienda cumple varias funciones a lo largo del día.
Resulta fácil dejarse llevar por un discurso generalizador que se origina desde una perspectiva que tiende a homogeneizar a la sociedad que confiere a la vivienda un carácter monofuncional de habitación, opuesto al espacio del trabajo o educativo; como si se tratara de los extremos de la existencia humana. La realidad es que nuestra existencia cotidiana se desarrolla en múltiples espacios privados y públicos, incluso en los traslados.
Centrar la atención en la necesidad de volver flexibles o versátiles nuestras viviendas, incluso pensar que la alternativa de solución, es la construcción de muebles más pequeños, distrae de asuntos verdaderamente importantes y fundamentales, como la necesidad de ampliar lo que se considera dimensiones “mínimas” habitables y que en la práctica resulta las máximas construidas. Históricamente, las iniciativas legislativas han sido para disminuir la superficie del lote mínimo, disminuir el frente del predio habitacional, reducir las donaciones. Sin considerar que los requerimientos básicos se convierten en máximos, bajo la lógica económica de la vivienda. Se requiere que el gobierno asuma en todas sus dimensiones la responsabilidad de garantizar una vivienda y se revise modifique la normatividad vigente al respecto del predio mínimo, que garanticen aspectos de ventilación e iluminación natural con que debe contar una casa; así como el espacio abierto (jardín) que deberá contar cada casa y que no podrá ser pavimentado para ser convertido en cochera.
Estos y otros aspectos como la cercanía a la ciudad, a los equipamientos básicos de salud, recreación y educación, son temas que se han dejado de lado en la discusión sobre la vivienda por privilegiar su viabilidad económica.