Mirador ambiental
La falta de seguridad ha sido el origen para cerrar la frontera al aguacate michoacano. Que ocurra por segunda ocasión quiere decir que los factores que la determinan no están bajo control. Siendo así, podría ocurrir un tercero o cuarto, o quien sabe cuántos más incidentes.
La sugerencia que hizo el gobierno mexicano de que los inspectores sanitarios de este fruto y otros sean de las propias dependencias nacionales y no contratados por agencias estadounidenses orilla a una conclusión lógica: entonces, para evitar que ocurra otro cierre de la frontera aseguremos que las víctimas sean mexicanos y no ciudadanos relacionados con instituciones estadounidenses, así nos evitamos las pérdidas, la mala prensa y el trámite de los acuerdos diplomáticos.
La claudicación del gobierno mexicano frente al poder del culto aguacatero al colocar como prioridad la mercancía antes que el derecho humano de las personas no es una novedad, ya es una rutina normalizada desde el momento en que México omite de sus obligaciones el cumplimiento del capítulo 24 del T-mec en el que se indica con claridad que “cada parte promoverá y fomentará la conservación y el uso sostenible de la diversidad biológica, de conformidad con su ordenamiento jurídico o política.”
Hace mucho tiempo que el aguacate ha dejado de ser un fruto más, como lo era, para ser convertido en un fetiche puesto por encima del derecho ambiental, la seguridad y la cultura de los michoacanos. Por eso, ya no deberíamos extrañarnos de que la autoridad considere la seguridad de las personas, la vida humana y el derecho ambiental como elementos descartables frente al valor superior llamado deidad aguacatera.
El poder de 3 mil millones de dólares anuales es portentoso, capaz de quebrar la ética gubernamental, para, por la vía de la simulación permitir que continue expandiéndose a costa de bosques y aguas, y también a costa de la seguridad y la vida de quienes sean. Los derechos humanos y el capítulo 24 del T-mec, hasta ahora, no han prevalecido por encima del tótem-aguacate. El negocio aguacatero en Michoacán y allende la frontera estadounidense ha alcanzado un ritmo arrollador gracias a un mercado sin reglas éticas, y por supuesto, sin compromisos reguladores efectivos de ambos gobiernos.
Se está dejando así en manos de la pura fuerza del mercado el límite y destino de este sistema productivo y la subsistencia de los bosques y aguas michoacanas. Puede ser, sin embargo, que las vicisitudes del mismo mercado terminen doblándolos. Es claro que el futuro del aguacate viaja, también por ahora, en el lomo de un caballo desbocado que, así como podrá seguir avanzando, tomando bosques y aguas, podría colapsar enredado en las contradicciones de un mercado impulsado por la voracidad, la codicia, el poder político y los golpes bajos.
Esta ruta caótica, si bien deja ganancias abundantes para algunos, puede complicar el futuro económico de Michoacán y con toda seguridad, como ya se ve, dejar un deterioro ambiental irreversible. En el altar erigido a la deidad del aguacate, como lo exigen los dioses caprichosos, ya se sacrifica con normalidad la seguridad, los derechos humanos, el agua, la tierra, y los bosques michoacanos. Es oportuna la pregunta, ¿qué otro bien se deberá sacrificar ante esa deidad para que ese monocultivo siga generando la riqueza que sus sacerdotes cultivadores necesitan para alimentar su ego y lanzar migajas a sus idólatras? Hay otras ofrendas que ya van en camino hacia ese altar para ser sacrificadas y sosegar el apetito de poder que la deidad demanda, se trata de la paz social, seguida de la gobernabilidad.
Los sacerdotes del culto, sin embargo, no alcanzan a ver esta ruta de sacrificios porque han sido condenados por su dios a sólo mirar los números en sus cuentas bancarias y a escuchar los elogios de su propia narrativa. Al paso de los años, en un futuro no muy lejano, quienes siguen la religión de esta deidad, cuando su poder se vaya extinguiendo porque los mercados estén cambiando, se percatarán como el personaje de Calderón de la Barca de que su vida fue un sueño, y no cualquier sueño, porque despertarán sin bosques, sin aguas y sin tierras fértiles, sólo con muchas monedas en sus bolsillos, eso sí muy áridas y manchadas de inhumanidad.
La certificación ambiental estricta del aguacate, como se ha reclamado, además de la seguridad, para frenar el cambio de uso de suelo, el saqueo de aguas, la deforestación, y poner un límite a la ilegalidad, no obstante que en parte limpiaría la imagen ecocida de este producto y sería la vía para instituir un mercado ambiental de este fruto, se enfrentará a la resistencia del impulso bárbaro que sólo busca la ganancia por la ganancia misma. Pero, será un proceso que deberán enfrentar más temprano que tarde.
Difícilmente las partes darán el otro paso, el del deber ser, el del imperativo categórico, el de poner siempre lo humano y la protección ambiental como prioridades irreductibles. 3 mil millones de dólares constituyen una fuerza que, hasta ahora, se ha impuesto a toda ética y a todo derecho. ¿Habrá esperanza?