Edipo y la búsqueda de ese asesino desconocido que es condenado a muerte antes de que se descubra su identidad

Gustavo Ogarrio

Alguna tarde ya perdida en el infinito de mi memoria de pasillos y salones de la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM), recuerdo haber presenciado un ensayo de la obra Edipo Rey. “¡Oh hijos, descendencia nueva del antiguo Cadmo!”. Tebas golpeada por la peste; Edipo y la búsqueda de ese asesino desconocido que es condenado a muerte antes de que se descubra su identidad; el coro trágico de estudiantes de teatro, ancianos y jóvenes suplicantes, sentados y representados en las gradas imaginarias; una ciudad llena de humo; Cadmo y la muerte del dragón a las afueras de Tebas: el impacto estudiantil de lo trágico que provenía de aquella lectura que se esforzaba en alcanzar la plenitud de la poesía dramática de Sófocles… el éxodo de un Edipo que se saca los ojos, Yocasta ahorcada; la súplica de Edipo ciego al Corifeo para que se le conceda por fin la muerte verdadera. “Oposición irreconciliable”, en palabras de Goethe. Refiriéndose a Edipo Rey y su posible actualidad dramática en los relatos policiacos, afirma Carlos García Gual: “El detective descubre al final al asesino: es él mismo. El prestigioso rey sabio se revela como un ignorante: no sabía quién era ni de quién era hijo. El que se presentó como justo vengador del asesinato de su padre debe ejecutar la venganza, al descubrirse único culpable del antiguo crimen”. Desde ese momento fui buscando las huellas de la tragedia grecolatina en las literaturas de América Latina. No sería nada sorprendente que el mismo García Márquez comenzara su novela “La hojarasca” con una cita de “Antígona” de Sófocles y que el primer coronel retirado que aparece en su obra narrativa cumpliera con la misión de darle sepultura al cuerpo del médico de Macondo, insepulto por la voluntad del pueblo. O que la poeta Sara Uribe escribiera en 2012 una pieza titulada precisamente “Antígona González”.