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Una sola bala fue la que apagó la vida de mi hermano Diher García, en los primeros minutos del pasado sábado 24 de agosto, mientras se encontraba trabajando como valet parking afuera de un conocido bar sobre Avenida Camelinas. Y con ello, también mataron de golpe todos los planes y proyectos que tenía con sus dos menores hijos y con nosotros, su familia.

Le dispararon con un arma calibre .9 milímetros, a sangre fría y sin darle oportunidad a nada. A quemarropa y con el factor sorpresa que, en estos ataques, suelen tener los criminales.

Él no usaba armas. No habría tenido la oportunidad de defenderse, aunque lo hubiese querido intentar. Ni siquiera era una persona violenta, por el contrario, era un hermano, hijo y padre ejemplar; amoroso, afectivo, siempre sonriente, noble, de un gran corazón y generoso en extremo; el más cariñoso con mamá. Todo su barrio lo fue a despedir y a llorarle en su última morada, de lo querido y apreciado que era “el güerito”, “el chelelo”, “mi niño”, “el Diher”.

Tenía escasos cuatro meses en ese trabajo, el cual aceptó para tener una segunda fuente de ingresos como muchos otros padres de familia que buscan llevar el sustento al hogar. Hace unas semanas había recibido un reconocimiento por sus 15 años de antigüedad como empleado de la UMSNH, adscrito al Departamento de Idiomas, donde este jueves 29 de agosto le rindieron un homenaje post mortem.

Del crimen poco se sabe. Y quizá nunca se sepa, como también ocurre con muchos otros asesinatos que pasan a ser una estadística más, aún y cuando la zona donde ocurrió está invadida de cámaras y, en teoría, de unidades que la patrullan hasta en caravana. Desde hace mucho, eso dejó de inhibir a los delincuentes.

Los dos atacantes llegaron en motocicleta y, sin detener el paso, dispararon contra Diher y otro de sus compañeros, quien se desplomó al instante sobre el carril lateral de la avenida. En el perímetro se hallaron 10 casquillos percutidos, incluido el de la bala que encontró en su trayecto a mi hermano.

De acuerdo con testigos, Diher todavía logró correr hacia el establecimiento, donde otros compañeros que laboran como meseros y en la barra trataron de brindarle los primeros auxilios mientras llamaban una ambulancia. Él pedía ayuda mientras se estaba desangrando.

Cuando llegaron los paramédicos, unos 20 minutos después, todavía estaba consciente. Por la gravedad de la herida decidieron conducirlo hacia el Hospital Civil, pero en el trayecto falleció a pesar de los esfuerzos de reanimación que durante aproximadamente 10 minutos le aplicaron. La bala había penetrado en su tórax. “Herida por proyectil único”, anotó el forense.

Estaba por cumplir 37 años, era nuestro hermano menor y su muerte cala muy hondo, más aún, porque le arrebataron la vida a un buen ser humano, de esos que no tendrían por qué irse de esa manera.

Hoy, en casa entendemos con mayor nitidez, en carne propia, la rabia e impotencia de cientos de miles de familias que han pasado por una tragedia así. Es un dolor que a nadie se desea, y una desesperanza que quizá nunca se vaya, sino que se aprende a vivir con ella.

Vuela alto, hermano. Tremendo ángel se ganó el cielo contigo.

Cuídanos desde allá, y saludos a papá. Ya no lo vas a extrañar ni a tener que velar todas esas noches que ibas a su tumba para platicarle de tu día y decirle cuánto lo echabas de menos. Ya estás de nuevo con él, querido hermano.