Leer, al final, sigue siendo una forma de detener el tiempo, de volver a uno mismo, aunque el soporte haya cambiado. La tinta puede ser invisible, el papel puede no crujir entre los dedos.

Yazmin Espinoza / La Voz de Michoacán

Cada 4 de julio se conmemora el Día Mundial del Ebook, una fecha que parece menor dentro del calendario cultural, pero que guarda en su trasfondo una transformación profunda en los modos de leer, narrar y compartir el conocimiento. La efeméride recuerda la publicación del primer libro electrónico en 1971, cuando Michael Hart inició el Proyecto Gutenberg digitalizando la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. No sabía entonces que con ese gesto abría una grieta en la noción del libro como objeto.

Hoy, más de cinco décadas después, los libros digitales son parte del paisaje habitual de la lectura contemporánea. Están en el teléfono, en la tableta, en los lectores electrónicos especializados, incluso en las computadoras de trabajo y, con esto, los hábitos lectores también han cambiado.

No es solo la forma del libro lo que ha mutado, sino el contexto de su lectura. En lugar del sillón y la lámpara, a menudo se lee en el transporte público, en la fila del banco, en las horas breves antes de dormir. Los ebooks han ampliado la noción de “tiempo para leer” al permitir fragmentar la experiencia: leer un capítulo, detenerse, continuar días después. El texto no se abandona, se pausa. La lectura puede trasladarse de un dispositivo a otro sin perder el hilo, como si el libro esperara al lector paciente, suspendido en una nube invisible.

Este nuevo entorno también ha reconfigurado la relación física con el objeto. Muchos lectores deciden ya no cargar libros pesados durante sus viajes, ni enfrentan problemas de espacio en las estanterías. En cambio, acceden a catálogos en línea, compran o descargan libros con un clic, almacenan miles de títulos en un dispositivo más ligero que una novela de bolsillo. La experiencia sensorial ha cambiado, sí, pero no necesariamente se ha empobrecido. El acto de leer persiste, incluso se fortalece, aunque se haya disuelto el aroma del papel.

El mercado digital ha crecido de manera sostenida, en especial en América Latina, donde las condiciones de infraestructura y acceso han favorecido un avance progresivo del formato. Según el último informe de Bookwire y Dosdoce, los libros digitales en español han aumentado su venta en más de 13% anual en el último año. México, junto con Colombia y Argentina, lidera el consumo de ebooks en la región. Plataformas como Amazon Kindle, Google Play Books o Apple Books concentran buena parte del mercado, aunque cada vez hay más interés por desarrollos regionales que permiten alojar catálogos en lengua española y portuguesa con mayor diversidad editorial.

Este crecimiento también tiene un rostro alternativo: el de las bibliotecas digitales, tanto públicas como privadas, que ofrecen libros gratuitos o a muy bajo costo. En México destacan las colecciones digitales de la UNAM, el Fondo de Cultura Económica y Educal, además de iniciativas como la Biblioteca Digital Mundial y la Biblioteca Vasconcelos, que han encontrado en lo digital una vía para llegar a públicos más amplios, más allá del espacio físico y sus limitaciones.

A pesar de los avances, persisten ciertos prejuicios: hay quienes insisten en que el ebook no es “un verdadero libro”, o que su lectura no produce el mismo vínculo emocional. Tal vez se trata de un apego generacional. Tal vez no. Lo cierto es que las nuevas generaciones han naturalizado la lectura en pantalla, con una familiaridad que no pasa por la nostalgia sino por la funcionalidad.

Si me preguntan a mí, el ebook no ha venido a reemplazar al libro impreso, sino a coexistir con él. Es una nueva forma de leer, no una renuncia a la lectura. Su flexibilidad, portabilidad y accesibilidad lo han convertido en un aliado poderoso, especialmente en contextos educativos y en comunidades con acceso limitado a librerías o bibliotecas físicas.

En un mundo donde cada vez más aspectos de la vida cotidiana transcurren en lo digital, los libros han encontrado también su lugar. Leer, al final, sigue siendo una forma de detener el tiempo, de volver a uno mismo, aunque el soporte haya cambiado. La tinta puede ser invisible, el papel puede no crujir entre los dedos. Aun así, mientras alguien abra un archivo y se hunda en una historia, la literatura seguirá viva. Y ese, quizá, sea el verdadero motivo para celebrar este día.