Reportaje y material gráfico: Humberto Castillo Mercado/Enviado Especial/Apatzingán
Historias de impotencia, injusticia y crueldad debido a la inseguridad y al hostigamiento delincuencial, han vivido decenas de familias, niños, mujeres y adolescentes, principalmente, tras la presión de dejar su tierra, sus seres queridos y sus pequeños patrimonios.
Es el fenómeno del desplazamiento obligado que se vive en el Valle de Apatzingán, esa zona colmada de hectareas de huertas de limón, donde decenas de rancherías se han quedado prácticamente solas, a causa de la inseguridad.
En lo que va de 2024, por lo menos 100 personas desplazadas por la violencia en diversas comunidades de Apatzingán han sido acompañadas por el Frente Popular Francisco Villa, A.C. asociación que cuenta con un albergue ubicado en la colonia Josefa Ortiz de Domínguez al poniente de Apatzingán.
Carmen Zepeda Ontiveros, encargada del espacio ha sido testiga de decenas de historias marcadas por la violencia y la indiferencia gubernamental; historias de mujeres, niñas, pequeños, jóvenes y varones, que lo dejaron todo en sus comunidades rurales y alejadas.
Son por lo menos 30 comunidades afectadas por el desplazamiento de personas, entre ellas: El Alcalde, Las Bateas, La Clavellina, El Morado, El Salate, Holanda, Chiquihuitillo, El Lindero, Acatlán, Valle de Acatlán, Los Laurales, Loma de los Hoyos, Puerta de Alambre, San Fernando, Las Tinajas y Presa del Rosario. Al menos una decena de ellas, están abandonadas, es decir las familiar se fueron.
Entrevistada en el albergue donde actualmente hay media docena de personas refugiadas, relata que Apatzingán es una gran fosa clandestina, donde la simulación Institucional es evidente y que es muy lamentable que el gobierno señale que “no pasa nada en Apatzingán”, cuando realmente pasa de todo y es una caos el municipio, dice.
Hay niños que los meten a combatir sin saber combatir, “son unos chamaquitos que apenas pueden cargar los rifles”, y ahí los ves, desde la comunidad de Chiquihuitillo.
La tristeza de abandonar el ejido de Holanda
Fue triste salir de su rancho, dejar la familia, dejar alguna propiedad, cuenta un desplazado por la inseguridad de la comunidad y ejido de Holanda, perteneciente al municipio de Apatzingán.
Desde hace 4 años, abandonó ese lugar ubicado a una hora de la cabecera municipal. Hoy, narra las complicaciones para seguir viviendo en dicho lugar al norte del municipio donde creció y donde quedó alguna parte de su familia.
Dice que no se arrepiente de haber salido de Holanda hace cuatro años, donde trabajaba en el campo, pero no siempre había trabajo seguro; en ocasiones, incluso, se iba a trabajar a Cueramato y Guanajuatillo, pero era poca la chamba y mucho el riesgo.
El hombre de 59 años dice que no solo de Holanda hay familias desplazadas, sino de decenas de comunidades de Apatzingán.
El Chayo
Otro de los desplazados, un joven veinteañero, recuerda que salió de su comunidad y permaneció semanas escondido en el cerro por el riesgo de ser obligado a reclutarse para un grupo delictivo.
El problema empezó desde 2006 pero empeoró en 2012; en su comunidad había 15 familias y a la fecha es un pueblo casi “fantasma”, prácticamente abandonado, donde sólo permanecen tres familias; la escuela y la iglesia están abandonadas y deterioradas.
Las opciones del joven, sólo eran dos si no hubiese salido de esa comunidad: tendría que estar huyendo o haber pertenecido algún grupo delictivo.
Cuando era adolescente, tomó cursos con Nazario Moreno, “El Chayo” y le gustó el adiestramiento, revela el joven en entrevista en la que por seguridad no muestra su identidad. Los cursos eran de liderazgo y se realizaban en Morelia; al final decidió escapar. Así las cosas.
Levantaron a su hija
Una mujer de 42 años, también cobijada por la asociación civil dedicada a apoyar a familias desplazadas, revela que a su hija la secuestró un grupo armado hace 4 años, en Apatzingán, cuando la adolescente salía de la preparatoria.
Estuvo privada de su libertad por varias horas, fue torturada psicológicamente por hombres armados, abusada sexualmente, y en el lugar había garrafones de gasolina, por lo que la jovencita creyó que la iban a quemar viva; sin embargo, fue liberada unas horas después, pero tuvo que abandonar Apatzingán y pedir asilo en Estados Unidos.
Las crisis emocionales de la joven, tras lo ocurrido, no las ha podido superar, quiere regresar con su familia Apatzingán, pero cree que no tiene caso porqué sin duda el hecho la ha marcado de por vida.
Su madre recuerda que era una gran estudiante de bachillerato, pero vivió un infierno, “nunca entendí por qué la secuestraron“. También rememora el triste momento: “fue al salir de un ciber para imprimir unas tareas, una camioneta blanca se atravesó por medio camellón y la agarraron por la espalda”.
Compartió que su hija vivió cosas terribles, porque la patearon y le insinuaron qué la iban a matar, además de otros detalles que omitió decir, mientras las lágrimas cayeron en su rostro moreno.
El temor persiste porqué piensa en sus demás hijos; ella no quiere ni puede dejar ese lugar, marcado por la injustjicia, la impotencia y el recuerdo cruel.
Coiciden las tres victimas de desplazamiento que “el gobierno no hace nada, no se mete a las comunidades para que uno pueda trabajar y salir al corte del limón”.
El desplazamiento los mantiene en la casa que el Frente Francisco Villa tiene habilitada para albergar a familias que han sido desplazadas por la violencia; atrás se quedaron sus vidas, hermanos e hijos.
Ellos ya no tienen historias, el crimen se las quitó.