La oveja negra se estrenó en el Cine Orfeón en diciembre de 1949 y No desearás la mujer de tu hijo en mayo de 1950 en la misma sala. El éxito fue arrollador
Jaime Vázquez, colaborador La Voz de Michoacán
En julio de 1949, en los estudios Tepeyac de la Ciudad de México, comenzó la filmación de dos películas, dos capítulos de la misma historia: La oveja negra y No desearás la mujer de tu hijo, escritas por Ismael Rodríguez y Rogelio A. González.
Rodríguez, director de ambas, al concluir Ustedes los ricos, la continuación de Nosotros los pobres, inició los preparativos para lo que en ese momento era su nuevo proyecto: una película ambientada en el norte del país con las desventuras, encuentros y desencuentros, dramas y risas, canciones y amores en un conflicto entre un padre tiránico y un hijo de alma noble.
Comenzó a tomar forma en el papel La oveja negra que poco a poco, por la riqueza de los personajes, se convirtió en dos episodios, con No desearás la mujer de tu hijo.
La oveja negra se estrenó en el Cine Orfeón en diciembre de 1949 y No desearás la mujer de tu hijo en mayo de 1950 en la misma sala. El éxito fue arrollador.
Fernando Soler interpretó a Cruz Treviño Martínez de la Garza, padre de Pedro Infante (Silvano), el hijo que carga estoico la cruz del drama para quitarle el peso de la aflicción y la desgracia a Bibiana (Dalia Íñiguez), una madre tan dolorida y sufridora como la patria misma.
En ese microcosmos campirano don Cruz es la encarnación del machismo, la villanía ebria y dicharachera del padre tiránico, mujeriego irresponsable que todo lo puede, dictador que gobierna su casa y su vida como déspota norteño. Silvano es la imagen misma de la nobleza, la lealtad a sus mayores porque “a los padres no se les juzga”. Es cariñoso y entregado refugio de los dolores morales de Bibiana, su madre, muchacho alegre y cantarín que adora a Kamcia, su obediente caballo (propiedad del general Manuel Ávila Camacho y entrenado por el mayor Gabriel Gracida). Es la contendida rebeldía hacia su padre, al que en la práctica obedece en todo.
Si Cruz Treviño es el dictador y Silvano la rebeldía, Bibiana, la madre, es la representación de la tierra misma, el abnegado personaje sobre el que se desarrolla la lucha entre lo viejo y lo nuevo.
En sus Memorias Ismael Rodríguez apunta: “La única dificultad la tuve al principio, con Pedro; ya era un ídolo (…) se podía dar el lujo de opinar y discutir sus papeles”. Infante reclamaba: “… mi papel es un hueso, ¡voy a desaparecer! ¡Todo se lo lleva el padre!”. Claro, respondió Rodríguez, Soler “es el villano”.
“Él no podía saber –continúa Rodríguez- cómo los iba a cuidar a los dos, para que se diera un verdadero mano a mano, para que don Fernando no se comiera a Pedro, para que Pedro tuviera la misma fuerza”.
Con Soler fue distinto. De inmediato aceptó el reto y preguntó sobre el sueldo: “¿cuánto me vas a pagar?”. Al saberlo comenzó a negarse: “… no puedo aceptar esa cantidad, mira, mi trayectoria… Siempre cobro aunque sea un peso más que en mi película anterior”. Rodríguez no ofreció más. “Modestia aparte –argumentó Soler- trabajando contigo te voy a dar prestigio”. Don Ismael respondió: “¡Claro! Pero trabajando conmigo te voy a dar taquilla”.
Finalmente, Fernando Soler, que nunca había obtenido un Ariel por su trabajo, lo ganó en 1951 por No desearán la mujer de tu hijo, cuando competían Arturo de Córdova por El hombre sin rostro y Pedro Armendáriz por Rosauro Castro. Pedro Infante estuvo nominado un año antes pero no recibió la estatuilla por La oveja negra. El ganador fue Roberto Cañedo por Pueblerina.
La celebración del Día del Padre en nuestro país tiene su origen a finales de los años cuarenta. Se festeja el tercer domingo de junio. Por esos tiempos, las dos películas de Ismael Rodríguez abrieron el telón de una peculiar relación padre-hijo.
Más allá de las concesiones, el previsible melodrama, las lágrimas de la sinrazón y el machismo, La oveja negra y No desearás la mujer de tu hijo reunieron en la pantalla a dos de los actores más queridos del público. Fernando Soler, la imagen del padre severo, tradicional, añorante del pasado, y Pedro Infante, el ídolo amable, el sencillo cantor del pueblo. Padre e hijo en la ficción, símbolos de una sociedad que no ha dejado de reconocerse en la metáfora.
Jaime Vázquez, promotor cultural por más de 40 años. Estudió Filosofía en la UNAM. Fue docente en el Centro de Capacitación Cinematográfica. Ha publicado cuento, crónica, reportaje, entrevista y crítica. Colaborador del sitio digital zonaoctaviopaz.
@vazquezgjaime