Esta historia, basada en un relato de Juan de la Cabada, fue adaptada al cine por el propio de la Cabada y Giovanni Korporaal

Jaime Vázquez colaborador de La Voz de Michoacán

El C. Agileo Barajas lleva en sus manos una carta con su nombramiento como Cadenero de Segunda asignado a la Oficina de Localización de Caminos Vecinales. Lo recibe el jefe de esa Oficina, quien le entrega como instrumentos de trabajo un tripé, chamarra, casco, teodolito y cadena, y el resguardo de inventario para que lo revise y firme. El sueldo: 5 pesos diarios.

El jefe le informa a Agileo que, a las once de la mañana, tendrá que salir con el arriero Filemón con rumbo al pintoresco pueblo de Pitiliditiro, lugar en el que debe de iniciar los trabajos de medición para la construcción de una carretera.

Filemón, las mulas de carga, Agileo y un perro escuálido hacen el viaje a Pitiliditiro y son recibidos en la casa de huéspedes donde Doña Flora, la dueña, comienza a llamarle “ingeniero”, título que Agileo no corrige.

Comienza así la aventura de Agileo en su reconocimiento del pueblo, sus habitantes y costumbres. Pronto descubre a Nacha, la hija de Avelino, el cacique lugareño y propietario de la tienda El brazo fuerte.

Esta historia, basada en un relato de Juan de la Cabada, fue adaptada al cine por el propio de la Cabada y Giovanni Korporaal, quien la dirigió. Se realizó en 1958, en Michoacán. El lugar escogido para representar al ficticio Pitiliditiro fue Erongarícuaro.

Los habitantes de Erongarícuaro, sus calles, el kiosco y las nubes que parecen surgir del horizonte limpio y juntarse con la tierra en la lejanía, fueron protagonistas de la película, bajo la lente de Walter Reuter, que muestra las influencias del cine de Eisenstein.

Agileo lucha primero contra el rechazo del pueblo, pero una carta del “gobierno federal” que Aguileo recibe provoca enredos, confusiones y la creencia general de que el falso ingeniero es “influyente”. El pueblo se transforma en halagos. El cacique Avelino no tiene empacho en dar la mano de Nacha a Agileo. El “ingeniero influyente” emprende el ascenso social, económico y político. Con el tiempo, será el cacique, el dueño de El brazo fuerte, de las decisiones en todos los órdenes, el mandamás, el líder y prócer. Su ascenso político lo precipita en su descenso ético, la corrupción, la mentira, las transas y trampas.

Heredera de ¡Ay, Palillo, no te rajes! (1948, Alfonso Patiño Gómez) y punto de partida para Calzonzin inspector (1974, Alfonso Arau), El brazo fuerte es considerada pionera en el género de la sátira política.

Hay también un puente que conecta con otra obra, pero para el teatro: El gesticulador (1938), de Rodolfo Usigli.

Realizada de manera independiente, fue calificada de “pirata”, calificativo que colocaban a las películas que no contaban con actores y técnicos de la industria afiliados al mundo sindical. La otra censura correspondió a las autoridades, que vieron un ácido y burlesco retrato del acontecer político nacional. Su estreno en salas comerciales, más allá del circuito de cineclubes o universidades, sucedió hasta 1974.

Muchos años después, vendrían películas de sátira política como La ley de Herodes o El infierno, ambas de Luis Estrada, miradas corrosivas a nuestra realidad.

Korporaal, de origen holandés, realizó algunas escenas utilizando grabados y las famosas “calaveritas”, los versos que se componen para los vivos en los días de muertos.

En la sátira la risa nos enfrenta a un espejo despiadado: el absurdo. El brazo fuerte es una vasija de nuestro propio barro, barnizada de absurdo.

La película tiene en su factura de cine independiente y en sus “actores no profesionales” quizá su mayor virtud y sus puntuales defectos.

A pesar de que en los créditos iniciales se nos advierte que se trata de un lugar imaginario, sabemos muy bien que en Pitiliditiro está completo el país. Está el pequeño personaje que se adueña de las decisiones, los acuerdos, las causas, las leyes, los recursos y la voluntad popular.

En Erongarícuaro, El brazo fuerte protagonizó en microcosmos la sátira de un mapa nacional que fue más allá de la política para dar las coordenadas de lo que sucede en la sociedad. Como reza el inicio: “pura coincidencia”.     


Jaime Vázquez, promotor cultural por más de 40 años. Estudió Filosofía en la UNAM. Fue docente en el Centro de Capacitación Cinematográfica. Ha publicado cuento, crónica, reportaje, entrevista y crítica. Colaborador del sitio digital zonaoctaviopaz.
@vazquezgjaime