Morelia, Michoacán

Pocos saben que tras la flor de cempasúchil, que se cultivada con perseverancia en los meses previos al Día de Muertos, se esconde a una hermosa leyenda de amor que se remonta a los tiempos prehispánicos.

La leyenda del cempasúchil cuenta que dos jóvenes aztecas de nombres Xóchitl y Huitzilin pasaban sus tardes entre juegos en los campos de su pueblo, al mismo tiempo que realizaban frecuentes escaladas al cerro para llevarle ofrendas a Tonatiuh, el dios del sol, ante quien se juraron amor eterno en repetidas ocasiones.

En respuesta, la deidad los favoreció con numerosos dones, los bendijo y les regaló un poco más de amor.

Pero el destino no les favoreció a los enamorados, una guerra se desató y todos los jóvenes en condición de combatir fueron requeridos para la batalla. Huitzilin fue uno de ellos.

Al poco tiempo, los ancianos le comunicaron a Xóchitl que Huitzilin había muerto en batalla y la muchacha, muy triste, pero dispuesta a no rendirse, subió a la montaña para rogarle al dios del sol que le devolviera a su amado o que le permitiera reunirse con él de otra forma.

Conmovido, Tonatiuh le concedió unirse a su novio, pero no en la forma humana.

Entonces, lanzó un rayo dorado sobre ella, convirtiéndola en un botón color amarillo brillante provisto de un tallo largo que enseguida atrajo la atención de un colibrí (Huitzilin, reencarnado), que se acercó para extraer el néctar del botón, el cual se abrió de inmediato y se transformó en una hermosa flor amarilla de 20 pétalos.

De esta manera, el dios sol perpetuó el amor de Xóchitl y Huitzilin, naciendo así la leyenda de la flor de cempasúchil. Xóchitl ahora está en todas las flores de cempasúchil y Huitzilin en todos los colibríes.

Por esta razón, los antepasados asociaron el color amarillo de la flor de cempasúchil con el sol y la empezaron a usar en las ofrendas en honor a los muertos, para que con su luz guiara a las almas hasta los altares a fin de reencontrase con sus familiares.