El hotel-balneario, inaugurado en 1940, se convirtió en refugio de Buñuel con especiales rutinas que realizaba en sus estadías
Jaime Vázquez colaborador de La Voz de Michoacán
Jean-Claude Carrière, actor, guionista, colaborador y amigo de Luis Buñuel, en Siete cartas más una (Artes de México, UNAM, 2019), escribió: “He querido regresar al balneario de San José Purúa, en Michoacán. Antes tenía nombre de paraíso, un paraíso tropical. De verdad que el lugar, hoy cerrado, merecía ser llamado así. Magníficamente oculto en el pliegue de un cañón, agrupaba varias construcciones y varios baños termales, un boliche y un salón de baile. Durante 19 años, Buñuel me llevaba ahí para trabajar, por lo menos una vez al año”.
San José Purúa, hotel-balneario que los hermanos Henríquez Guzmán comisionaron a los arquitectos Max Cetto y Jorge Rubio, es referencia de Jungapeo, “lugar amarillo”. Durante la lucha independentista, se convirtió en refugio de los hermanos López Rayón. El Cerro de Cóporo fue su fortaleza. Desde 1959 es Jungapeo de Juárez, cabecera municipal.
Carrière recuerda: “Siempre le gustaba trabajar con sus raíces, sea en España o en México, y siempre en lugares aislados, lejos de todo. El monasterio de El Paular, en España, el balneario de San José Purúa, en México... Creo que Buñuel escribió allí como veinte películas.”
Luis Buñuel nació en Calanda, provincia de Teruel, el 22 de febrero de 1900. Llegó a México en los cuarenta. En Mi último suspiro, sus memorias, afirmó: “Me sentía tan poco atraído por América Latina que siempre decía a mis amigos: «Si desaparezco buscadme en cualquier parte, menos allí». Sin embargo vivo en México desde hace 36 años. Soy, incluso, ciudadano mexicano desde 1949”.
La vida de Buñuel en París en los años veinte, su paso por el ultraísmo y el surrealismo, sus inicios en el cine con Un perro andaluz y La edad de oro, quedaban atrás. Se embarcó en Havre hacia Nueva York en el trasatlántico Leviathan en diciembre de 1930.
En México, su primera película fue Gran Casino (1946), debut de Libertad Lamarque en México.
La primera visita: “Por primera vez, me dirigí al balneario de San José Purúa, en Michoacán, gran hotel termal situado en un espléndido cañón semitropical, donde escribiría más de veinte películas. Refugio verdegueante y florido al que, no sin razón, se le llama un paraíso, al que acuden regularmente autobuses de turistas americanos para pasar veinticuatro horas fascinantes. Toman a la misma hora el mismo baño radiactivo, beben el mismo vaso de agua mineral, seguido del mismo daiquiri, de la misma comida, y por la mañana temprano se van”.
Carrière relata la especial rutina de sus estadías. Se instalaban en cuartos vecinos, comían, trabajaban tres horas por la mañana y tres por la tarde. Buñuel tocaba a su puerta a las nueve de la mañana para dar inicio al trabajo. La hora del aperitivo, visita al bar, más tarde la cena y cada quien a su habitación.
Carrière escribía de noche las versiones de lo acordado. “Trabajar con Buñuel –afirmó- era vivir con Buñuel. Sin amigos, sin esposas, como dos monjes obstinados en compartir la misma obsesión, en vivir cada minuto en la misma película. De vez en cuando nos permitíamos una ida a la alberca, que era de agua amarillenta”.
El hotel-balneario, inaugurado en 1940, se convirtió en refugio de Buñuel: “…las ventanas del bar se abrían a un paisaje espléndido, lo cual, en principio, es un inconveniente. Por suerte, delante de la ventana, tapando un poco el paisaje, crecía un zirando, árbol tropical de ramas ligeras, entrelazadas como una maraña de largas serpientes. Yo dejaba vagar la mirada por aquel inmenso amasijo de ramas, resiguiéndolas como si fueran los sinuosos hilos de múltiples historias y viendo posarse en ellas ora un búho, ora una mujer desnuda, etc. Lamentablemente, y sin razón válida alguna, el bar se cerró. Aún nos veo a Silberman, a Jean-Claude y a mí, en 1980, vagando por el hotel como almas en pena, en busca de un lugar aceptable. Es un mal recuerdo. Nuestra época devastadora que todo lo destruye no respeta ni los bares”.
Carrière evoca: “Antes de perder de vista San José Purúa, Buñuel siempre hacía que el auto se detuviera y, sin voltear, murmuraba en español una despedida: «Adiós, San José que tanto amé, adiós al río, adiós a las ranas, adiós a los zopilotes, adiós a los árboles, a las zirandas». Parecía tener miedo de nunca poder regresar. Un día de 1981, en efecto, dejó de hacerlo”.
Luis Buñuel Portolés fallece, el 29 de julio de 1983, en la Ciudad de México.