¡Si lo de hoy no fuera la repetición de tantos adioses, de tantas pasiones descompuestas, arrodilladas ente los ojos de enero!
Estoy listo para volver al agua azulosa como fina lámina de acero, para que mi cuerpo lo levante la marea del olvido, para alojarme en algún hueco marino hecho de puro tiempo ahogado y recomenzar la herida desde el silencio. Estoy a tiempo para que en mi memoria se dejen de filtrar mi nacimiento sin estrellas, la duda metódica de los que están ciegos de tanto contar la misma historia, el misterio de los besos contra la muerte. Tengo mi espalda metafísica llena de promesas que esperan el crimen perfecto. Tengo mis brazos anfibios paralizados para siempre en un abrazo que no deja de ocurrir en cierta madrugada en la que escapé de una vida por los tejados y miré el éxtasis solar de un amanecer en precipicio.
Estoy listo para que en mí se vuelvan a derrumbar todos los seres y las cosas. Para hacerme de los peores oficios y limpiar con cuidado lámparas de hojalata y salir en la noche a matar cocodrilos; para levantar anclas, partir en medio de la tormenta matutina y desafiar los puertos en los que se trafica con el alma de los hombres; para mirar la foto de ella y no volver a sentir su rostro como un graznido de niña asustada que sonríe ante el ataque de su propio laberinto, para dejarla morir en la mañana tibia bajo la destreza vil del destino y de los árboles.
¡Ay, si yo tuviera un piano para hacer vibrar de nuevo a la Humanidad! ¡Si lo de hoy no fuera la repetición de tantos adioses, de tantas pasiones descompuestas, arrodilladas ente los ojos de enero! ¡Ay, si yo no fuera este ritual de agonía disfrazado de canciones que nunca borran los caminos! Estoy harto de los prodigios que se necesitan para llegar a la secreción de la ternura y de estos cuervos que me vigilan para que mis palabras terminen, incurables en el filo de la vida y de la muerte.