Texto y fotos: ACG
Habitantes de la comunidad de Puácuaro, del municipio de Erongarícuaro, trajeron a Morelia el fervor de sus fiestas, al inaugurar un Altar de Muertos en el ex convento del Carmen, ubicado en la Casa de la Cultura.
Se trata de una réplica de su tradicional ofrenda, como las que se colocan en sus cementerios.
Este altar representa un esfuerzo para preservar y compartir la esencia de la Fiesta de las Ánimas, una celebración donde, lejos de honrar a la muerte, se celebra la vida y la unión con quienes ya partieron.
Sergio De La Cruz, oriundo de la comunidad, explicó la diferencia fundamental de su celebración en comparación con otras costumbres del Día de Muertos: “No es la noche de muertos para nosotros, porque nosotros celebramos la vida”.
En lengua purépecha, el enfoque es distinto a lo asumido: no se venera a la muerte, sino a las ánimas que regresan de otro plano al terrenal para convivir con sus seres queridos. Esta festividad inicia desde la germinación de la flor de cempasúchil, y culmina el 2 de noviembre.
Rubén Mejia encargado del orden de Puácuaro, describió esta celebración como un momento de respeto y conexión. “Es algo muy bonito, pero con respeto. En su momento, como fiesta… Es una pausa de nostalgia porque recordamos a nuestros seres queridos y convivimos con ellos”, añadió.
La ofrenda, además de ser un elemento visual, es un acto profundo de respeto y de lazos familiares. El arco, pieza central, representa el portal por el cual las almas de los difuntos cruzan desde la otra vida; las velas iluminan el camino de regreso y partida de estas ánimas, asegurando que su ruta esté siempre clara.
En tanto que, el incienso y el copal, a través del humo, conectan el mundo terrenal con lo divino; mientras que el pan, un símbolo fundamental en estas ofrendas, representa al ánima misma. El alimento ofrecido y la presencia de frutos de temporada también aluden a la cosecha, al tiempo que resaltan el carácter cíclico de esta celebración vinculada a la tierra.
A partir del 31 de octubre, las familias comienzan a decorar las tumbas con flores y velas. En la tarde del 1 de noviembre, se colocan frutas, pan y flores en los arcos para recibir a las ánimas pequeñas. Al caer la noche, niños y jóvenes iluminan el camino del panteón con chilacayotes huecos que contienen velas, señalando la llegada de las ánimas.
La fiesta tiene su punto culminante en la medianoche del 1 de noviembre, cuando familias completas se reúnen en el panteón para recordar a los difuntos y celebrar con ellos. Finalmente, el día 2 de noviembre se realiza una misa en honor a las ánimas, pidiendo por su regreso seguro al otro mundo.
Para Sergio, esta tradición no solo honra a los antepasados, sino que fortalece y transmite el conocimiento cultural a las nuevas generaciones.