El gasto global en armamento atómico se ha disparado en los últimos cinco años y el mundo ha estado al borde de un conflicto nuclear en más ocasiones desde 1945 de las que la mayoría imagina
Agencias / La Voz de Michoacán
Hiroshima, 6 de agosto de 1945. Michiko Kodama, de siete años, estaba de pie junto a su pupitre, cerca de la ventana del aula. Dudaba entre salir al patio o quedarse en clase con su capucha puesta (Durante la Segunda Guerra Mundial se utilizaban unas chaquetas con capucha para proteger a los niños de ataques antiaéreos llamadas “air raid Hood”). Entonces llegó el destello: “amarillo, naranja, plateado”, algo imposible de describir. Los cristales estallaron. Se escondió bajo el escritorio y perdió el conocimiento.
Su escuela se encontraba a poco más de cuatro kilómetros del epicentro; su casa, aún más cerca. Mientras su padre la llevaba en brazos por una ciudad en llamas, pasaron junto a cuerpos calcinados.
“Esa escena sigue grabada en mi memoria”, relata Kodama en una entrevista. “La gente nos agarraba de las piernas y suplicaba: ‘por favor, ayúdame, dame un poco de agua’”.
Hubo un suceso que fue particularmente traumático: una niña de su misma edad, probablemente sola sin su familia, corrió hacia ellos. Tenía media cara y el cuerpo quemados. Los miró suplicante, pero no pudieron ayudarla. Cuando Kodama miró hacia atrás “ya se había desplomado”, cuenta. “Creo que murió”.
A 80 años de ese suceso, el testimonio de Kodama sigue siendo un recordatorio premonitorio del poder devastador que puede desatar una sola arma nuclear. La primera bomba atómica utilizada en combate arrasó cerca de diez kilómetros cuadrados de Hiroshima y causó alrededor de 135 mil víctimas mortales. Su historia es también una advertencia a un mundo fracturado que se adentra en una nueva carrera armamentista nuclear que, según voces expertas, podría terminar en catástrofe.
Desde Ginebra, donde las negociaciones sobre desarme llevan años estancadas y los presupuestos militares están en constante alza, el rumbo actual no apunta a la abolición, sino a una nueva era de rearme. El gasto global en armamento atómico se ha disparado en los últimos cinco años y el mundo ha estado al borde de un conflicto nuclear en más ocasiones desde 1945 de las que la mayoría imagina.
“El riesgo de uso de armas nucleares es hoy más alto que nunca”, advierte Melissa Parke, directora ejecutiva de ICAN, la organización con sede en Ginebra que en 2017 recibió el Premio Nobel de la Paz por su papel en la creación del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN), el primer acuerdo internacional que prohíbe de manera íntegra este tipo de armamento.
La preocupación de Parke la comparte también la comunidad internacional. En enero, el Boletín de Científicos Atómicos adelantó el simbólico Reloj del Apocalipsis un segundo más: ahora marca solo 89 segundos para la medianoche, que simboliza el momento de una catástrofe global. Es su advertencia más grave hasta la fecha sobre la amenaza existencial que representan las tecnologías peligrosas. El ajuste respondía, entre otros factores, al temor de que la guerra entre Rusia y Ucrania pudiera derivar en un conflicto nuclear por error o accidente. Y eso ocurrió antes de que, en mayo, aumentara la tensión entre India y Pakistán —ambas potencias nucleares— y los ataques en junio de Israel y Estados Unidos contra Irán, un país que desarrolla tecnología nuclear, aunque sostiene que su programa tiene fines exclusivamente pacíficos, como la generación de energía.
Por otro lado, a Héloïse Fayet, responsable del programa de disuasión y proliferación del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI), le preocupa “el regreso de las armas nucleares como herramienta de poder y coerción estatal… junto al colapso global del orden internacional, especialmente de las normas y regulaciones que rigen su uso”. Todo eso, señala la experta, aumentaría el riesgo de malentendidos y errores catastróficos.
La nueva carrera armamentista
El gasto en armas nucleares se ha disparado en los últimos años. Desde 2019, los nueve Estados con armamento nuclear —Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte— han aumentado sus inversiones anuales. Estados Unidos lidera la lista, seguido de cerca por Rusia y China.
China, en particular, ha ampliado significativamente su arsenal, que pasó de unas 200 ojivas a principios de los años 2000 a unas 600 en 2024, según estimaciones del Ministerio de Defensa de Estados Unidos, que prevé que la cifra supere las mil para 2030. Aun así, seguiría siendo apenas una décima parte del arsenal acumulado por Estados Unidos y Rusia.
Aunque Pekín sostiene oficialmente una política de “no primer uso”; es decir, se compromete a no utilizar armas nucleares salvo en caso de ser atacado primero, algunas voces en Occidente cuestionan cuán firme sería esa postura ante un conflicto de gran escala.
“El creciente interés de las potencias nucleares por reforzar sus arsenales está dando ideas a países que aún no los tienen”, advierte Héloïse Fayet. Menciona a Corea del Sur, Japón, Ucrania, Turquía y Arabia Saudí como Estados que muestran una actitud cada vez más favorable hacia las armas nucleares. “Las ven como una herramienta útil de poder estatal”.
La modernización de los arsenales nucleares trae consigo nuevos peligros. Varias potencias están desarrollando misiles hipersónicos y sistemas de ataque guiados por inteligencia artificial (IA). Melissa Parke expresa especial preocupación por la incorporación de la IA en los sistemas de mando y control nuclear, lo que, afirma, aumentaría la vulnerabilidad frente a ciberataques.
Las ojivas actuales son más pequeñas, pero exponencialmente más potentes que las lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki —esta última bombardeada por Estados Unidos tres días después. La prueba Castle Bravo realizada por Estados Unidos en 1954 fue mil veces más poderosa que la bomba de Hiroshima: 15 megatones frente a 15 kilotones. Multiplicar esa fuerza destructiva por las 12 mil ojivas existentes en la actualidad da una idea del potencial de devastación. “Con 12 mil ojivas, la Tierra podría ser destruida dos veces”, señala Kodama.
Tratados en crisis, normas en retroceso
El sistema global de control nuclear, construido con esfuerzo desde Hiroshima, comienza a desmoronarse.
El Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares (NPT, por sus siglas en inglés), negociado en Ginebra en los años 60, atraviesa una profunda crisis de credibilidad. Su última conferencia de revisión, que tuvo lugar en 2022, fracasó por falta de consenso, y las perspectivas para la próxima ronda en 2026 son poco alentadoras.
Estas conferencias, que se realizan cada cinco años en Nueva York, tienen como objetivo evaluar los avances en los tres pilares del tratado —no proliferación, desarme y uso pacífico de la energía nuclear— y reforzar los compromisos de los Estados parte.
“Estamos ante un colapso casi total de los acuerdos de control de armas y una nueva carrera armamentista nuclear en marcha”, afirma Melissa Parke. “Es muy grave. Este es un momento en el que los líderes mundiales deberían estar dialogando para reducir la desconfianza… y hablar seriamente de desarme por primera vez en mucho tiempo”.
Ginebra, que acoge múltiples eventos para conmemorar el 80 aniversario de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, ha sido históricamente una sede natural para tratar cuestiones nucleares. Su papel se debe tanto a la reputación de Suiza como país neutral, como al hecho de ser sede de importantes agencias de la ONU, entre ellas el Instituto de las Naciones Unidas para la Investigación sobre el Desarme (UNIDIR).
El accidente nuclear en la planta de Chernóbil (Ucrania) en 1986 desencadenó un fuerte movimiento antinuclear en Suiza, que influyó profundamente en la opinión pública y en la política energética del país a largo plazo. En los años siguientes, Ginebra se consolidó como un centro clave para la coordinación internacional en materia de seguridad nuclear y respuesta ante desastres.
Ginebra es además la sede de la Conferencia de Desarme de las Naciones Unidas, un foro multilateral de negociación que celebra tres sesiones anuales, aunque no ha logrado producir un nuevo tratado en décadas. El último de peso fue el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, firmado en 1996, que nunca entró en vigor al no contar con las ratificaciones necesarias. Estados clave como Estados Unidos, China e India no lo ratificaron, y Rusia lo desratificó formalmente en 2023.
El Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, que entró en vigor en 2021, continúa siendo ignorado por todos los Estados con armas nucleares. Incluso la neutral Suiza ha optado por no firmarlo, pese a su fuerte componente humanitario. En su más reciente evaluación, publicada en marzo de 2024, el Consejo Federal (Gobierno) reafirmó que el compromiso suizo con la contención nuclear se mantiene mejor a través del NPT (Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares), ya que incluye a todas las potencias nucleares.
Las zonas de conflicto elevan el riesgo
El mundo ha estado peligrosamente cerca de una catástrofe nuclear en más ocasiones de las que muchas personas imaginan: desde la crisis de los misiles en Cuba en 1962 hasta falsas alarmas de radares. Lo que ha evitado el desastre, según Melissa Parke, ha sido simplemente una cuestión de ‘pura suerte’, una visión que comparten especialistas como Gareth Evans, excopresidente de la Comisión Internacional sobre No Proliferación y Desarme Nuclear, y el secretario general de la ONU, António Guterres.
La mayoría de los momentos en que el mundo estuvo a punto de una guerra nuclear ocurrieron durante la Guerra Fría, cuando Estados Unidos y la entonces Unión Soviética acumulaban enormes arsenales, con decenas de miles de ojivas cada uno. Aún hoy, ambos países conservan cerca del 90 % del arsenal nuclear global, con más de 5.000 ojivas en manos de cada uno.
Actualmente, los conflictos geopolíticos más peligrosos tienen como protagonistas a Estados con armas nucleares o a países que están cerca de obtenerlas.
«Hoy asistimos a conflictos importantes en los que intervienen potencias nucleares, con amenazas abiertas y un preocupante aumento del discurso nuclear, incluso por parte de líderes de alto rango», asegura Melissa Parke. «Las armas nucleares están siendo utilizadas como herramientas de intimidación, como una forma de imponer su poder sin rendir cuentas».
Los recientes ataques de Estados Unidos e Israel contra Irán evidencian los dobles estándares de la política nuclear global, sostiene Parke. Aun así, encuentra un motivo de esperanza en el creciente respaldo al Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, que está cerca de alcanzar la mayoría en la Asamblea General de la ONU. Casi 100 países ya lo han firmado o ratificado, y se espera que más —entre ellos Kirguistán— se sumen en el trascurso de este año.