Morelia, Michoacán, 28 de septiembre de 2024.- En una de las primeras ediciones del Tour de Cine Francés, se presentó Pequeñas heridas (Petites coupures, 2003), en aquel entonces el tercer largometraje que dirigía el parisino Pascal Bonitzer. La película, protagonizada por dos figuras del cine francés, Daniel Auteuil y Kristin Scott-Thomas, resultó ser un entretenido estudio de personajes, en donde la indecisión y los encuentros accidentales jugaban un papel muy importante.
Más de veinte años después, Pascal Bonitzer regresa al Tour con El cuadro perdido (Le tableau volé, 2024), en donde la aparición de una famosa pintura en Mulhouse (una ciudad francesa cerca de la frontera con Suiza y Alemania), es el revulsivo que modifica la vida de todos los que de una u otra manera tienen que ver con ella.
Aunque es una ficción, la cinta está basada en un caso real, la subasta del cuadro Los girasoles marchitos (Otoño-Verano II), del pintor y grabador austriaco Egon Schiele, que en 2006 fue vendida por más de 20 millones de dólares. La historia de la obra es singular, Schiele la pintó en 1914 como un homenaje a Van Gogh. Tras la muerte del pintor austriaco la pintura fue adquirida por Grünwald, un coleccionista de origen judío. Tras la anexión de Austria en 1938, previo a la Segunda Guerra Mundial, el coleccionista huyó a Francia y decidió llevarse varias de sus pinturas, sin embargo, le fueron confiscadas en 1942 por el gobierno de ocupación. Al estar catalogada por los nazis como como “arte degenerado”, se creyó que la obra había sido destruida, por lo que su aparición 60 años más tarde fue toda una sorpresa.
La idea de retomar esta historia fue del conocido productor franco-tunecino Saïd Ben Saïd, quien le sugirió a Bonitzer, quien además de director cinematográfico es un experimentado guionista, que hiciera una película sobre el mundo de las subastas. El cineasta francés estaba menos interesado en los aspectos técnicos del oficio de subastador que en establecer las relaciones que se tejen entre sus diferentes personajes ante la aparición del famoso cuadro.
Aunque se podría decir que es una cinta coral, resalta en ella protagonista André Masson (Alex Lutz), un hábil y ambicioso empleado de una casa de subastas, que se da cuenta que ha encontrado la mayor oportunidad de su vida profesional, para ello cuenta con la ayuda de su exesposa (Léa Drucker), una experta en materia de arte y una joven becaria con un pasado problemático (Louise Chevillotte).
La contraparte está formada por quienes encontraron la pintura, Martin, un joven tímido y honrado que vive con su madre y la abogada de provincias que los representa. Queda claro que la narrativa busca contrastar la interacción entre estos dos mundos, el burgués y el de la clase trabajadora.
Al tratarse de un filme que transcurre en el mundo de las subastas, no es extraño que los personajes valoren la obra de Schiele no por sus méritos estéticos, sino por su valor monetario. Pero intrigas aparte, todos los involucrados terminan reconociendo que, por tratarse de una obra de arte expoliada, debe ser devuelta a sus legítimos propietarios.
Al tener un eje narrativo tan claro, resulta un tanto desconcertante que Bonitzer incluya una trama secundaria que involucra el pasado familiar de la pasante, a menos que ésta se entienda como el punto de introducción al espectador con el oficio del subastador. En todo caso, es común encontrar estos pequeños apéndices narrativos en buena parte de la filmografía del cineasta francés.
Ciertamente toca puntos importantes como el valor que otorgamos a las piezas artísticas y la confrontación con su pasado histórico, pero ante todo, El cuadro perdido funciona como una inteligente y entretenida obra de suspenso, apuntalada por un gran reparto y narrada en tono informal, que la sitúan entre lo mejor que trae la 28 edición del Tour de Cine Francés.